Aleph Castañeda, bajista que se desplaza por igual en la música clásica, el jazz, el son jarocho, y la música popular, conversó con nosotros. He aquí la primera parte de la charla
La casa de mis padres, la vieja casa inveterada…
Yo crecí en un ambiente con mucha música, afortunadamente; primero fui influenciado por mi padre que era un gran melómano, le gustaba mucho sobre todo la música clásica; él creció en el ambiente bullanguero del Puerto de Veracruz y tenía el bagaje de la música latina y afro-antillana, pero eran los sesenta y tenía esa actitud rebelde propia de la época, así que quiso romper esos esquemas aunque, bueno, finalmente nunca los dejó, pues eran parte de él y de su ADN.
Se fue a estudiar arquitectura al Instituto Politécnico Nacional. Llegar a la Ciudad de México le dio la oportunidad de reinventarse completito y así es como empezó a escuchar música clásica, cosa que le agradezco infinitamente porque yo tengo ese conocimiento y esas referencias por él. Mi tío, su hermano más pequeño, vivía con nosotros cuando era muy joven, tenía entre 19 y 20 años y también se adaptaba a lo que sucedía en esa época: usaba greña larga y era rockero, le gustaban Led Zepelin, Pink Floyd, Janis Joplin, Jimi Hendrix, sobre todo Hendrix, eso es de lo que más me acuerdo.
Mi familia tenía uno de esos mejores amigos, que terminó casado con la hermana de mi mamá y se convirtió en mi tío; él sí tenía discos de jazz, pero eran solamente tres: uno de éxitos de Louis Armstrong, uno de Al Jarreau, que recuerdo perfecto por su gran voz, y el Kind of Blue, de Miles Davis, esos eran los discos de jazz que había en mi casa. Cuando mis padres se casaron se fueron a vivir al DF, pero mi mamá nunca dejó de lado la cultura del Puerto de Veracruz, o sea, el danzón, el son cubano, el son afroantillano, el bolero, todas las sonoras; recuerdo que estaba la Sonora Matancera, la Sonora Santanera, todas esas que se escuchaban entre los sesenta y los setenta, y además, toda la música de la que llaman Época de Oro del Cine Mexicano.
Cuento de pecadores que arrulla el jazz
Mi entorno era lo clásico, el rock, el poquito jazz que había en mi casa, la música de mi mamá y lo que programaban en la XEU, una radiodifusora de Veracruz que es igual de vieja que la XEW del DF, o sea, la estación de radio más antigua de Latinoamérica, ahí escuchaba cosas que no sabía cómo se llamaban, ni quienes las interpretaban, pero estaban ahí.
Ese ambiente es en el que crecí. Después mis padres se enojaron conmigo porque decidí dedicarme a la música, bueno, ya sabes, por el prejuicio ese de que el músico es solo drogas, sexo y rock and roll. Pero les dije: “ustedes tienen la culpa, porque me metieron más música de la que podía digerir y escuchar, y me apasioné, me entusiasmé muchísimo”.
Vibración de cocuyos…
Ya estando muchachón, cuando tenía como 15 o 16 años, se fundó el Instituto Veracruzano de Cultura (Ivec) y se abrió la Casa de la Cultura de Veracruz, que significaba finalmente un lugar donde había música, danza, pintura y muchas cosas de las que yo tenía referencia, pero a las que no tenía tanto acceso. El Ivec tenía toda la infraestructura para presentar cosas que venían de fuera, pero sin dejar de lado las manifestaciones artísticas del Puerto: podías ver un trío de cuerdas, una pequeña orquesta de cámara, algún solista de otro país, pero también tocaban las danzoneras y, en el patio, se armaban los fandangos de son jarocho. Yo estaba en la transición entre la escuela secundaria y la preparatoria, y la Casa de la Cultura se volvió para mí como una iglesia, como un templo, además ahí empecé a conocer a los músicos que tocaban en el puerto de Veracruz; el primero fue Leo Corona, que es una institución de la música en México. En ese entonces, el maestro Leo y otro maestro, baterista, Fernando Torres, tenían un grupo de jazz que se llamaba Tonatiuh; en el bajo estaba Guillermo Álvarez. Yo no tenía ni idea de qué se trataba, pero iba a los conciertos y aunque no entendía nada, me llamaba mucho la atención cómo se divertían al estar tocando.
Guillermo Álvarez es un bajista originario de Tamaulipas que ha vivido toda su vida en el puerto, y ha crecido entre la Ciudad de México y otros lugares, y se ha dedicado, sobre todo, a trabajar con conjuntos corales. Cuando lo conocí se convirtió en el prototipo del músico que a mí me gustaría ser; el tipo, además de ser arreglista y director de coros, tocaba el bajo eléctrico, era guitarrista, era cantante, tocaba el piano, tenía un montón de talentos que yo admiraba muchísimo porque, además, podía tocar clásico, podía tocar jazz, podía dirigir un coro, podía hacer muchísimas cosas, yo nunca había conocido un personaje así.
Tienes la sombra de unas miradas criojazz…
Las tocadas de Tonatiuh fueron de las primeras que se armaron, tanto en el Ivec como en Teatro Clavijero; había un círculo de personas a las que les gustaba el jazz y que estaban entusiasmadas por hacer cosas diferentes, entre ellos un productor de radio de apellido Sansores (no recuerdo su nombre) que se dio a la tarea de documentar y transmitir todas estas tocadas, todos estos conciertos, sin importar el género del que se tratara, lo mismo transmitía música clásica que jazz, que la música del puerto con influencia afrocaribeña y, bueno, estamos hablando de una época en la que económicamente estaba un poquito mejor la cosa, entonces había más circulación de gente y de todas esas cosas.
Entonces, influenciado por toda esta gente y por todo este entorno, poco a poco me fui acercando a la música. Comencé cantando en el coro de los Talleres Libres del Ivec; después empecé a estudiar piano con la hermana de la maestra Ida Rodríguez Prampolini, fundadora del Ivec. La maestra Consuelo Rodríguez era pianista y todavía me tocó estar en sus primeras clases, después entré al Coro de la Escuela de Música, y a los talleres de guitarra que impartía Stefan Oser, con el que años más tarde tocaría en el Jazz entre Tres. Ya sabes, a esa edad quieres hacer todo: quieres cantar, quieres tocar, quieres comerte al mundo, pero se fue depurando la cosa hasta que por la influencia de Guillermo, el bajo fue lo que más me empezó a llamar la atención, y fue el instrumento que finalmente me dejó prendado, aunque también entré a cantar a un coro que tenía la Universidad Veracruzana en el Puerto, que dirigía Memo Álvarez.
Quién fuera Lennon y McCartney, Sindo Garay, Violeta, Chico Buarque
Después, con un grupo de amigos de los talleres del Ivec y del coro de la universidad formamos un grupito que se llamaba Yollocuicani, que es algo así como Canto del corazón. Aunque ya tenía como veinte años de existir, nosotros apenas estábamos conociendo la Nueva Trova Cubana; Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, y la gente de Brasil como Chico Buarque o Gilberto Gil, o todas esas personas, y con nuestro grupo tocábamos esa música; nos hermanaban muchísimo esas canciones, nuestro gusto por los Beatles y todas esas cosas. Uno de los que hasta la fecha se mantiene en ese género es Mauricio Díaz, el Hueso, que es cantautor.
Y me fui/ lejos de Veracruz…
Entusiasmado con todas esas cosas, y animado por Fernando y por Leo, al terminar la preparatoria me fui a la Ciudad de México con el afán de estudiar allá. Hice el examen para Ciencias de la Comunicación en la UAM, no quedé, y empecé a estudiar, como oyente, Solfeo y Teoría de la Música con un maestro que se llamaba Luis Mayagoitia, que daba clases en la Escuela Nacional de Música. Gracias a Leo Corona y a todas las referencias que ya tenía, empecé a conocer a los músicos que tocaban en la Ciudad de México en ese entonces, te estoy hablando de la época de Antropoleo, con Agustín Bernal, Tony Cárdenas, y Héctor Infanzón; te estoy hablando del quinteto de Chilo Morán, con Leo en el piano, Salvador (no recuerdo su apellido) en el sax, Rudy Pérez en la batería y Víctor Ruiz Pasos en el bajo. Víctor Ruiz Pasos, Vitillo, siempre se portó muy amable conmigo, porque era mi paisano; imagínate al chamaquito que llegaba y le decía “maestro, esto; maestro, lo otro” y él, que era siempre muy serio y muy respetuoso, le encantaba y me decía: “qué pasó, paisanito”.
Era la época de auge del Arcano, que hasta la fecha sigue siendo referente. Ahora está el Zinco y otros lugares; a lo mejor es la nostalgia, pero yo he estado muchas veces en el Zinco y he visto gente increíble tocando ahí, pero no le llega ni a los pies al ambiente que se generaba en el Arcano en la época que te estoy contando, cuando la gente que iba a escuchar estaba más que involucrada y era otra comunidad. Las personas que fundaron el Arcano eran muy entusiastas del jazz y de la música en vivo, y acudía toda esa pléyade de músicos que, de alguna manera, estaban formando el jazz actual de México. Por ellos es que conocí a músicos como Víctor Patrón, Enrique Nery y otros que fui conociendo de a poco.
Si tienes ganas de jazzear, piensa en mí…
En una de las primeras ocasiones que estuve en el Arcano conocí a Agustín Bernal, quien era muy jovencito pero siempre ha sido un maestro, un ser iluminado y muy buena gente. Me le acerqué y le pregunté si querría darme clases; aceptó y comencé a ir a su casa, y a hacer todos los esfuerzos para poder pagarle la clase de contrabajo porque, cuando estaba en Veracruz comenzó a llegar una revista norteamericana que se llama Bass Player y se me metió en la cabeza que, aunque ya estaba tocando el bajo eléctrico, si quería meterme a tocar el bajo realmente como era, tenía que tocar los dos. Ahora sé que eso no es cierto, o sea, algunos tocan el bajo eléctrico y otros tocan el contra, pero se me metió esa idea, cosas de la adolescencia y dije, “no pues yo necesito tocar el contrabajo”. Entonces, primero le rascaba a un tololoche que había en el Ivec, no sabía nada pero lo intentaba, y después, ya en el DF, empecé a tomar clases con Agustín y él en una ocasión me dijo: “oye, si tú eres de Veracruz y quieres tocar el contrabajo, ¿por qué no te vas a Xalapa?; ahí vive el maestro Andrés Kalarus, el maestro con el que yo estudié; además, en Xalapa hay muy buen ambiente musical, hay muchas cosas y te queda cerca de tu casa”, y como que me metió la idea.
En ese año conocí en el DF a varios cantautores y gente que hacía otro tipo de música, como el Negro Ojeda, David Haro, Rafa Mendoza, Marcial Alejandro; todos ellos formaban una comunidad, por ejemplo, entre los ochenta y los noventa salieron unos discos de Eugenia León que arregló Héctor Infanzón y el bajista fue Agustín Bernal.
Esa también fue una época de transición personal porque mis padres ya estaban separados, mi papá estaba en el DF y fue el año en el que reencontramos nuestra relación, pero Agustín ya me había sembrado la idea, y me regresé a Veracruz pensando en venirme a Xalapa.
Veracruz vibra en mi ser…
En ese período, antes de llegar a Xalapa y regresando del DF, ya estaba más metido en el medio y empecé a estar más en contacto con la gente que tocaba jazz. El primero que me invitó a formar parte de un grupo fue el guitarrista alemán Frank Forke, que en esa época vivía allá y estaba tocando con Fernando Torres y con Guillermo Álvarez. Guillermo tuvo unos problemas y se tuvo que regresar a su ciudad natal, Ciudad Mante, y Frank me invitó a suplirlo.
Era la primera vez que me invitaban a un grupo de jazz y me dio mucho miedo.
Me emocioné, por un lado, porque conocía y sabía de lo que se trataba y lo que implicaba, pero por otro lado, no conocía realmente nada, tenía nociones de leer música y sabía un poco de lo que se trataba, pero ya tocar, tocar, es otra historia. Afortunadamente Frank vivía muy cerca de mi casa, y me ayudó mucho; nos sentábamos juntos y me decía: “mira, esto es un acorde, y esto es el cifrado, y este es el repertorio” y ahí fue donde, por primera vez, escuché hablar de Night In Tunisia, Blue Bossa y esas canciones.
Alma de jarocho que nació valiente / para vivir cualquier aventura
Después de eso, el grupo fue mutando poco a poco, hasta que se incorporó Jorge Mabarak. Hubo otros músicos como Ramón Flores, el baterista; Ramón Niño, un saxofonista, y otros que entraban y salían intermitentemente. Yo era el más chamaco, no te quiero contar la cantidad de regaños y la forma como me molestaban (risas), o sea, se ensañaron conmigo, pero yo aguanté y aprendí mucho. Con lo que quedaba de Tonatiuh se formó el proyecto de Jorge Mabarak que se llamó Impromptu, ese proyecto se consolidó, de alguna forma, con dos conciertos en Xalapa: el primero fue en un festival que se llamó Lluvia de armonías en Xalapa, que organizó el Ivec; esa vez tocamos en el Teatro del Estado. El segundo fue en la Galería del Estado (hoy Galería de Arte Contemporáneo), donde tocamos invitados por Jazz Orienta AC. En esas ocasiones conocí gente como José Miguel Flores, el guitarrista, y Claude Pineda que tenían un dúo que se llamaba Puerto México, cuyo repertorio estaba formado por standards de jazz, blues, trova, bossa nova y tradicional mexicano, y en ese momento, con todo y que empezaba a echar raíces otra vez en Veracruz, tomé la decisión de seguir el consejo de Agustín. Yo me había propuesto tocar el contrabajo y no podía estar yendo y viniendo, tenía que vivir en Xalapa. Mi mamá pegó el grito en el cielo y mi papá también, pero finalmente me apoyaron; dijeron, “bueno, si eso es lo que quieres, te vamos a dejar ir, pero te metemos en un cuarto y ya”. Mi mamá me dijo: “yo solamente te puedo pagar la renta, es lo único que te ofrezco, no puedo más. Y ojalá que te vaya bien”, y me aventé, un poco igual que cuando me dijeron que si podía tocar en un grupo de jazz, entre asustado, por un lado, pero entusiasmado por el otro.
(Continuará)