Días de vino y cosas
José Revueltas llamó al siglo XX el Siglo de las Siglas; a la presente, habría que llamarla, la Centuria de las Celebraciones, dada la obsesión por celebrarlo o memorarlo todo. En tal afán se llega a los opuestos: el 31 de marzo se celebra el Día del Taco y, para contrarrestar sus efectos, el 20 de noviembre fue designado Día mundial de la lucha contra la obesidad.
El mes pasado, que no es excepcional, tuvimos:
1 de abril, Día Internacional de la Diversión en el Trabajo;
2 de abril, Día Mundial de concienciación sobre el autismo y Día Internacional del libro infantil;
4 de abril, Día Internacional de información sobre el peligro de las minas;
6 de abril, Día Internacional del Deporte para el Desarrollo y la Paz;
7 de abril, Día Mundial de la Salud y Día Internacional de Reflexión sobre el Genocidio cometido en Rwanda;
8 de abril, Día Internacional del Pueblo Gitano;
11 de abril, Día mundial del Parkinson;
12 de abril, Día Internacional de los Vuelos Espaciales Tripulados;
13 de abril, Día Internacional del Beso;
14 de abril, Día de las Américas;
16 de abril, Día Mundial de la Voz y Día Internacional contra la esclavitud infantil;
17 de abril, Día Mundial de la Hemofilia;
18 de abril, Día Europeo de los Derechos de los Pacientes;
19 de abril, Día de la lengua china;
22 de abril, Día Internacional de la Madre Tierra;
23 de abril, Día Mundial del Libro y de los derechos de autor y Día de la lengua inglesa;
24 de abril, Día nacional de la Fibrosis Quística;
25 de abril, Día Africano del Paludismo;
26 de abril, Día Mundial de la Propiedad Intelectual;
27 de abril, Día Internacional del Diseño Gráfico;
28 de abril, Día Mundial de la seguridad y la salud en el trabajo;
29 de abril, Día Europeo de la Solidaridad y Cooperación entre Generaciones, Día de Conmemoración de todas las víctimas de la guerra química y Día Internacional de la Danza, y
30 de abril, Día del niño y Día Internacional del Jazz.
A este paso llegaremos a celebrar el Día Universal del Día; los Días Hemisféricos de la Mañana, Tarde y Noche; el Día Meridiánico de las 7:07. Parémosle ahí, cedamos a las generaciones porvenir la encomienda de decretar el Día Internacional de quienes duermen en posición Decúbito Supino; de quienes lo hacen en Decúbito Prono; de quienes duermen de ladito.
Quisiera hacer un comentario de cada uno de los más recientes pero, sinceramente, ¿qué podría yo decir de la fibrosis quística, de la hemofilia o de la lengua china? Ante tal incapacidad, prefiero dedicar estas líneas a las celebraciones de la cultura: 23 de abril, Día Internacional del Libro y del Derecho de Autor; 27 de abril, Día Mundial del Teatro, y 29 de abril, Día Internacional de la Danza.
Para festinar a danzantes e histriones, comparto un par de imágenes que fueron presenciadas, la primera, por mi amiga la fotógrafa, y por mi hermano el teatrero, la ulterior.
Danzón dedicado…
Desde la llegada al panteón, la imagen era estremecedora, porque era invierno, porque el ataúd era tan blanco y elegante como los atuendos de gala de los danzoneros del primer contingente; porque la niebla esfuminaba la escena hasta convertirla en una imagen impresionista; porque el chipichipi interrumpía el silencio con su canto de húmeda cigarra.
La parsimonia de los pasos, el roce de las cuerdas durante el descenso del féretro, el traspaleo que consumaba el sepelio, el afán de la cuchara por esparcir la mezcla y sellar toda posibilidad de escapatoria, la callada diligencia del acomodo de flores y coronas, y los quejidos fugaces que aparecían en el aire como luciérnagas sonoras, eran la música de fondo.
Cuando la voz del viudo pregonó: “¡Danzón dedicado a la mujer que se va de viaje!”, ya las parejas, con las manos enlazadas, formaban un cuadro en torno al macizo de flores y tierra recién apisonada. Cuando brotaron de la grabadora los primeros compases de Nereidas, los cuerpos iniciaron el ritual de la cadencia; los mocasines y las zapatillas hoyaban la blandura del suelo, con su trazo de cuadros y de giros; las enaguas flotaban acatando el mandato de las caderas y las guayaberas confirmaban su pacto con la prestancia. El viudo, asido a la invisibilidad de su pareja, oficiaba el ritual con solemne gallardía. Cuando llegó el descanso, las flores blancas se desprendieron de las solapas y los tocados para sumar sus pétalos a la ofrenda del aroma, y los abanicos macularon de niebla la tenue sonrisa de los rostros y el incólume blancor de los sombreros. En el montuno final vino el aplauso. El lodo, que ya había tomado por asalto los zapatos, comenzó el ascenso por los bieses y las valencianas, mientras la niebla persistía en su oficio velatorio y el chipichipi aportaba su llanto mesurado. Y así, con la complicidad de la tarde, con el talento escenográfico de enero, llegó la danza hasta el camposanto, para conceder a la más vetusta de sus discípulas, la gracia del último danzón.
El ángel de la basura
El diseño de las alas era muy simple; un par de estructuras de alambre, forradas con lycra y unidas por un arnés de elástico, que permitía el movimiento.
Al terminar la temporada de las pastorelas, quería guardarlas para el año siguiente y le hice ver que no valía la pena: eran baratas y fáciles de hacer. De conservarlas, le estorbarían un año entero; el polvo y la humedad las mancharían y no podrían usarse. Realmente no tenía sentido; le dije que las tirara.
Vive en la Colonia 6 de Enero, por el rumbo de la Pitaya. El acceso es por una calle empedrada que desciende de la carretera, de la que nacen, al lado derecho, varias calles pequeñas de terracería. El camión de la basura hace una serie de estaciones en la calzada y unos niños se encargan de recorrer las callecitas perpendiculares, casa por casa, para recoger los desechos.
Al escuchar la campana, como todos los miércoles, sacó las bolsas; sobre ellas puso las alas y subió a su habitación. Era uno de esos días de diciembre en los que el sol se compadece de los habitantes del bosque de niebla y le da por alegrarles la mañana. Las nubes se reflejaban en el charco y el perro de la esquina no paraba de ladrar. Un girón blanco, entrevisto en la ventana, llamó su atención; al asomarse apareció la imagen: el niño se había puesto las alas; llevaba las dos manos cargadas de basura, vestía un pantalón raído, ceñido con un mecate, una playera del América que conoció tiempos mejores, y calzaba sus plantas con una suela de lodo. Corría, brincaba y las alas, de ese blanco contrastante, se agitaban con un auténtico deseo de llevarlo al cielo. Aunque lo vio de espaldas, pudo adivinar la inmensa risa dibujada en rostro del ángel de la basura.
Tiempo y destiempo
Miguel de Cervantes Saavedra murió el lunes 22 de abril de 1616 y fue inhumado al día siguiente. Aunque sea impreciso, se considera
como día de su defunción el 23 de abril. En esa misma fecha murió William Shakespeare, es decir, 10 días después.
El calendario gregoriano, denominado así por haber sido promovido por el Papa Gregorio XIII, sustituyó al calendario juliano (que toma su nombre de Julio César, quién lo instauró en el año 46 a.C.). La conversión se hizo en el año 1582 en los países donde la Iglesia católica tenía influencia, entre ellos, España. Inglaterra lo adoptó hasta 1752. Cuando Shakespeare murió, en España era martes 3 de mayo.
Una mujer murió en Inglaterra el miércoles 2 de septiembre de 1752 y fue sepultada al día siguiente: jueves 14 de septiembre. Esa fue la fecha en la que Inglaterra hizo el cambio. «Es agradable para un hombre viejo ser capaz de ir a la cama el 2 de septiembre, y no tener que despertar hasta el 14 de septiembre”, escribió Benjamin Franklin.
Otra curiosidad del cambio de calendarios es que Rusia lo adoptó por primera vez en 1918 y después probó varios más hasta que, en 1940, se quedó definitivamente con el gregoriano.
La Gran Revolución de Octubre tuvo lugar los días martes 24 y miércoles 25 de Octubre de 1917, que corresponden al martes 6 y miércoles 7 de noviembre de su calendario actual; de haberlo adoptado en ese entonces, hoy celebrarían la Gran Revolución de Noviembre.
Biblos
Más allá de las imprecisiones, el 23 abril de 1616 es aceptado como el día del fallecimiento de tres escritores fundamentales de la literatura universal: Miguel de Cervantes Saavedra, William Shakespeare y El Inca Garcilaso de la Vega (quien, al parecer, sí murió ese día). El 23 de abril, además, se celebra el natalicio de otros prominentes literatos: Vladimir Nabokov, Maurice Druon, K. Laxness, Josep Pla y Manuel Mejía Vallejo. Por esta razón, la Unesco decretó esta fecha como Día Internacional del Libro y del Derecho de Autor.
Sean tres grandes plumas quienes honren a ese cristalino objeto del deseo:
El libro (Fragmentos)
Jorge Luis Borges
De los diversos instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro. Los demás son extensiones de su cuerpo. El
microscopio, el telescopio, son extensiones de su vista; el teléfono es extensión de la voz; luego tenemos el arado y la espada, extensiones de su brazo. Pero el libro es otra cosa: el libro es una extensión de la memoria y de la imaginación.
(…) Si leemos un libro antiguo es como si leyéramos todo el tiempo que ha transcurrido desde el día en que fue escrito y nosotros. Por eso conviene mantener el culto del libro. El libro puede estar lleno de erratas, podemos no estar de acuerdo con las opiniones del autor, pero todavía conserva algo sagrado, algo divino, no con respeto supersticioso, pero sí con el deseo de encontrar felicidad, de encontrar sabiduría.
Presentación de la Biblioteca del Universitario (Fragmento)
Sergio Pitol
La palabra libro está muy cercana a la palabra libre; sólo la letra final las distancia: la “o” de libro y la “e” de libre. No sé si ambos vocablos vienen del latín liber (libro), pero lo cierto es que se complementan perfectamente; el libro es uno de los instrumentos creados por el hombre para hacernos libres. Libres de la ignorancia y la ignominia, libres también de los demonios, de los tiranos, de fiebres milenaristas y turbios legionarios, del oprobio, de la trivialidad, de la pequeñez. El libro afirma la libertad, muestra opciones y caminos distintos, establece la individualidad, al mismo tiempo fortalece a la sociedad y exalta la imaginación.
Un grano de trigo (Fragmentos)
Almudena Grandes
Los libros recién hechos huelen bien, a primavera. La primavera huele a libros nuevos, esa fragancia inefable para la que no existen adjetivos ni sinónimos posibles, el olor que desprenden las flamantes cubiertas plastificadas, la intacta tirantez de los lomos adolescentes, tersos aún, sin una arruga. Los libros viejos, esos que posan sobre la piel una pátina tenaz, amarillenta, huelen igual de bien, pero su aroma es diferente. Los libros leídos huelen a vidas ajenas, misteriosas vidas de desconocidos, hombres de piel áspera, mujeres de uñas pintadas que los sostuvieron entre las manos cuando eran nuevos y olían a primavera, mientras aún desprendían el perfume de los libros recién hechos, papel, tinta y amor. Sobre todo amor.
(…) Si sale a la calle, si se deja guiar por la voluntad del sol en las mañanas lentas, perezosas, de esta primavera con prisas de verano, encontrará más de los que sea capaz de llevarse a casa en media docena de bolsas de plástico. Es posible que ahora mismo le estén llamando, que estén gritando su nombre, hasta sus apellidos, porque aunque usted no se lo crea, ya le conocen. Vaya a su encuentro, no lo dude. Mírelos, tóquelos, respírelos, sucumba a la borrachera de tinta que se desparrama desde el borde de todas las casetas de todas las ferias abiertas en casi todas las ciudades de España, y aspire su perfume. Porque los libros recién hechos huelen bien todo el año, pero cuando su olor se mezcla con el de la primavera, fabrican un aroma muy parecido al perfume de la felicidad.
Ver para crecer
Como en esta columna nos gustan la música y los videos, he seleccionado dos de Chick Corea en los que colaboran bailarines contemporáneos y clásicos, para beneplácito de los bailarines; un fragmento de una escenificación de Porgy and Bess, de Gershwin, para la gente de teatro; y, para todos, un libro musical; la bella pieza de Billy Strayhorn, My Little Brown Book, en dos versiones: la más célebre, grabada por Duke Ellington y John Coltrane a principios de los años sesenta, y una más reciente, la de Terell Stafford, del año 2011
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