Podría ser producto de lo que bulle en la vivacidad del jarocho y su forma de enfrentar las altas temperaturas, el alimento de su música y su habla peculiar, de su alegría inigualable, del contoneo de las caderas macizas de sus mujeres, el maná que les permite percutir el tablado con sus tacones al son de las jaranas; todo ello antoja con solo invocarlo, de no ser porque en varios municipios hay más, mucho más cantinas que escuelas.
Si el censo levantado por el Inegi a petición de la SEP nos mostró una realidad que intuíamos pero no con datos en la mano (el de los aviadores y comisionados), una cifra que también ha arrojado es que en Veracruz hay cinco escuelas por cantina, bebedero, cervecería, bar, depósito de cervezas y expendio de vinos y licores, y que muchos de ellos están a menos de tiro de carabina de los centros escolares.
Si de algo sirve para el contraste, baste decir que el índice nacional es de 10 escuelas por cada comercio de bebidas embriagantes.
En una deliciosa crónica escrita por Nurit Martínez, para El Universal, la periodista veracruzana especializada en educación se ubica en Otatitlán, asiento del Cristo Negro, a orillas del río Papaloapan, y uno de los 11 municipios del país donde predominan los centros de vicio sobre los educativos:
No es el único. A la lista incluida en el Atlas Educativo de la SEP se agregan los municipios de Tlacojalpan (18 cantinas por 5 escuelas), Tuxtilla (5 por 4), Jalcomulco (9 por 8) y Tlilapan (9 por 8). Es decir, casi el 50 por ciento de los municipios con el récord nacional de más cantinas que escuelas. Los seis municipios restantes se ubican en Oaxaca (3), Coahuila (2) y Yucatán (1).
Si los cinco municipios veracruzanos son los máximos exponentes de una ecuación que tiene como resultado alcoholismo (incluso desde la niñez), violencia intrafamiliar y ausentismo escolar, lo cierto es que los 207 restantes no demeritan nuestra fama: cinco escuelas por cada comercio de bebidas espirituosas, contra 10 escuelas en el promedio nacional y 23 en el estado de Querétaro.
Alcoholismo, desde chiquitos
En Otatitlán, nos narra Nurit Martínez, hay 19 cervecerías, bares, depósitos y expendios de vinos y licores, y solo seis escuelas, cinco de ellas de educación básica (públicas) y un bachillerato privado. Ella misma describe la situación en el Santuario:
“A tan sólo 113 pasos de la puerta del kínder Federico Froebel y a 150 pasos del acceso de las primarias Alfonso Arroyo e Ignacio Gutiérrez (…) se encuentra el Cervespacio Cañaveral. Del lado contrario, a la misma distancia, en promedio, se ubica El Rincón Bohemio y 40 pasos más hacia enfrente el bar Pierrot y El Ideal”.
Aunque son estancos para mayores de edad, las propias familias son condescendientes con los menores, de manera que el ambiente festivo y la proximidad de la oferta permiten que una vez cumplida la primera década de vida, los jóvenes experimenten con la cerveza y otras bebidas alcohólicas.
En Tlacojalpan, la hermosa alcaldesa priista Zulma Cruz González no parece darse cuenta del problema que también agobia a su demarcación. Ante la reportera niega que haya tantos bares como dice el censo y solo reconoce uno, aunque sí cinco cantinas. La reportera describe: “El bar-cantina El Hijo de Suchi se encuentra a tan sólo 130 pasos de la primaria Leona Vicario. Para llegar al bar Jacobo hay que dar otros 40 pasos más y el bar Papagayo se localiza 140 pasos de la primaria Emiliano Zapata.”
Aunque los alcaldes señalan que no hay reglamentación o bando de cabildo que regule la instalación de esos puntos de venta, lo cierto es que tampoco lo hay para prohibir la venta de bebidas embriagantes a menores de edad. Solo basta tener dinero para comprarlas.
El problema más grave es que las autoridades educativas de la entidad no contemplan esta situación para integrar estrategias que permitan poner freno al alcoholismo desde edades tempranas.
Todavía peor, las autoridades estatales ni siquiera se han planteado que es necesario trabajar con los ayuntamientos para reducir el número de establecimientos que comercian con bebidas alcohólicas o, al menos, para cumplir con la norma de que éstos no se ubiquen cerca de los planteles educativos.
Partidos paleros y las fichitas que se ganaron
En vergonzosos trances han debido participar los dirigentes de los partidos satélites del PRI por haber cobijado bajo sus siglas a priistas abiertos o embozados para llevarlos al Congreso local.
Al dirigente nacional del Partido Nueva Alianza (Panal), Luis Castro Obregón, le tocó vivir en carne propia la airada protesta de extrabajadores de El Heraldo contra el líder de su fracción, el diputado priista Eduardo Sánchez Macías, el pasado 10 de abril.
Ni él ni su dirigente cameral se esperaban un acto en que se puso en evidencia la absoluta falta de respeto del empresario mediático contra su plantilla laboral, una actitud que ya llevaba una historia completa sin que le hubieran reñido como hasta entonces.
Luis Castro Obregón dijo desconocer la situación en la que se encontraban los trabajadores, pero expresó que exhortaría al diputado a regularizar la situación para que el Panal quede fuera de líos. “Sí podemos hablar políticamente con el diputado y exhortarle a que no nos meta en líos”, dijo tras la ruidosa protesta ocurrida durante una conferencia de prensa.
Renato Tronco Gómez, expanista atraído a las filas priistas por el exgobernador Fidel Herrera Beltrán, es otro personaje que ha dado más dolores de cabeza que triunfos al Partido Verde Ecologista de México (PVEM), bajo cuyas siglas lo impuso el PRI.
Sus continuas faltas a las sesiones de la Legislatura local ya empiezan a causar molestia no solo entre quienes lo llevaron al triunfo sino, incluso, en los demás partidos opositores, quienes ya piden que se llame a su suplente.
El diputado Fidel Robles Guadarrama, del Partido del Trabajo, ya pidió que sea sustituido porque está más interesado en posicionar a su hermano Miguel, quien anda en campaña por la alcaldía de Las Choapas (cuya elección extraordinaria se celebrará el próximo 1 de junio), que en acudir a los debates camerales.
Ha debido salir en su defensa el líder de la fracción verde, Juan Eduardo Robles Castellanos, quien inocentemente dio a entender que le jalarán las orejas al hijo desobediente, cuando todos saben que es un caballo sin brida.
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