Poca preocupación ha mostrado el gobernador Miguel Ángel Yunes Linares por el martirio y asesinato de más de 20 personas en Veracruz tan solo en los últimos días de la semana pasada, 10 de ellos en Xalapa, en homicidios violentos cometidos con un ánimo revanchista por parte de las bandas criminales.

El primero, asesinado el sábado frente al Palacio de Justicia, en la avenida Lázaro Cárdenas, a plena luz del día y en medio del tradicional tráfico intenso que se experimenta poco después de las 13:00 horas. El segundo caso, por la noche del mismo día, abandonados en la avenida Murillo Vidal (también usada hace unos meses para tirar cuerpos destrozados), con un derroche de teatralidad y espíritu sanguinario: nueve cuerpos desmembrados reunidos en una camioneta con la puerta trasera abierta para que rápido se diera cuenta a las autoridades.

A Yunes Linares, la situación de seguridad se le ha salido de las manos. Podría decirse que también al gobierno federal, pero la situación en Veracruz tiene a un solo responsable y ese es el Gobernador, porque aunque en sus reuniones del Grupo de Coordinación Veracruz las fuerzas castrenses y de policía federal expongan propuestas, él es quien finalmente dice cómo ha de atacarse al crimen organizado. Y es evidente que no sabe cómo hacerlo.

Como si sus palabras fueran una sentencia de muerte para más veracruzanos, apenas pasaron tres días de su triunfalista discurso ante los medios, ante los que dijo que la semana había sido más tranquila en materia de violencia criminal, que no habían ocurrido homicidios y que eso representaba un triunfo de la estrategia de seguridad de su gobierno, cuando le respondieron las bandas criminales. Y de qué manera.

Yunes y Duarte, la misma irresponsabilidad

Yunes actúa como Javier Duarte y como el entonces Procurador duartista Reynaldo Escobar. En septiembre de 2011, cuando una banda criminal dejó 35 cadáveres mutilados en dos camionetas abandonadas en el paso a desnivel frente a Plaza Américas de Boca del Río, a unos pasos del hotel en que estaban reunidos procuradores y presidentes de tribunales de justicia del país, Reynaldo Escobar Pérez de inmediato afirmó que todos los asesinados pertenecían a grupos criminales.

Los 9 cuerpos despedazados dejados en una camioneta en Xalapa, con cartulinas con amenazas contra altos mandos de la Secretaría de Seguridad Pública, se unen a los 11 dejados en marzo del año pasado en Boca del Río, en las mismas circunstancias. En ambos casos, el gobernador Miguel Ángel Yunes Linares salió de inmediato a señalar que las víctimas se habían ganado el boleto sin retorno porque también se dedicaban al crimen organizado.

Esa acusación contra personas sin vida la ha repetido en casi todos los casos: son pleitos entre los mismos malosos que realizan ajustes de cuentas y la población civil no debe tener miedo porque solo se están dando entre ellos. Esa ha sido la constante de un gobierno que ha sido incapaz de contener la violencia criminal.

Incluso periodistas, como Gumaro Pérez Aguilando, asesinado el 19 de diciembre pasado, han recibido la sentencia definitiva de parte del gobernador de que murieron por ser criminales, como si con ello el gobierno estatal pudiera deslindarse, uno, del hecho ominoso de que veracruzanos estén siendo asesinados, y dos, de abrir carpetas de investigación para dar con los homicidas.

Si lo sabían, ¿por qué no los detuvieron antes?

Lo extraño, ayer como hoy, es que fue necesario que los ejecutaran para saber a qué banda pertenecían y qué actos criminales cometían en la ciudad. El domingo, horas después de los 10 homicidios, desde Boca del Río el gobernador Miguel Ángel Yunes Linares daba a conocer que se implementaría apenas un operativo con fuerzas federales y estatales en Xalapa luego de la ejecución de diez personas que pertenecían a una banda identificada como “Los Tigrillos” o “Los Tiliches”, dedicada supuestamente al secuestro y otras actividades delictivas en la capital del estado.

Según el mandatario, en el operativo se contará con el apoyo de elementos del Ejército Mexicano, de la Policía Federal y de la Secretaría de Seguridad Pública (SSP), para garantizar la seguridad de quienes habitan en Xalapa, Banderilla y San Andrés Tlalnelhuayocan.

Dijo que la identificación de las diez personas que fueron ejecutadas por otro grupo delictivo en la capital del estado en el transcurso del sábado fue posible gracias a los tatuajes en el cuerpo. “Son personas que se dedicaban a actividades ilícitas y que sabían perfectamente los riesgos que se corren”.

La persona que fue ejecutada en la avenida Lázaro Cárdenas, frente a las instalaciones del Poder Judicial, pertenecía a la misma banda y fue ajusticiada al tratar de escapar de sus captores, añadió.

Tuvieron que exponerse sus cuerpos desmembrados para ser identificados por las autoridades estatales. Lo grave es que, pese a que actuaban en actividades delictivas, nunca fueron tocados por la policía hasta que fueron ejecutados por una banda contendiente.

¿Estos homicidios no afectan a la sociedad porque solo se matan entre criminales? No. El hecho de que haya ejecuciones de esta naturaleza lo único que evidencia es que las bandas criminales están en la ciudad, actúan libremente, extorsionan a la población, secuestran, hacen cobro de piso, trasiegan drogas, asesinan y roban, y para colmo se pelean entre sí por ganarse el territorio.

Pero lo más duro es que la población de Xalapa está aterrorizada. Esta ciudad tradicionalmente conocida por sus espacios educativos y culturales, por sus tradiciones, por la bondad de sus pobladores, está frente a hechos sangrientos insólitos por su crueldad. Ahí puede verse a los vecinos de la avenida Murillo Vidal, en particular de la colonia El Tejar, exigiendo que esa situación termine.

¿Alguien saldrá a las calles tranquilo porque su gobernador dice que solo son ajustes de cuentas entre criminales? ¿De verdad? ¿Acaso los criminales están en la ciudad de vacaciones o toman a Xalapa como un santuario donde poder vivir con sus familias? Por supuesto que no. Están aquí para delinquir, y las víctimas somos los habitantes de la ciudad.

¡No nos hagamos pendejos!

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