Sugerir siquiera que el Partido Revolucionario Institucional (PRI) desaparezca es tan absurdo como pensar en la posibilidad de que dejen de existir el PAN, el PRD –aunque sus militantes hacen hasta lo imposible porque así suceda-, o la pléyade de partidos políticos que aparecen luego de cada elección presidencial. Un sistema de partidos no puede funcionar sin partidos, y si alguien no está de acuerdo con la ideología o desempeño de algunos de ellos, tiene el derecho absoluto de votar por cualquier otro.

Ayer el PRI festejó el 89 aniversario de su fundación. Y resulta que el octogenario partido sigue teniendo los achaques de su edad pero goza de cabal salud. Por eso decidió darse de regalo un festejo lleno de simbolismos que intentan demostrar un cambio de rumbo. El resto será que ese cambio se logre en la nomenclatura, esa que decidió impulsar la candidatura de José Antonio Meade como una forma de preservar el rumbo que se tomó a partir de las reformas estructurales.

En principio, decidieron festejar en casa. Se acabaron los festejos faraónicos en auditorios donde se reunían decenas de miles de priistas de todo el país. Esta vez fue en una especie de petit comité, con la representación mínima necesaria de cada entidad. Pero era una fiesta, por eso no faltaron ni el mariachi cetemista ni la banda sinaloense o el florido estruendo de los petroleros. Era la de ayer una masa que rugía enardecida. Por eso, quien apuesta a la desaparición del PRI, tendrá que esperar más de lo que supone.

Y ahí estaban muchos de los que ya fueron y otros que serán en el futuro; los que ya gobernaron y los que aspiran a hacerlo; a los que los persigue su pasado y quienes persiguen su futuro. Los mismos de siempre y los que nunca habían estado. Pero con una diferencia sustancial: ninguno de ellos estaba más en el presídium. Ayer, el lugar de honor fue para representantes de pueblos originarios, detalle que pasó desapercibido para muchos, hasta que se habló de una revolución en las políticas de desarrollo social.

Fue notoria –aunque explicable- la ausencia de un Presidente de la República que desea que su candidato se fortalezca al interior del Partido. Juntos, Osorio Chong y Manlio Fabio Beltrones aplaudían, tal vez imaginando como sería la escena con ellos en el templete. Ahí sentados junto a una larga fila de ex presidentes nacionales del Partido, donde había dos personajes que jamás imaginaron asistir a un evento así: Juana, la carismática esposa del candidato priista a la Presidencia, y don Dionisio, un hombre sencillo y prudente que observaba con atención a su hijo.

Casi un cuarto de siglo después, Luis Donaldo Colosio sigue siendo el ideólogo más importante del PRI de este siglo, de la misma forma en que lo fue el veracruzano Jesús Reyes Heroles. Y seguramente lo será en tanto los mexicanos sigan teniendo hambre y sed de justicia. La invocación permanente a Colosio sólo se puede explicar por dos razones: el país está en una situación aún peor que la que motivó a Colosio a pronunciar su emblemático discurso, y en consecuencia, el PRI no honró su legado.

No hubo corbatas rojas ni una larga lista de oradores. El escenario sólo fue para José Antonio Meade, el candidato presidencial, quien se despojó una vez más de la rigidez de la imagen de técnico para construir un discurso más cercano a la raza: dijo que él quiere, como todos los mexicanos, un país chingón. “¡Como queremos a México! ¡Lo vamos a construir juntos ese México chingón y juntos vamos a ganar!”, y la flota aplaudió enardecida.

Y para eso, dijo, “yo mero” tiene la cara limpia. No hay escándalos que lo persigan ni negocios que lo comprometan. Meade criticó que se quiera regresar a la época del caudillismo y aseguró que si gana, no permitirá la corrupción. “No vamos a permitir un México de caudillos ni de mesías”. Y tiró la estocada a sus adversarios. “Nadie puede dejar de explicar de qué ha vivido, ningún candidato puede usar la contienda para lavar sus culpas y su dinero, no hay cortina de humo que valga, el que la hace debe pagarla”.

Anunció cuatro puntos para la renovación del partido, entre los que se encuentra, un compromiso la ley, orden y la seguridad con la instauración del nuevo Comité de Ética del partido; el segundo es darle prioridad a la economía familiar; un compromiso con el talento mexicano y la educación gratuita; además del apoyo personalizado a los ciudadanos. No fue una tarde cualquiera; tampoco definitiva. Pero Meade está haciendo su trabajo como se espera que los otros candidatos hagan el suyo.

El PRI nunca ha tenido un Presidente ciudadano. Cuando perdió la presidencia, tuvo que lidiar con un mandatario de oposición, pero lo hizo con sus propios cuadros: los gobernadores y los diputados y senadores que sirvieron de contrapeso lo mismo a Fox que a Calderón. Hoy el escenario es distinto. Habrá que esperar para saber, si en efecto, el PRI ha decidido ser un partido de ciudadanos.

La neta es que más allá de las simpatías políticas, todos queremos un país más chingón.

Las del estribo…

  1. Fidel Herrera va aunque no lo inviten; opina aunque nadie lo consulte. Luego de dos gobiernos de lanzar cohetes –que dejaron a Veracruz peor que un polvorín de Tultitlán-, ahora se dedica a recoger varas. Tuvo mucha paciencia para ser gobernador de Veracruz. Hoy la tiene para intentar convertir en Gobernador a uno de sus vástagos. Y para eso, no necesita senadores priistas que en seis años le disputen la candidatura.
  2. Anoche en el teatro Dolby de Los Ángeles, Guillermo del Toro demostró una vez más -como ya lo habían hecho Alfonso Cuarón y González Inárritu-, que a veces es necesario dejar nuestras raíces para encontrar el éxito en otra tierra. Es emprender una aventura que nos arraiga más a nuestro origen. Sigamos el ejemplo…