A finales de los años cincuenta, cuando tenía dieciocho años, la escritora y fotógrafa británica Valerie Wilmer entrevistó a un músico al que describe tan anodino «como el hipotético vecino de al lado». Su manera de vestir era conservadora, no se emborrachaba cotidianamente, no se drogaba, no golpeaba a su mujer. «En realidad —comenta— lo menos convencional que llevaba era un par de atroces calzoncillos floreados que lucía con poca modestia cuando corría del dormitorio al baño y viceversa». Con nerviosismo e ingenuidad le comentó que le gustaría escribir, algún día, un libro sobre el jazz. «¿Por qué no comienzas ahora» le contestó el baterista Herbie Lovelle. Era su primer encuentro con un jazzista y la pregunta fue un acicate, el banderazo de salida de una persecución de grandes personajes del jazz que alcanzó su primera meta en 1970 con la publicación de Jazz People, libro que recoge conversaciones de la autora con catorce de los jazzistas más notables de la historia.

«Me ha llevado años —comenta en el prólogo— descubrir el camino hacia el corazón de un músico, y en el trayecto me tocó una generosa ración de dolores de cabeza e inconvenientes, pero durante esa época aprendí de la gente de jazz mucho más sobre su música que lo que hubiera podido aprender escuchando cualquier cantidad de conciertos. Algunos me esquivaban antes de que consiguiera acorralarlos, pero la mayoría se prestaba gustosamente. Algunos de los más interesantes me ayudaron a escribir este libro».

Art Farmer, Cecil Taylor, Eddie «Lockjaw» Davis, Thelonious Monk, Billy Higgins, Jimmy Heath, Randy Weston, Babs González, Clark Terry, Jackie McLean, Buck Clayton, Howard McGhee, Joe Turner y Archie Shepp penden de las paredes de esa galería de retratos hiperrealistas en los que los problemas económicos, las drogas, la discriminación racial y hasta el erotismo se amalgaman para dibujar con precisión el auténtico universo del jazz.

Es un libro racista porque, sostiene la autora, «los músicos de jazz son todos hijos del ‹ghetto›, al menos en un sentido figurado. En lo que a ellos respecta, el rostro de la frustración siempre ostenta la misma expresión desesperanzada. La existencia del negro está más que repleta de la materia prima que ha inspirado la más vital y tremendamente emocional de todas las artes; está sumergida en ella (…) por bueno, grande, emocionalmente conmovedor o estéticamente estimulante que pueda ser un músico blanco en particular, su papel por lo general se reduce al de un imitador». Para validar su afirmación, cita al pianista Randy Weston: «No me importa si Gary Burton es un buen ejecutante de vibráfono, ni si Jack Teagarden tocaba bien el trombón, eso no tiene ninguna importancia. El hecho es que la fuente creadora de esta música siempre ha provenido del pueblo negro».

Con evidente desconcierto, cuando revisó el borrador del libro, Eddie «Lockjaw» Davis le preguntó por qué se empeñaba en incluir episodios relacionados con las drogas si había más médicos que músicos drogadictos. «Hay quienes reaccionarían del mismo modo que él —reflexiona la autora—, pero todo el que haya estado en alguna medida integrado a la vida del jazz, conoce muy bien el papel destructivo que han estado jugando los narcóticos en la historia de esta música. Todas esas sesiones de grabación repetitivas y opacas, hechas apresuradamente cuando el músico necesitaba dinero para alimentar un hábito que lo carcomía, o la aparición en un club o en un concierto de un músico vacilante que no alcanza el nivel de la reputación que le dieron sus grabaciones; todo ello, para no mencionar también la destrucción de tantas vidas a medio vivir, lleva al estigma nefasto de la hipodérmica».

«Así, pues —continúa—, aun cuando puede parecer que no viene al caso la insistencia en cuestiones no musicales (…), se les asigna aquí un destacado lugar porque perturban la vida de la gente de jazz y, por lo mismo, también, el curso seguido por esa música».

«Existe un cierto número de músicos mezquinos y despreciables —concluye—, pero en líneas generales la gente de jazz es tan cálida y generosa como lo es su música. Por momentos he deseado que fueran todos igualmente fáciles en su expresión con Sheep o el extinto Rex Stewart, observadores despiadados como Eddie Davis, o penetrantes como Art Farmer; pero en tanto no sea víctima del ‹put-on›, una técnica de exageración y engaño que los músicos reservan para el no iniciado, no tengo ningún motivo de queja».

El libro concluye con la entrevista que mejor define al personaje convocado a comparecer:

El que se escapó

«¡Más tarde!»

«Pero, señor Davis…»

«Mira, chiquilla, cuando digo ‹más tarde›, eso significa ¡MÁS TARDE!»

*    *    *

Wilmer, Valerie. Gente del jazz. Traducción de Gerardo V. Huseby. Editorial Víctor Lerú S.A., Argentina, 1973.

 

 

 

CONTACTO EN FACEBOOK        CONTACTO EN INSTAGRAM        CONTACTO EN TWITTER