Como cada inicio de año, el gobierno de Veracruz se escuda tras el espejismo del turismo para establecer que este sector es la importante palanca de desarrollo que puede amortiguar el nulo crecimiento de los sectores primario y secundario.

Tras la celebración de la Fiesta de la Candelaria en Tlacotalpan, pronto vendrán el Carnaval de Veracruz y la Cumbre Tajín y, en medio de esa vorágine de festividades de dudoso arrastre de turistas, nos topamos ahora con la petición de organismos no gubernamentales de que el Hay Festival no se celebre más en Xalapa, como si su cancelación pudiera mejorar en maldita la cosa los niveles de inseguridad que vivimos los periodistas veracruzanos.

Pero, vayamos por partes.

Ni duda cabe que Veracruz tiene una escondida vocación turística. Ya se entreveía en las legendarias películas mexicanas de la época del presidente Miguel Alemán, que mostraban las bellezas entonces guardadas con recelo por la vegetación y la falta de vías de comunicación, así como la cultura vernácula que –por desgracia o por fortuna– nunca logró postular su música, su danza y su habla en la identificación del mexicano.

Acapulco, más cercano a la avidez de mar de los habitantes del altiplano y al entusiasmo inversor del propio Miguel Alemán y de empresas nacionales y extranjeras, le robó desde entonces el negocio de las olas y las brisas marinas. El Pacífico ha tenido siempre una gran ventaja sobre el Golfo de México: tiene más días de sol que los que ofrece esta vertiente, visitada por los frentes fríos que impiden vaticinar unas buenas vacaciones.

Los Altos de Jalisco, su música vernácula, su vestimenta y su cultura machista le quitaron al son jarocho, a las bellas morenas tostadas por el sol y a los pescadores bravíos pero románticos, la posibilidad de colocarse como el ideal de mexicano que se quería exportar, cuyo máximo revuelo se dio en las películas de la época de oro del cine mexicano.

Solo turismo nacional y regional

Que se sepa, Veracruz nunca ha figurado como un punto atractivo para el turismo internacional, a no ser el científico, de negocios y aventura. Ha sido, ciertamente, y no solo el Puerto sino sobre todo las playas de Tuxpan, Tecolutla y Costa Esmeralda, el destino del turismo nacional de bajos ingresos, el que llega por carreteras dignas de una película de terror, para enfrentarse a paisajes hermosos pero carentes de buenos servicios.

Por eso sorprende que la Secretaría de Turismo, Cultura y Cinematografía se solace con las cifras crecientes de turistas que, en los últimos cuatro años, habrían elevado las expectativas del sector como una fuente inmarcesible de divisas y empleos. Las estadísticas, divulgadas a principios de 2015 con bombo y platillo mediante gráficas en que la línea ascendente cobra vida y prácticamente dobla cada año la población nativa, parecen más bien engañosas.

En primera, porque la derrama económica apenas representa poco más del 3 por ciento registrado en el país y, en seguida, porque el 95 por ciento de los turistas que permiten una discreta ocupación hotelera en determinadas ciudades y temporadas son nacionales e, incluso, oriundos del estado que se trasladan por nuestra geografía por cuestiones de trabajo o de estudio.

El turismo, ¿una panacea?

Pese a ello, carente de finanzas públicas sanas, el gobierno de Javier Duarte de Ochoa se ha decantado desde su inicio por resguardarse tras la sinergia de este sector para lograr contener –ya hemos visto que sin éxito– la caída de la economía estatal, producto de la exorbitante deuda y la casi nula inversión pública.

Desde su primer año de gobierno, en medio de una inédita escalada de violencia, Duarte le apostó a dinamizar la economía regional, afectada por desatendidos fenómenos meteorológicos, mediante el apoyo a las festividades más emblemáticas: la Fiesta de la Candelaria en Tlacotalpan, el Carnaval de Veracruz y la Cumbre Tajín.

Lo ha hecho arrebatando festividades que son de índole popular, como la de la Candelaria, mediante la modificación de patrones culturales propios, aislando las expresiones vernáculas a un segundo plano, despojando a sus habitantes de su fiesta e imponiendo variantes culturales exógenas, con el ánimo de convertirlas en escaparates sin identidad que atraigan el turismo del desmadre.

¿Y el turismo internacional?

Mientras en 2014, sin contar diciembre, el número de turistas de otros países que llegó a México creció en un 19 por ciento respecto del año precedente, con un alza de 18 por ciento en ingresos, según datos de la Organización Mundial de Turismo (OMT) de las Naciones Unidas, Veracruz no ha sido ni será un atractivo para los turistas extranjeros, el mayor generador de riqueza.

En 2011, el turismo internacional habría dejado en la entidad divisas del orden de los 365 millones de dólares, cuando en 2008, los ingresos nacionales por turismo se calcularon en 13 mil 300 millones de dólares; ello nos da idea de que no llegamos ni al 3 por ciento del pastel, pese a tener unos 700 kilómetros de litoral y contar con paisajes costeros, montañosos, mucha cultura y tradiciones maravillosas.

Es cierto que las mayores inversiones privadas, descontando las aplicadas al sector de la petroquímica, se han enfocado en la construcción de infraestructura hotelera y que se han multiplicado las rutas aéreas. Sin embargo, todas ellas se han aplicado por el crecimiento en la movilidad turística nacional y en áreas muy restringidas, particularmente la zona conurbada Veracruz-Boca del Río.

La secretaria de Turismo, Claudia Ruiz Massieu, declaró el 23 de enero pasado que importantes grupos hoteleros, como Marriott, Hilton o IHG, prevén ampliar su inversión en México no solo en zonas de playa y grandes ciudades, sino también ciudades intermedias y en zonas impactadas por la reforma energética como el sur de Veracruz, particularmente Coatzacoalcos, y Tabasco. Sin embargo, a la luz del frenazo que ha significado la baja en los precios internacionales del petróleo, es muy posible que estas inversiones también sean postergadas.

Cultura, esa estrella olvidada

Hace ya tiempo que en México, la cultura y las artes pasaron a formar parte de un concepto global que, sobre el fomento a la creación y el empoderamiento social, privilegia a la industria turística.

Veracruz no escapa a esa tendencia, sobre todo a partir de que en el gobierno de Fidel Herrera Beltrán, el área cultural se desprendió del sector de Educación para integrarse al de Turismo.

A partir de entonces, con mayor claridad, la tendencia hacia la organización de eventos culturales como soporte a la atracción de visitantes ha limitado y, en algunos casos, cancelado, el impulso a las empresas culturales nativas, el fomento a la creación cultural y artística y el financiamiento de proyectos culturales propios.

El Índice de Capacidad y Aprovechamiento Cultural de los Estados (ICACE), creado por Numismae Consulting, liderado por Ernesto Piedras, si bien ubica a Veracruz en el séptimo lugar en desempeño, como parte de los nueve más altos, y en materia de demanda e infraestructura lo coloca por encima de la mayoría de las entidades del país, en el tema de oferta se cae hasta el lugar número 28.

¿Qué significa esto? Que pese a contar con infraestructura que le ubica en el quinto puesto y estar en el noveno en demanda, el presupuesto cultural per cápita, la población económicamente activa del sector y la remuneración promedio de los artistas, entre otros factores, nos arrojan al final de la tabla, apenas superando a Tabasco (29), Durango (30), San Luis Potosí (31) y Chiapas (32).

Este estudio, realizado en 2010, puede remitirnos más bajo en materia de oferta en los próximos años, habida cuenta de que la Secretaría de Turismo, Cultura y Cinematografía, así como los ayuntamientos y las instituciones de educación superior, están poniendo el mayor énfasis en los eventos ventana, aquellos que nos muestran como centros de consumo, destinando un nulo presupuesto a la producción local.

Nunca como hoy, es cierto, Veracruz ha sido escenario de festivales de la mayor trascendencia. Sin embargo, pese a que algo deja, muy poco o nada se está haciendo por fortalecer a nuestras industrias culturales y a la promoción de nuestros propios valores. Una visión más equilibrada sería deseable e, incluso, urgente.

¿Por qué cancelar el Hay Festival?

En el Hay Festival de 2014 en Xalapa, el escritor británico Salman Rushdie dijo que la sociedad debe hallar la forma de proteger mejor a los periodistas; su labor, añadió, es una forma de literatura heroica sin la cual el mundo no se enteraría de lo que ocurre. “Es muy claro que los periodistas son blancos ilegítimos en muchos campos de batalla y, aun así, si ellos no hicieran su trabajo, nosotros no sabríamos nada”.

Con ello, el autor cuya novela Versos Satánicos le valió una condena de muerte de los grupos radicales islamistas, se refirió a un tema caliente en el contexto inmediato de este festival internacional, que eligió a nuestra ciudad como una de sus sedes internacionales.

Desde ese octubre del año pasado, algunas voces de intelectuales mexicanos se alzaron para reprobar que el Hay Festival se realizara en Xalapa. Era una forma de condenar la escalada violenta que, a la fecha, se ha cebado con 11 periodistas, asesinados en el marco de una insolente despreocupación del gobierno de Javier Duarte por asegurar su libertad y su vida y, lo más grave, por hacer muy poco por que dichos delitos no queden en la impunidad.

Ayer, un grupo de organismos no gubernamentales del país y el extranjero formalizaron la petición oficial para que se cancele el Hay Festival 2015, un evento que ha permitido enriquecer la cultura y las artes de los veracruzanos y, en especial, de los habitantes de una ciudad donde el principal ingrediente es la creatividad.

¿Quiénes serían los únicos afectados por la cancelación de ese encuentro irrepetible en que es posible tener de viva voz a los escritores, intelectuales y artistas más destacados del mundo en una ciudad que cada vez se topa con el desdén de las autoridades estatales y municipales hacia la cultura y donde la propia Universidad Veracruzana ha cancelado proyectos importantes como el Festival Internacional JazzUV?

El gobierno del estado se ahorraría unos 7 millones de pesos y, ante su desvergüenza, difícilmente le resultaría un acicate para velar por la seguridad de los periodistas, como otras acciones se las ha pasado por el arco del triunfo cuando se trata de la seguridad de miles de veracruzanos que han terminado incluso en fosas clandestinas. Por tanto, los únicos agraviados seríamos los veracruzanos.

Por eso, en lo particular, no respaldo la petición.

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