Por Patricia Ivison

Si no fuera tan sensible mi vida sería, tal vez, más sencilla y despreocupada; sin quebrarme tanto por el dolor, la muerte, la injusticia, las vicisitudes de la vida propia, compartida y ajena. También, si no fuera tan sensible, me perdería de percibir la belleza y maravillas del mundo –humano y no humano- y, muy probablemente, no apreciaría el arte, ni sería músico, ni me apasionaría tanto lo que hago, que es compartir mi canto y la docencia.

Hace tiempo que escribo y por momentos deja de gustarme hacerlo. Porque una cosa es expresar lo que una piensa y siente en un texto y otra, muy distinta, es procurar aportar algo a los demás. De pronto me encontré redundante y preguntándome qué intento hacer cuando comparto un texto o una reflexión. Jamás me he considerado pretenciosa y aunque siempre he disfrutado de la escritura –además de considerarlo un ejercicio sano y necesario-, siento un profundo respeto hacia quienes se dedican a ello y lo consideran su vida, ya sea literaria o periodística, y que nos aportan tantas reflexiones valiosas, que enriquecen nuestra vida con talento, agudeza, con propuestas retóricas e ideológicas sensibles, críticas e inteligentes. No es un asunto de híper exigencia, sino de congruencia. Han pasado tantas cosas durante los últimos meses que hoy más que nunca encuentro necesario invertir tiempo, estudio, cabeza, alma y corazón a mi quehacer cotidiano para que no caiga en la inercia del desencanto y la cotidianidad. Zapatero a sus zapatos, pues.

Si no fuera tan sensible, tal vez no me importaría vivir en un país cuyas cúpulas de poder se sienten desconectadas de todos y todo a su alrededor. No me importarían las reformas estructurales que lejos de resolver problemas, los han acrecentado al dejarse llevar por su ambición y cegado ante la realidad de su inoperancia y caducidad. No me importarían los recortes a educación, salud y cultura, o a proyectos de carácter social y no clientelar, ni me importaría el incremento en los gastos de la Presidencia o los viajes oficiales, ni el uso de recursos públicos para cuestiones personales. No me importarían la indiferencia y apatía con que algunas personas se conducen por la vida, mientras todo esté bien para ellas o ellos. Si no fuera tan sensible, tal vez me resignaría y no concebiría que una realidad distinta es posible, sin utopías ni romanticismos, simplemente con un poco de sentido común y ética social que den rumbo a la construcción de un país y un mundo viable para todas, todos y para el entorno que nos sustenta.

Y cuando de pronto me quiebro ante la noción de mi sensibilidad, canto en una plaza con mis compañeros, recuperando la dignidad y el sentido de identidad y de comunidad. Entonces me encuentro trabajando en un salón sabiendo que tengo enfrente a un ser humano transparente y con muchas habilidades e inquietudes por florecer. Entonces canto o toco en una sala ante dos mil personas, en un café, o en una iglesia, a coro, como solista, en ensamble, en un fandango y veo cómo eso reconforta o acompaña, veo cómo pueden tocarse o cambiarse vidas para bien… y todo tiene sentido.

Hoy, más que nunca, me siento comprometida con lo que hago y las razones que me mueven. Tengo mucho qué aprender y qué aportar a un mundo ávido de sentirse vivo y acompañado, de recuperar la esperanza y la fortaleza que da el no sentirse aislado, abandonado, ni olvidado. Así que dejaré la escritura para volcarme a la música, a la enseñanza y a lo que pueda aportar con ellas. Porque la vida me ha dado tanto y por cada uno de los hermosos seres humanos que he conocido a lo largo de mi existencia, iluminando mi camino y mostrándome una y otra vez, que con honestidad y entrega es posible hacer una diferencia.

Gracias, Formato 7, por este espacio. Gracias Álvaro, por invitarme y alentarme. Gracias Luis y Bullo, quienes con amor y alegría me ofrecieron su guía en esta aventura. Gracias, Arturo, por tu interés y consejo. Y finalmente, gracias a todos quienes me leyeron, me escribieron, me cuestionaron y enriquecieron mi punto de vista. Gracias por todo lo enseñado y por todo lo compartido.