A partir de 1996, cada 23 de abril se celebra el Día Internacional del Libro y los Derechos de Autor, la fecha fue elegida por la UNESCO por tratarse de «un día simbólico para la literatura mundial ya que ese día en 1616 fallecieron Cervantes, Shakespeare e Inca Garcilaso de la Vega. La fecha también coincide con el nacimiento o la muerte de otros autores prominentes como Maurice Druon, Haldor K.Laxness, Vladimir Nabokov, Josep Pla y Manuel Mejía Vallejo». Más allá de las imprecisiones —Cervantes murió el 22 y Shakespeare el 23, pero del calendario juliano, fecha que equivale al 3 de mayo en el calendario gregoriano—, efectivamente se trata de una fecha simbólica y, por ende, ideal para celebrar a los libros.

Al mundo literario, y a los cafés y las calles, especialmente Pino Suárez, del centro de Xalapa les hace mucha falta una presencia entrañable, la de Sergio Pitol. El escritor, el intelectual, el traductor y el ensayista estarán eternamente en sus libros, lo que lacera es la ausencia del gran ser humano que, según afirma Juan Villoro en la columna que publica en El País, «hizo de la amistad una religión. A contrapelo del escritor que requiere de aislamiento, buscó a los demás con insólita vocación gregaria».

En su discurso de recepción del Premio Cervantes, el poblano de nacimiento pero de corazón veracruzano habló de la obra cumbre de nuestra lengua :

«Uno de los ejes fundamentales de El Quijote consiste en la tensión entre demencia y cordura. En la primera parte de la novela sus andanzas terminan en desastres, se extravían a cada momento, en cada aventura el cuerpo de don Quijote yace descalabrado, apaleado, pateado, con huesos y dientes rotos, o sumido en charcos de sangre. Esos acontecimientos hacían reír a sus contemporáneos, quienes leían el libro para divertirse. Lo cómico allí es aparente, pero en el subsuelo del lenguaje se esconde el espejo de una época inclemente, un anhelo de libertad, de justicia, de saber, de armonía».

Afirmación que puede hacerse de su propia obra, en su ensayo Reflexiones acerca de la novela Domar a la Divina Garza, de Sergio Pitol, y su articulación con las ideas de Mijail Bajtin, Nora Letamendía reflexiona:

«Leer Domar a la Divina Garza (1988), de Sergio Pitol, es zambullirse de lleno en el exceso, la deformación grotesca, la entronización de la sátira y el contraste entre el humor y la solemnidad».

En el texto citado, Villoro afirma: «Sergio Pitol creía en los demás con una ‹fe de carbonero›, como él decía. Su impresionante obra corrió al parejo de su gusto por divertirse a expensas de unos y en sintonía con otros. La comedia humana alimentó su escritura y le brindó, en las más arduas circunstancias, el imbatible remedio de la risa».

Su presentación de la colección, dirigida por él, Biblioteca del Universitario de la Editorial de la Universidad Veracruzana, es un monumento a la palabra, especialmente la escrita, qué mejor manera de celebrar a ambos, al escritor y al libro, que con unos fragmentos de ese texto:

«En una obra de Mijaíl Bajtín leí una aseveración en que pocos han reparado. Dice este excepcional teórico ruso que el más grande don que el mundo nos ofrece al nacer es una lengua acuñada, desarrollada y perfeccionada por millares de generaciones anteriores. Hemos, los humanos, recibido la palabra como una herencia mágica. Uno sabe quién es solamente por la palabra. Y nuestra actitud ante el mundo se manifiesta también por la palabra. La palabra, tanto oral como la escrita, es el conducto que nos comunica con los demás. Le permite salir a uno de sí mismo y participar en el convivio social (…)

«La literatura, como toda rama de la cultura, no conoce límites; su territorio es inconmensurable, y a pesar de todos los esfuerzos que se haga no podrá conocer más que una porción minúscula de aquel inmenso espacio.

«En la zona donde yo me muevo mejor, la novela, el lector tiene la posibilidad de viajar por el espacio y también por el tiempo y conocer el mundo y sus moradores por su presencia física tanto como en su interioridad espiritual y psicológica. Leer es conocer Troya a través de Homero, y el periodo napoleónico por Stendhal, el surgimiento triunfal del mundo burgués en la Francia de la primera mitad del siglo XIX, por Balzac, y todo ese mismo siglo en España, cargado de múltiples peripecias por Pérez Galdós, las condiciones sociales de la Inglaterra victoriana por Dickens, la épica escocesa por Walter Scott y el sofocado mundo colonial británico por Joseph Conrad. Sabemos lo que sucedía en el México de Santa Anna por Inclán y en el de la Revolución a través de Martín Luis Guzmán, José Vasconcelos y Mariano Azuela, y de esa manera, por la novela, podemos vislumbrar muchos, muchísimos fragmentos del mundo, los que queramos, no sólo las situaciones histórico-sociológicas en un país y una época determinados, sino además las modulaciones del lenguaje, y el acercamiento a las artes plásticas, a la arquitectura, a la música, a los usos y costumbres, al imaginario de ese espacio y ese tiempo que elegimos.

«Leer es uno de los mayores placeres, uno de los grandes dones que nos ha permitido el mundo, no sólo como una distracción, sino también como una permanente construcción y rectificación de nosotros mismos. Reitero la invitación, casi la exhortación, de mantenerse en los libros, gozar del placer del texto, acumular enseñanzas, trazar una red combinatoria que dé unidad a sus emociones y conocimientos. En fin, el libro es un camino de salvación. Una sociedad que no lee es una sociedad sorda, ciega y muda (…)

«La palabra libro está muy cercana a la palabra libre; sólo la letra final las distancia: la o de libro y la e de libre. No sé si ambos vocablos vienen del latín liber (libro), pero lo cierto es que se complementan perfectamente; el libro es uno de los instrumentos creados por el hombre para hacernos libres. Libres de la ignorancia y de la ignominia, libres también de los demonios, de los tiranos, de fiebres milenaristas y turbios legionarios, del oprobio, de la trivialidad, de la pequeñez. El libro afirma la libertad, muestra opciones y caminos distintos, establece la individualidad, al mismo tiempo fortalece a la sociedad y exalta la imaginación. Ha habido libros malditos en toda la historia, libros que encarcelan la inteligencia, la congelan y manchan a la humanidad, pero ellos quedan vencidos por otros, los generosos y celebratorios a la vida, como El Quijote, La guerra y la paz, de León Tolstoi, las novelas de Pérez Galdós, todo Dickens, todo Shakespeare, La montaña mágica de Thomas Mann, los poemas de Whitman, los ensayos de Alfonso Reyes y la poesía de Rubén Darío, López Velarde, Carlos Pellicer, Pablo Neruda, Octavio Paz, Antonio Machado, Luis Cernuda y tantísimos más que continúan derrotando a los demonios. Si el hombre no hubiese creado la escritura, no habríamos salido de las cavernas. A través del libro conocemos todo lo que está en nuestro pasado. Es la fotografía y también la radiografía de los usos y costumbres de todas las distintas civilizaciones y sus movimientos. Por los libros hemos conocido el pensamiento sánscrito, chino, griego, árabe, el de todos los siglos y todas las naciones».

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