El 8 de julio de 1976 era jueves, me acuerdo muy bien porque los jueves preparábamos los sobres con el pago de los mil 702 trabajadores (cooperativistas y eventuales) de redacción, administración, talleres y jubilados del periódico Excélsior.

Ese día vi a Julio Scherer tres veces; la primera cuando pasó frente a la Caja General donde laborábamos ocho personas y nos saludó con un ademán de su mano izquierda. La segunda en plena Asamblea tratando de hablar inútilmente ante una jauría de cooperativistas ensombrerados y amenazantes. Y la tercera cuando salió (para no regresar jamás) del edificio de Reforma 18 del brazo de Gastón García Cantú y Abel Quezada.

Ese día se cometió el enésimo atraco contra la libertad de expresión en este país. Luis Echeverría estaba literalmente hasta el gorro de las críticas de Excélsior a su gobierno y urdió junto con su esbirro Regino Díaz Redondo echar al director del diario.

Y lo echaron, pero no lo pararon.

Cuatro meses después y aun con Echeverría en el poder, Scherer y sus expulsados sacaron a la luz el primer número del semanario Proceso que se ha convertido en un símbolo de la libertad de expresión en América Latina. Y el nacimiento ocurrió más o menos por el tiempo en que Andrés Manuel López Obrador era fósil de la UNAM.

Proceso y medios independientes que le sucedieron fueron la caja de resonancia donde el tabasqueño dio a conocer su pensamiento y sus proyectos para México cuando llegara a la presidencia. Ahora está peleado con casi todos.

Andrés Manuel es un enamorado de la libertad de expresión y la practica todos los días desde el púlpito de sus conferencias mañaneras. Pero no la tolera en boca ajena.

Este jueves sacó al intolerante que lleva dentro y estalló contra los reporteros que cubren sus conferencias. Como no le gustaron las preguntas que le hicieron sobre el fracasado operativo de su gobierno en Culiacán, echó mano de una frase que acuñó Gustavo Madero contra los medios que atacaban a su hermano Francisco, entonces presidente de la República: “Le muerden la mano a quien les quitó el bozal”, y se las restregó en la cara a los compañeros.

Gustavo tenía razón. Don Porfirio le puso a la prensa un bozal por más de 30 años hasta que Francisco I Madero subió al poder y se los quitó.

Si algo hizo el chaparrito fue respetar la libre expresión de todo mundo, cosa que no ha hecho el autoritario Andrés Manuel que quiere reporteros dóciles y sumisos.

En sus labios la frase de Gustavo es un vil chantaje porque está dando a entender que la libertad de expresión se la debemos a él. Y eso es una falacia.

La semilla de esa libertad la pusieron miles de jóvenes en 1968. Y Proceso, La Jornada, El Economista, El Financiero y Milenio (por poner unos ejemplos) son parte de esos frutos.

Si Francisco I Madero quitó el bozal a medios y periodistas, Andrés Manuel quiere volvérselos a poner porque es antiliberal y ultraconservador.

Este jueves lo reporteros se le alebrestaron y lo sacaron de sus casillas al grado que cometió el gravísimo error de poner en la mira de los delincuentes a un coronel que cumplió órdenes y a su familia.

En ninguna parte del mundo un presidente expone así la vida de un militar. La excepción es México donde tenemos un mandatario que no tolera a periodistas insumisos y siente un desprecio infinito por las Fuerzas Armadas.

Malo por él porque si quería parecerse a Madero se nos está desdibujando mucho.

bernardogup@nullhotmail.com