Concebida y criada bajo los influjos de la música, Rosy Gutiérrez no podía sino hacer de esa pasión, que le fue inoculada desde el vientre materno, el leitmotiv de su vida. Inspirada por su padre, el violinista de la Orquesta Sinfónica de Xalapa Rodolfo Gutiérrez, desde niña se enamoró de la música clásica e ingresó al Conservatorio, antecedente de la Facultad de Música, donde se introdujo en la exploración del violonchelo y del piano, instrumentos que fueron desplazados por el que habría de cultivar definitivamente, la voz.
Su ingreso al Coro de la Universidad Veracruzana y su participación en un ensamble vocal de música sacra, parecían marcar un camino en la música académica, pero la invitación del entrañable Sergio Martínez, el Picos, para internarse en los vericuetos de la música popular, le develó un nuevo sendero que ha recorrido durante muchos años. El próximo martes ofrecerá un concierto, de ello nos hablará mañana, en esta entrega nos narra sus orígenes y sus primeros pasos en la música.

De la tierra del rebozo a un atril portentoso

Nací en Xalapa, Veracruz. Mi papá era violinista, asistente de concertino de la Orquesta Sinfónica de Xalapa durante más de 35 años, mi mamá es contador público y auditor pero amante del quehacer de mi papá. Mi papá era de Santa María del Río, San Luis Potosí, la tierra del rebozo. Cuando era niño, el sacerdote del pueblo, al ver que había muchos vicios mandó buscar a un maestro de violín de San Luis Potosí para que le diera clases a los niños, de ahí salieron muchos músicos, entre ellos papá, Rodolfo Gutiérrez. Ahí aprendió a tocar el violín y salió del pueblo antes de los 19 años, estuvo un poquito más de un año con la Orquesta Sinfónica de Guanajuato y de ahí, a los 20 años, vino a formar parte de las filas de la Orquesta Sinfónica de Xalapa. Entró en el último atril de los violines segundos pero era muy talentoso, a pesar de que no tuvo estudios formales sino que estudió con un solo maestro, terminó siendo el asistente del concertino durante muchísimos años, fue brazo derecho de Luis Herrera de la Fuente y muy amigo de Roberto Bravo Garzón.

Pétalos y notas

Desde muy pequeña me encantó la música, papá nos ponía a escuchar música y a ver las flores que había en el jardín, esa era la tarea que nos dejaba. Papá sembró en mí y en mis hermanas el amor y el respeto, primero, por la Sinfónica de Xalapa, para él era un ritual, antes de irse a los conciertos, sacar el frac, el moño, las mancuernillas, todo eso. Nosotras íbamos a los conciertos de los domingos, en aquel tiempo, la Sinfónica de Xalapa daba conciertos los viernes en la noche y los domingos al medio día, a esos conciertos, la mayoría de los músicos llevaban a sus esposas y a sus hijos.
Muchos de los hijos de los músicos entramos al Conservatorio, en aquel tiempo no era Facultad. Primero estuvo en Sebastián Camacho pero a mí ya me tocó en Juárez, como no era facultad, los grupos no eran homogéneos, yo tenía nueve años y tenía compañeros de 15 o de 20 años. No había exámenes ni nada. Estudié violín y cello y después incursioné en el canto.
Más tarde me apasionó mucho la metodología Suzuki para piano y para voz, la empecé a manejar y cuando la conocí a profundidad vi que realmente mi papá, sin saberlo, me había dado esa metodología que consiste en la observación y la imitación y, sobre todo, que se hace en el núcleo familiar, donde los padres hacen la gran labor de incitar al niño a escuchar buena música para que se vayan despertando las habilidades que tienen, es una cuestión como de explorar las artes desde niño.

A voz en cuello

Me dediqué al canto, en el 89 entré al Coro de la Universidad Veracruzana. Siempre me gustó mucho la polifonía vocal y la música sacra, en los 90 formamos un quinteto vocal, en la voces femeninas estábamos las hermanas Socorro y Cecilia Perfecto Toro, Elba Flores, hija de Cecilia, que es una gran voz, una de las mejores mezzosopranos, y yo. En la voces masculinas estaban Estaba Enrique Munguía, un tenor egresado de la Facultad de Música y Daniel Cervantes, un excelente bajo, de México, que estuvo un tiempo en el Coro pero ya sabes que, a veces, en el Coro de la Universidad los talentos estorban, entonces le dieron aire. Éramos seis personas pero íbamos cambiando las voces femeninas dependiendo de la obra. Hicimos muchos conciertos, festivales, presentaciones pero, lamentablemente, la cuestión de los recursos siempre ha sido un poquito complicada para los grupos que se van creando.
Dejé el cello, sigo el piano con la metodología Suzuki pero realmente la profesión que tomé y lo que me apasiona el día de hoy es el canto. También doy clases en Centro de Iniciación Musical Infantil (CIMI).
En los últimos nueve años he estado saliendo por cuestiones de trabajo y en los últimos cuatro años giré mi actividad, se puede decir que dejé un poquito de lado lo del canto, hoy me arrepiento pero espero retomarlo a partir del próximo año como lo hacía antes, que era mi plan «A» para sobrevivir en este mundo tan caótico que nos asfixia casi todos los días.

(CONTINÚA)

 

SEGUNDA PARTE: Latir mexicano, el concierto

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