Para muchos, yo entre ellos, la crónica es el más bello de los géneros periodísticos porque roza los linderos de la literatura. En una entrevista concedida al portal Iletrado pero cuerdo, Juan Villoro afirma que la crónica es un ornitorrinco «porque el ornitorrinco tiene la característica de parecer la suma de distintos animales. Podría parecer un pato, un castor, un marsupial… y, sin embargo, no es ninguno de estos animales. A semejanza del ornitorrinco, la crónica se beneficia de muchos géneros literarios a condición de no ser ninguno de ellos. Tiene algo del relato, del reportaje, del ensayo, del libro de memorias, incluso del teatro por el manejo de los diálogos y las declaraciones, pero es diferente. Entonces, así como el ornitorrinco parece muchos animales posibles, y resulta genuino como un animal distinto, la crónica, que también se asemeja a muchos géneros, es en realidad un género propio».

Cada vez es más común que la premura informativa ocupe el tiempo de la reflexión, el análisis o la narración lúdica de los hechos, ser reportero o ser analista o cronista, pareciera ser el dilema de estos tiempos. Sin embargo, aún perviven algunos periodistas que, aunque sometidos a los rigores del diarismo, le roban tiempo al sueño, a la familia o las más íntimas manías para entregárselo a la tarea de revestir de asombro lo que parece cotidiano, de rastrear la magia entre los fierros oxidados de los días o en los círculos concéntricos de la rutina. Édgar Ávila Pérez es uno de ellos, el actual corresponsal de El Universal en Veracruz, Puebla y Tamaulipas, y colaborador de la agencia española EFE, aun en el fragor del alzamiento zapatista, conflicto en el que fue corresponsal de guerra, ha sabido dotar de color y pulsaciones vitales a lo que informa.

Hace exactamente un año (diciembre de 2016), la editorial AguArena recogió 24 de sus crónicas y las publicó bajo el título Pequeñas quimeras. Crónicas y entrevistas periodísticas. El viaje inicia en la región del Totonacapan, entre el aroma de las mujeres de humo, niños que se inician en el rito de los Voladores de Papantla y «una de las primeras mujeres que incursionó en el arte de volar», y termina en las orillas de Mata Clara, comunidad perteneciente al municipio Cuitláhuac, Veracruz, donde una anciana «orgullosamente negra» rememora las hazañas de Yanga, «el primer gran liberador de América».

Entre esos dos linderos, se despliega un abanico de historias en las que cinco voces consagradas -las de Édgar Dorantes, Sergio Pitol, Ricardo Benet, Enrique D’flon Kuhn y José Luis Rivas- coexisten con las de una pléyade de oficiantes de pequeñas proezas cotidianas: la labranza de la piedra volcánica, la nobleza los perros que fungen como rescatistas en las montañas nevadas o como terapeutas de niños especiales, el ingenio de un veterinario constructor de aparatos ortopédicos para animales lisiados, las manos prodigiosas de una mujer que sin conocimiento alguno de medicina, sutura a un migrante y le salva la vida, el desparpajo de un sepulturero que no respeta a los muertos porque ellos no lo respetan cuando los está cargando, el temple de una embalsamadora que no se inmuta cuando cumple su labor: embellecer cadáveres, la memoria de un hombre que en 1935 fundó una talabartería en cuyos muros «se guarda un pedacito de la historia política de México», el dolor añejo de un alpinista que sobrevivió a una avalancha en los años 50, la fuerza sobrenatural de un sacerdote exorcista.

Con meticulosidad de artesano, Ávila Pérez busca las aristas más destacadas de cada historia para lijarlas, pulirlas y poner los toques de color que hagan destacar sus virtudes. Tal es el oficio del periodista que, mediante el manejo cabal de la palabra, logra que nos aproximemos a la realidad con el entusiasmo con el que arribamos a la literatura, pero sin perder de vista que estamos ante hechos y protagonistas que hacen de la vida cotidiana un lugar más grato para habitar. Pequeñas quimeras. Crónicas y entrevistas periodísticas es, sin duda, una gran opción para ocupar el ocio de las vacaciones y para dar uno de esos regalos que se agradecen sinceramente.

 

 

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