Ayer, que fue día del padre, no faltaron las felicitaciones, memorias y hasta golpes de pecho de algunas y algunos por ahí. Al igual que el día de las madres, es una fecha polémica, pero indiscutiblemente social (ya ni qué decir de comercial). Es innegable que las personas somos de ritos, de costumbres colectivas que nos dan un sentido de pertenencia y de estructura e identidad en nuestra vida cotidiana.

Como buenos entes reflexivos (aunque los hay que no tanto, pero hablemos en general) hay ocasiones y fechas especiales que nos hacen detenernos y echar un vistazo a nuestra vida y nuestros recuerdos. Para todos aquellos idealistas que sostienen que todos los días son día de la madre, del padre, del abuelo o abuela, del niño o de la niña, etc., etc., etc…, la verdad es que estas fechas especiales, más allá de toda la mercadotecnia alrededor, son un pretexto colectivo para hacer lo que muchas, muchas veces, olvidamos o relegamos a diario, así que no le veo nada de malo reconocer lo que hacen o han hecho las personas, respecto de nosotros, aunque sea una vez al año (que entre cumpleaños, navidades y otras fechas, se extiende a más días).

Aclarado el punto, quiero hacer un reconocimiento a todos aquellos hombres que se han atrevido, no solo a no salir corriendo ante la abrumadora responsabilidad de sacar adelante a uno o varios hijos, sino que han ido rompiendo prejuicios y paradigmas socio culturales para sumergirse de lleno en su paternidad, en toda la extensión de la palabra. Padres que saben que el dinero es tan necesario como la presencia, el cuidado, el cariño y el interés genuino por sus hijos e hijas. Padres que saben dar ejemplo de cómo se trata a las mujeres (con respeto y dignidad) y a su propia persona y, que a su vez, dejan un sólido modelo de masculinidad a seguir para los varones y también de lo que debe ser una pareja. Porque aceptémoslo: es todo un reto y la verdad es que a veces sí dan ganas de salir corriendo o ponerse en huelga. Por eso padres entrones y comprometidos siempre harán falta.

Pero para quienes se han dado el regalo de convivir con sus hijos, sabrán que no hay nada más fuerte y poderoso que el abrazo, la mirada o el “te quiero” de nuestros hijos. Tampoco hay nada que haga a un ser humano sentirse más fuerte y poderoso que el amor por ellos. Y no creo que exista una motivación más grande de superación.

Pero, además de agradecer y reconocer la labor y compromiso amoroso de cada vez más padres, tampoco creo que venga al caso llenar la vida de reclamos y culpas a quienes no pudieron o no quisieron. Al menos no utilizar una fecha de celebración y reconocimiento para ello. Eso se hace en la vida cotidiana y hasta existen acciones legales para ello. Y debo decir otra cosa: las madres divorciadas o solteras no son madre-padre; son madres que por diversas circunstancias de la vida muchas veces tienen que cubrir la función del progenitor ausente, pero que jamás podrán sustituirlo. Y esto tienen que comprenderlo tanto la madre como el que no está para cubrir sus funciones.

Si bien la vida es algo que se agradece, es muy importante reconocer que necesitamos los unos de los otros, tanto para sobrevivir como para formarnos una concepción, interpretación y criterio del mundo, la vida, las personas y las relaciones afectivas y éstas son las funciones de los padres y las madres por igual.

Yo crecí en una familia de padre ausente (así me tocó a mí) y aunque gracias a mi madre salimos adelante (en términos de supervivencia), la verdad es que sería injusto no reconocer todo lo que mi padre pudo dar, pese a todo. Esto fue cantidades enormes de afecto, de risas, de música, de incontables paseos y caminatas, de juegos y de música. La mitad de mi esencia y personalidad las conforman estos aspectos que aprendí de mi padre de manera vivencial. De mi madre aprendí el compromiso, el trabajo y el amor que no se dice, pero que se demuestra a diario. De ambos aprendí la honestidad, mi educación y muchas otras cosas.

Desde luego que hay situaciones que me habría gustado que fueran diferentes (tanto en uno como en otro) y ¿quién no ha deseado en una mínima parte algo así? Sin embargo, ahora sé que ellos hicieron lo que pudieron, con las herramientas y afectividad que aprendieron y aceptarlos (que no justificar) tal cual fueron me ha servido a mí misma a no idealizarlos más, a comprender que los seres humanos nos equivocamos y no nos corresponde juzgar y, lo más importante, a forjar mi personalidad y emocionalidad tomando lo mejor de cada uno y corrigiendo patrones emocionales tóxicos, en medida de lo posible. Y sé que aun así, algún día mi hijo romperá el mito de perfección que representamos sus padres y comenzará a delimitar su personalidad y emocionalidad propia, primero con reclamos y después, si todo va bien, con la misma gratitud con la que yo pude perdonar, agradecer y tomar a mis padres.

Ya para terminar, solo deseo hacer una atenta súplica a los amables lectores: Procuren, en lo posible, no hacer partícipes a los hijos de sus problemas de adultos y, sobretodo, de los problemas que tengan con el padre o la madre de sus hijos. Las cosas de pareja son solo de la pareja (y en dado caso del terapeuta o el abogado) y nunca jamás corresponde a los hijos dar consuelo, formar alianza o justificar a los padres por sus errores u omisiones. Los hijos deben ser los protegidos de los padres, no al revés. Así que por favor, si en verdad les interesan sus hijos, permítanles ser eso: hijos a quienes ustedes procuran y no al revés. Ellos no podrán ayudarles ni darles la complicidad o el soporte emocional que buscan, aún si los ponen en contra de su cónyuge o ex y en cambio, el daño que ustedes ocasionen, por no asumir su lugar como padres responsables de sí mismos, puede llegar a ser irreversible. Somos adultos y debemos ser responsables de nuestras acciones y decisiones; eso incluye asumir que uno fue quien eligió a la pareja, que uno es quien debe dar el sustento a los hijos menores o dependientes y que ellos no están ahí para darnos apoyo moral.

Así que, gracias a todos los padres y madres que saben dar, darse y respetar no solo a sus parejas y exparejas, sino a sus hijos y su proceso de vida.