Dicen que los nuevos millonarios, los «hijos de la prosperidad» compraron, en diciembre de 2010, un buen número de máquinas contadoras de billetes. Hoy andan buscando quién se las cambie por máquinas trituradoras de papel.

La tarde del miércoles se generó una expectativa inusual. Corrió como reguero de pólvora el llamado urgente a una reunión de gabinete en Casa Veracruz, lo que provocó toda suerte de versiones.

Hubo quienes sugirieron que Javier Duarte anunciaría su decisión de solicitar licencia al cargo. Otros hablaban de un encuentro «ríspido» en el que algún colaborador le habría sugerido al Gobernador que renunciara.

Al final nada de eso sucedió. Fue más bien un llamado fuerte al equipo para cerrar filas en la recta final del actual gobierno, y la confirmación de que el Gobernador insistirá ante el Poder Legislativo en la propuesta de basificar a miles de empleados de confianza.

Se cayó la esperanza. Aquellos que imaginaban que Javier Duarte había entendido el mensaje enviado por su jefe político, el Presidente Enrique Peña Nieto, terminaron resignándose. No ha entendido… ni lo va a hacer.

De nada sirvieron las palabras del nuevo dirigente nacional del PRI (¿y el nuevo dirigente estatal, para cuándo?) Enrique Ochoa, en un mensaje que seguramente fue sugerido y hasta revisado en Los Pinos:

«Cuando uno de nuestros militantes le falla a la sociedad y se corrompe, lastima profundamente al Partido y a todo el resto de sus militantes y simpatizantes, nos lastima a todos. Es inaceptable tapar el sol con un dedo, debemos reaccionar. El PRI tiene que ser garante de la honestidad de sus gobiernos. Tenemos que ser un Partido que señale la corrupción de los gobiernos emanados de nuestras filas, que exija su fiscalización, incluso su destitución».

A estas alturas ya no es importante si Javier Duarte se va o se queda lo que resta de su administración. Lo que realmente importa es la actitud que asuma en los 140 días que le restan como Gobernador. No ha entendido -y al parecer nunca lo entenderá- en qué consiste la política.

Qué diferentes serían hoy las condiciones políticas en Veracruz si, a pesar de los abusos y excesos de algunos de sus colaboradores (y quizá de él mismo) el 6 de junio Javier Duarte hubiera establecido contacto con Miguel Ángel Yunes Linares, lo hubiera felicitado por su triunfo y le hubiera ofrecido una transición ordenada, pacífica, de altura.

Para eso lo único que se requería era que quien gobierna Veracruz fuera un político profesional, un verdadero político, un hombre público con un solo interés: el bienestar de Veracruz.

Lo que sigue lo podemos adivinar. Javier Duarte insistirá ante el Congreso local para que sea atendida su propuesta para la basificación de los empleados de confianza. Es muy probable que los legisladores de su partido y los aliados se rebelen, y que detengan la iniciativa. Pero incluso si consigue que la aprueben, se presentarán recursos jurídicos para echarla por tierra, poniendo una vez más en ridículo a la actual Legislatura.

Juan Ignacio Zavala, hermano de quien fuera Primera Dama del país y hoy aspirante a contender por la Presidencia, Margarita Zavala, resumió con gran eficacia la situación de Javier Duarte, lo mismo que la de Roberto Borge y César Duarte:

«Todo apunta a que están en problemas. Los habitantes de sus estados los quieren en la cárcel y el PAN está más que dispuesto a hacerlo. El PRI los culpa de la estrepitosa derrota y el gobierno federal se quiere librar de ellos a como dé lugar».

 

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