Bucarest , Rumania 26 de diciembre de 1989

El hombre estaba prisionero en sí mismo, entre las paredes de su propia consciencia. No podía recordar ni olvidar, caminaba  descalzo en la habitación, de un lugar a otro, no alcanzaba a entender como había sucedido todo ello, sus pensamientos desconcertados no se tranquilizaban ,vibraban, tenía la sensación de que el cerebro le temblaba, miró hacia un lado y hacía otro, se vio descalzo, quiso correr y gritar pero el silencio se lo impedía, un silencio profundo que lo ahogaba desde el vacío de su garganta en la profundidad de su ser y el abismo de sus entrañas. El silencio de la prisión, de la soledad, de su soledad y de la habitación aquella que lo retenía, en el mismo espacio atemporal. Él podía abrir la madera en forma de puerta que se encontraba a unos pasos, pero su voluntad no encontraba la fuerza suficiente para alcanzarla, sólo la voluntad, el deseo de querer, pero no más allá. Miró con la mirada desafiante, se contuvo en su cuerpo vacilante, torturado de nervios, aferrados a su ser. Intento dar un paso, pero no se movía, lo intento de nuevo y no avanzaba, una sonrisa que apenas alcanzo a ser una imperceptible mueca de desesperación, apareció en su rostro y deseó la no existencia. En su faz se dibujó un rictus de espanto que le hacia comprender la verdad; Elena su mujer, le había llevado a las monstruosa magnitud de haber gobernado, ambos, con un culto insólito a la personalidad. Un resplandor de intensa luz y fuego le hacia ver la mano de hierro con que ella le había dominado. Era demasiado tarde ya, Nicolae Ceaucescu, era acribillado por su propia consciencia, y las balas del ejército del Frente de Salvación Nacional de Rumania.

Acusado por el delito de genocidio, demolición del Estado, acciones contra el Estado y el pueblo, destrucción de bienes materiales y espirituales, destrucción de la economía nacional y evasión de miles de millones de dólares hacia bancos extranjeros.

De la última estación

Después de casi cincuenta años de matrimonio la Condesa Sofía (Sofía Behrs), esposa devota, amante apasionada, musa y colaboradora de León Tolstoi, descubre de repente que su mundo se tambalea. Sofía se consume en la indignación cuando descubre que el escritor en nombre de la nueva religión que acaba de crear, renuncia a su título nobiliario, a sus propiedades, incluso a su familia, en favor de la pobreza, ya que deseaba emitir un testamento que le daría los derechos de sus obras al pueblo ruso. Sofía lucha ferozmente por lo que ella cree que le corresponde. El conflicto se vuelve tan intenso, que Tolstoi, a los 82 años, el personaje más mediático del mundo, abandona su casa   en medio de la noche invernal, huyendo de los acosos de su esposa. En tanto ella, alquila un tren para seguirlo por toda la nevada Rusia. El amor y los excesos de la mujer acabara destrozándoles, una y otra vez. Porque Sofía, otrora musa del gran escritor, y ayudante en la redacción de sus novelas, se ve y se siente relegada por los ideales anarquistas del literato y pensador, siendo apartada por él. Tolstoi, huyendo de la Condesa Sofía, muere de neumonía en Astápovo, una perdida estación de ferrocarril.

El discurso del Nobel

Mario Vargas Llosa consagro su discurso en Estocolmo a su amor por los libros, con palabras, amor, respeto y amistad, hacia un hábito que adquirió  a los cinco años y que dijo, «es lo mejor que me ha pasado en la vida». «Leer es protestar por las insuficiencias de la vida», continuo leyendo. Habló de nacionalismos, de libros y teatro. De España y del Perú. De dictaduras y terrorismo. Del comunismo y del liberalismo. De su familia y de sus amigos. De Faulkner y de Camus…De las ciudades en donde ha vivido. Y se le quebró la voz, cuando se dirigió emocionado a Patricia Llosa, su prima y  esposa; «la prima de la nariz respingada y carácter indomable, con la que tuve la fortuna de casarme», hace 45 años. «Sin ella mi vida, se habría disuelto en un torrente caótico.. Ella hace todo y lo hace bien. Defiende mi tiempo. Hace y deshace las maletas. Es tan generosa que hasta cuando cree que me riñe , me hace el mejor de los elogios: «Mario, para lo único que tú sirves es para escribir».. Y  calló , con tiempo para silenciar las lágrimas, interrumpido por los estruendos de los aplausos…Su mujer Patricia y la audiencia, consideraron se trataba de un halago de gratitud, era en realidad  un profundo reproche, a lo que Patricia, su mujer, había sido con él…Y Mario Vargas Llosa, se marchó con Isabel Preysler.