Aunque no le guste decir que creció rodeada de artistas porque puede sonar arrogante, esa es la realidad de Arantxa Peláez Cházaro, es hija de una de las actrices más emblemáticas de la Compañía de Teatro de la Universidad Veracruzana, Miriam Cházaro, y de un arquitecto que, además de ejercer su profesión, se ha dedicado a la escenografía en teatro, televisión y cine, Julio Peláez.
Por si no bastara, es nieta de uno de los decimistas más entrañables de Tlacotalpan, don Guillermo Cházaro Lagos. Con todo este bagaje, Arantxa se ha construido como obrera y transmisora de la música.

Entre candilejas me formé

Yo nací aquí en Xalapa, mi mamá es Miriam Cházaro, es actriz y directora de teatro y escribió una obra que llevamos a escena el mes pasado (Ver: El viernes 8, la OrteUV estrenará la obra Ojo de perdiz). Mi papá es Julio Peláez, es arquitecto especializado en construcciones con bambú y también es escenógrafo y ha sido director de arte.
Siempre he estado rodeada de todo eso, desde que nací, aunque no me late decir que siempre he estado rodeada de artistas y todas esas cosas que se escuchan mucho en Xalapa porque siento que hay cierto elitismo en esas afirmaciones, pero sí me ha enseñado mucho el hecho de haber estado tras bambalinas desde muy chica, haber ido a los ensayos, haber estado en los camerinos, haberme aprendido los textos, haber acompañado a mi papá a poner las escenografías y haber visto qué hay detrás de una película, también haberlo acompañado a sus obras de arquitectura, que es un medio totalmente distinto, pero haber visto una casa antes de que esté terminada, y haber visto una obra de teatro antes de que esté lista para el público, me ha enseñado a valorar todo el trabajo que hay detrás de cada cosa, y algo que sí puedo decir con mucho gusto, y creo que tengo mucha suerte, es que nací de dos papás muy trabajadores y eso me ha enseñado muchas cosas desde muy chiquita.
Cuando tenía nueve años o algo así, mi mamá me puso a actuar en una obra sobre la vida de Elena Garro, Todos los gatos son pardos, fue interesante pero siempre me ponía más nerviosa que cuando toco. El teatro me gusta mucho y siempre tuve la espinita y las ganas de hacer más teatro porque realmente disfruto no nada más ir y ver a mi mamá actuar, sino conocer el trabajo que se está haciendo en Xalapa en general, también me gusta mucho que ahora hay amigos míos haciendo teatro muy chido, y siempre que voy a la Ciudad de México me gusta ver qué es lo que están haciendo allá.
El hecho de que mis papás me trajeran de arriba para abajo en exposiciones y en conciertos de todo tipo, desde Los caracoles (risas) hasta la Sinfónica, y en obras de teatro también de todo tipo, me ha dado un panorama muy amplio, entonces es algo que agradezco.

Mi prenda amada

El son jarocho me entró desde muy pequeña, mi abuelo era Guillermo Cházaro Lagos, por eso siempre he dicho que el son jarocho me entró más por la palabra que por otra cosa. Todo el universo de las coplas y los versos y la lírica popular, no solamente en el son jarocho sino toda esta poesía que es como un acervo y un tesoro gigante que tiene México en todas sus músicas, me vuelve loca, es algo que me encanta, yo creo que lo primero que me entró al oído, lo primero que me atrajo y me llamó la atención de pequeña fue la palabra, la rima, el verso, la copla y después el canto y después la música, en ese orden.
Hay muchas personas que tienen que ver en ese proceso, mi primera maestra y mi maestra actual, después de haber pasado por muchos maestros y de conocer otros estilos de tocar el son jarocho, es Laura Rebolloso, estoy muy agradecida con eso y ahora que estoy haciendo mi tesis sobre la pedagogía en los talleres de son jarocho, me doy cuenta de que Laura realmente es muy buena maestra.
Empecé a ir a los talleres que daba Laura en su casa cuando tenía cinco años, estaba en el jardín de niños y me acuerdo que iba con mi uniforme y Laura me ponía un cajón chiquito que tenía y me ponía a hacer los ritmos y a cantar y a zapatear. Después, mi abuelo me regaló una jarana que se ganó en una rifa en Tlacotalpan, era una primerita que había construido don Cirilo Promotor. Hay una imagen que no olvido nunca: yo iba corriendo desde el parque y vi a mi abuelo que estaba en el corredor de la casa, llegué jadeando, vi la jarana y me llamó mucho la atención, y me dijo me la gané en una rifa y como yo ya no voy a ser músico porque ya estoy muy grande, te la regalo. No lo podía creer, no sé por qué, de entre todos sus nietos, decidió regalarme la jarana mí. Yo estaba súper chiquita y no sabía tocar pero la agarraba y le daba durísimo, después se la llevé a Laura y ya no nada más cantaba y seguía los ritmos, sino que empecé a tocar.

Entonces vio la viola

Cuando estaba en la primaria, un día mi papá fue por mí a la escuela, me sentó en una bardita y me dijo oye, abrieron una escuela que está padrísima y estaría súper chido que entraras; era el Instituto Superior de Música del Estado de Veracruz. Me dijo los instrumentos que había y me preguntó cuál me gustaría aprender. Siempre me han atraído los registros medios y le dije que clarinete o viola.
No había maestro de viola, solo había violín, entonces dije bueno, entro a violín y cuando haya viola, me cambio. Esperé tres años y llegó un maestro de viola del que tengo muy buenos recuerdos, Edmundo Ramírez, un costarricense que llegó de Nueva York y que era muy buen maestro, lo recuerdo como una persona que sabía muchísimo y que no tenía ningún reparo en compartir todo lo que sabía de técnica, de historia y nos daba tips y todas esas cosas para que saliera chido.
Después seguí con otros maestros y terminé el Ciclo Previo en Instrumentos Orquestales con opción en Viola, hubiera podido entrar a la Licenciatura en Viola pero ya estaba un poco harta, entré al Instituto cuando tenía ocho años y salí de 16, ya llevaba ocho años ahí y había una parte que me gustaba mucho pero había otra parte que no me gustaba: llegaba de la escuela súper cansada a hacer la tarea rapidísimo, comía rapidísimo y me iba a las clases de música, llegaba a mi casa a estudiar lo de música y si tenía más tarea de la escuela, tenía que terminarla, eso fue durante ocho años. También había otra cosa, tenía maestros muy buenos y otros que eran muy malos, lo debo decir (risas) porque creo que esa fue una de mis motivaciones para estudiar Educación Musical, no tanto los buenos maestros sino los malos maestros de música que tuve.
Otra cosa que no me cuadraba era que dentro de mi casa la educación no era nada tradicional y la relación con mis padres siempre ha sido de mucho respeto pero sobre todo muy amistosa y muy directa y todos nos decimos lo que pensamos, y en el Instituto, muchas veces no era así, tampoco coincidía con la primaria y la secundaria en las que estuve, en las que todo era mucho más relajado, abierto y libre, y en ese sentido más feliz, y lo que se supone que debería ser feliz, que era la música, terminó pesándome. Además, mi otra referencia musical eran las clases con Laura, que eran divertidísimas, por eso, el son jarocho siempre ha sido como un desahogo, un lugar en donde me siento libre de cantar y de hacer mis versos y de tocar y de bailar.

Vuela voladora

Toda la primaria dejé de ver a Laura y me la volví a encontrar en la Xalitic [la secundaria en la que estudió], esa época fue muy bonita, muchos de los que ahora siguen tocando y se dedican a eso salieron del taller de son jarocho de la Xalitic. El primer año y el segundo estuve con Laura, después entró Tacho Utrera y me tocó con él. En ese taller conocí a Pancho Malo, a Ik’Balam, también estaba Megan, la hija de Esther Gleason y de Timothy Mckeown, músicos de la Sinfónica, éramos muchos, fue una generación muy bonita.
En ese taller había alumnos de los tres años de la secundaria, entonces unos nos quedamos más tiempo y otros iban saliendo. De ahí salió un disco que se llama Vuela voladora, ahora lo escucho y me río porque nos escuchamos muy distintos todos. Muchos de esa generación ahora no se dedican a la música, otros sí son músicos pero ya no tocan son jarocho, pero siempre que nos volvemos a ver, todos recordamos con mucho cariño esa época.
Al mismo tiempo estaba en la Xalitic y en el Instituto, llevé las dos formaciones paralelamente y creo que eso, no solamente musicalmente sino también espiritualmente, aunque suene hippie (risas), ha sido muy enriquecedor, por ejemplo, ahora veo que muchas cosas que aprendí con la viola, me han servido para la leona, para la jarana y para el canto.

Vamos andando / porque el fandango / a punto está que empezó

La culpable de que yo anduviera en los fandangos desde chica es mi tía Rocío, ella era la que convencía a mi mamá de que yo llegara tarde a la casa cuando tenía 11 o 12 años, era quien me llevaba no solamente los fandangos de Xalapa, sino que me trajo de arriba para abajo en todo el sur de Veracruz.
También me llevaba mi abuelo, cuando lo invitaban a los encuentros a decir décimas me decía vamos a Santiago, ahora vamos a Tierra Blanca, ahora vamos a Rodríguez Clara y sin darme cuenta se me empezó a hacer un hábito.

El jarocho de sabana

Soy jarocho de sabana
que a los tiros me enardezco
y en el fandango amanezco
al compás de la jarana
y con la trova galana
voy enhebrando tu amor
sabiendo que eres primor
jarocha llena de brío,
que siendo del mismo río
no te rindes al calor.
(Guillermo Cházaro Lagos)

El tema de mi abuelo es otro libro, yo entendí muchas cosas hasta después de que murió, cuando me di cuenta de que funcionaba como un conector entre dos realidades que la mayoría de las veces no se encuentran: el que despectivamente llaman son blanco o son marisquero y todo este rollo más folclórico, y el son que llaman tradicional.
Gracias a él conocí el mundo del fandango y de los encuentros de Tlacotalpan y de todos los lugares en donde se desenvolvía esta música, y también ese otro mundo en donde de repente se suben un montón de arpas a tocar al escenario, por eso puedo decir no me gusta ese estilo de tocar pero lo respeto, ahí también hay gente maravillosa y muy linda, así como en el otro medio, eso también se lo agradezco mucho porque mi abuelo era una persona que difícilmente juzgaba a alguien y que respetaba mucho y que trataba siempre de ser conciliador. Así como muchísimos, en muchos lugares, lo quisieron, también hubo mucha gente que lo críticó por llevarse con unos o con otros, y te puedo decir que lo más chido que le heredé es la fortaleza de decir no me importa lo que digan, que cuesta mucho trabajo pero siempre que hay alguna situación incómoda, me acuerdo de esa fortaleza de mi abuelo y se me resbala lo que se me tenga que resbalar, el solo hecho de acordarme de él, es como un antídoto.

¡Que siga el fandango!

Que siga el fandango es una asociación civil que hace un trabajo bien chido, llevan varios años trabajando en la Ciudad de México, se reúnen cada domingo en el Parque Revolución, que está en la colonia Nueva Santa María, y dan talleres abiertos. Miroslava Cruz Terán, que es hija de Socorrito Terán y de don Diego Cruz, decimista y amigo muy querido de mi abuelo, se ha dedicado a difundir la cultura del son jarocho en la Ciudad de México, lleva maestros muy buenos y me gusta mucho porque las clases siempre son abiertas, pasa la gente por el parque y se puede unir.
Creo que es un espacio donde sí se lleva a la práctica esto de hacer comunidad, que todos predican y que muchas veces no es cierto. Es un espacio muy chido porque no importa si no sabes tocar nada o si estás empezando, y siempre hay un proceso de enseñanza-aprendizaje muy lineal.
Ellos hacen cada año un festival que lleva el nombre de mi abuelo, me gusta porque no solamente es de son jarocho sino que a veces van músicos de Tierra Caliente, de Tixtla y van los señores que bailan danzón, es muy abierto, ni siquiera puede decirse que es de música tradicional de México, hay de todo y hay un espacio importante para la décima.
Uno de esos homenajes, no me acuerdo si el primero o uno de los primeros, se hizo aquí, en la Casa del Lago y nos subimos como cinco primos y acompañamos a mi abuelo para que dijera unas décimas, Valentina [Luna Cházaro, su sobrina] estaba chiquitita y también estaba bailando ahí. Otra vez lo acompañamos en Alto Lucero y la última vez que nos atrevimos a subirnos fue en el Teatro del Pueblo, en la Ciudad de México.

(CONTINÚA)

 

SEGUNDA PARTE: La ruta del son
TERCERA PARTE: Entre calandrias y leoneras


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