Como es una música intolerante a toda cuadratura, el jazz eligió dos edificios de fachada curva para manifestarse en Xalapa, el primero fue el Café Cristal, en el que, como comentamos ayer (ver enlace en la parte inferior), se presentó el primer grupo de jazz de la ciudad, el Combo de Guillermo Cuevas. El segundo fue el que se encuentra en la esquina de Zamora y Diego Leño, donde estaban las oficinas de correos.

Todo comenzó en la primera semana de 1967, el día que Guillermo Cuevas fue a recoger unos libros que había encargado de la Ciudad de México. Cuando firmaba el recibo del paquete, se le acercó un hombre de irreprochable atavío: traje de casimir, camisa y corbata de Casa Martínez, zapatos relucientes:
-Tú eres Guillermo Cuevas, ¿verdad?
-Sí
-Yo soy el arquitecto Augusto Hernández Palacios
-Ah, eres familiar del licenciado Aureliano
-No, no tengo nada que ver con él. Yo toco la batería, a ver qué día nos juntamos
-Claro, arqui, cuando quieras
(Sin saberlo, acababa de rebautizarlo, a partir de ese momento fue conocido en la farándula xalapeña como el Arqui)

Hernández Palacios ingresó a la Facultad de Arquitectura de la Universidad Veracruzana cuando estaba recién formada, fue parte de la primera o la segunda generación pero solamente cursó un año ahí y después se fue a terminar la carrera a la UNAM. Desde siempre fue un gran melómano, en la Ciudad de México amplió su acervo de músicos y músicas, ahí conoció y se aficionó al jazz. Eran los últimos años de la década del 50, en ese entonces se realizaban festivales de jazz en el Teatro Insurgentes, Aureliano asistía a todos los conciertos y frecuentaba los clubes de la ciudad, en ellos conoció a los bateristas mexicanos del momento; Leo Acosta, Richard Lemus y, por supuesto, Tino Contreras se convirtieron en sus referentes absolutos.

Al terminar la carrera regresó a Xalapa y se integró a la plantilla de docentes de la Facultad de Arquitectura. Vivía en la casa de sus padres, en su cuarto tenía el restirador, los enseres de dibujo, algunos libros, un equipo de sonido y alrededor de 25 discos que muy pocos o quizá ningún otro xalapeño conocía. Art Blakey, James Moody, Duke Ellington, Count Basie, Woody Herman eran algunos de los nombres que se albergaban en tan notable fonoteca. En la primera visita de Memo Cuevas, le puso un disco publicado por Columbia en 1960, se trataba de una antología hecha a partir de las encuestas de Down Beat de 1959 que se llamaba Jazz Poll Winners.

La primera pieza del lado A era All Blues, de Kind of Blue, el icónico disco de Miles Davis. Desde el trémolo inicial de Bill Evans, Memo sintió un estremecimiento que sigue experimentando cada vez que vuelve escucharla.

Comenzaron a frecuentarse, a escuchar música, a ir a La Pérgola cuando había música en vivo, el Arqui se había hecho amigo de los músicos e invariablemente, allá por la tercera chela, subía a tocar algunas piezas con el grupo. Lo mismo sucedía en las fiestas donde tocaban Los Joao, como eran sus alumnos, no podían negarse a su solicitud de acompañarlos en algunos bossa novas.

José Luis Alcalá, el Brujo, tocaba un poco la guitarra y había sucumbido a los encantos del jazz en las presentaciones que hacía el Combo de Guillermo Cuevas en el Café Cristal y en la Facultad de Filosofía y Letras. Gracias a Memo conoció al Arqui y degustó con él las sonoridades que la aguja de diamante extraía de los surcos de los LP.

Memo seguía tocando en su casa con el Pingüino y Paleta, quien dejaba ahí su contrabajo. El Brujo iba seguido a visitarlo, en esos días, Memo estaba descubriendo a Peterson y ambos se sentían atraídos por el feeling y la presencia del bajo de Ray Brown. Un día que Memo tocaba la pieza John Brown’s Body, el Pingüino tomó el contrabajo y, valiéndose de sus conocimientos de guitarra, comenzó a seguir las líneas de Brown. Otra ocasión llegó con un disco de Hank Jones y juntos lo exploraron para seguir descubriendo los vericuetos de esa música tan chueca y pedregosa como las calles de Xalapa.

Abordaron piezas, como How High The Moon o Night and Day, que Memo sacaba de los discos sin saber aún que se llamaban standards y que formaban parte del repertorio obligado de cualquier jazzista. Las reuniones se hicieron más frecuentes y prolongadas, tocaban de dos de la tarde a ocho de la noche; en esas sesiones, el Pingüino fue convirtiéndose en bajista.

En otro momento apareció Nacho Guzmán, flautista de la Sinfónica que además tocaba en una orquesta de baile en Veracruz, tenía un repertorio de chachachá y música bailable y era un tipo extrovertido y carismático. Empezó leyendo las partituras de jazz y poco a poco fue soltándose e intentando sus primeros lances improvisatorios.

El arquitecto Miguel Ángel Ehrenzweigh, compañero de Memo en la secundaria y la preparatoria, era muy aficionado a la música, en especial a la clásica, en un viaje que hizo a los Estados Unidos compró varios discos de jazz y cayó rendido ante los cantos de esa sirena. Un día le dijo a Memo:
-Oye, hay un compañero en Arquitectura que toca la guitarra y canta muy bien, se llama Joaquín Segarra, es hijo del arquitecto Enrique Segarra

Joaquín había estudiado un poco de guitarra pero sobre todo tenía muy buen oído y muy buena voz. Conocía todo el repertorio de los Beatles pero hacía sus propias versiones y las cantaba acompañándose con una guitarra acústica. También cantaba temas de bossa nova, conocía bien esa armonía y su pronunciación del portugués, igual que la del inglés, resultaba convincente. Tenía un gran carisma y mucha presencia, era una suerte de sex symbol de las súbditas de la regla T.

La conjunción de esos astros fue tomando forma de quinteto: Guillermo Cuevas estaba en el piano, Nacho Guzmán en la flauta, Joaquín Segarra en la guitarra y la voz, el Pingüino en el contrabajo y el Arqui en una batería que le prestaba el baterista de uno de los grupos que tocaban en La Pérgola. Ese músico vivía en Coatepec, hasta allá iba el Arqui a recogerla y a entregarla cuando terminaban la sesión.

Se reunían con el único objetivo de seguir explorando esa música pero la corrió la noticia de sus encuentros y empezaron a llegar las invitaciones a serenatas y convivios. Adolfo Onofre, que ya era un comerciante exitoso, vivía en la esquina de las calles Sayago y Clavijero, en la planta alta de su ferretería, ahí tenía un piano. Cada semana venían tres arquitectos de la UNAM a dar clases a la Facultad de Arquitectura, el Arqui asumía el papel de anfitrión y, para recibirlos como Dios manda, junto con el arquitecto Fernando Gutiérrez organizaba veladas, que amenizaba el naciente quinteto, en la casa del ferretero.

Un tiempo después, Paleta se llevó su instrumento. Para salvar el obstáculo, pidieron permiso de ensayar en el Teatro del Estado en las noches, que eran la mayoría, en las que no estaba ocupado. Ahí estaban el piano y el contrabajo de la orquesta, llegaba el Arqui con la batería prestada, Nacho y Joaquín con sus instrumentos y se batían a duelo con síncopas y acordes estrafalarios. El grupo se fortalecía, las invitaciones eran cada vez más frecuentes pero no dejaba de ser una reunión de cinco hombres poseídos por el hechizo afroamericano.

Un día el Arqui propuso que dieran un concierto formal en el Teatro del Estado. Este ya no era un grupo de Guillermo Cuevas, él lideraba la parte jazzística pero se trataba de un proyecto colectivo, para presentarlo en sociedad requerían un nombre que reflejara ese pluralismo. Nacho tuvo un arranque indigenista, propuso que se buscara un nombre en totonaco o en náhuatl. Segarra, más cosmopolita, sugirió el nombre Team Jazz (Equipo de jazz), hubo otras propuestas pero cuando el Arqui llegó con un logotipo que acababa de diseñar, el nombre quedó definido.

El diseño del Arqui salió de un cartel, que tenía en su cuarto, de una corriente arquitectónica alemana que se llamaba The New Brutalism (El Nuevo Brutalismo), tomó las letras iniciales y con ellas hizo un juego tipográfico. Los efluvios de la modernidad ganaron la partida y el grupo se llamó THNB.

Carlos Juan Islas, que era muy amigo de Nacho, formaba parte del equipo del rector Fernando García Barna. Fueron a verlo para que los ayudara a conseguir el teatro y los apoyara con carteles y programas de mano. Cuando de la rectoría brotó el humo blanco, se dieron a la tarea de estructurar un programa en el que, si bien el jazz comandaba todas las líneas, también estaban presentes la música hollywoodense, la brasileña, la del cuarteto de Liverpool y tres piezas emanadas de la niebla xalapeña, dos de Memo Cuevas y una de Nacho Guzmán.

Billy Barclay ya era escenógrafo e iluminador del Teatro del Estado, azarosamente vio un ensayo y, sin consultarlo siquiera, se abocó a vestir el concierto. Puso algunos elementos escenográficos, entre ellos una tarima para elevar la batería, e hizo un diseño de iluminación tan detallado que montó una luz para cada pieza, cada solo, cada cambio que le sugería una nueva atmósfera. Fue tan meticuloso que incluso intentó intervenir en los arreglos, -Que no entre tan rápido el piano para que me dé tiempo de cambiar la luz, decía. Fresneles, leekos, diablas, seguidores y gelatinas sumaron sus esfuerzos para ensalzar el acontecimiento.

Cuando estuvo listo el repertorio mandaron los datos para que se elaboraran el cartel y los programas de mano. Memo Cuevas insistió en que, debajo del nombre THNB, se pusiera la leyenda «Influencias de jazz» pues estaba consciente de que no se trataba sino de una aproximación a esa música.

En la primera parte estaban algunos de los arreglos de Segarra y la pieza que Memo, dado el entusiasmo que seguían causado los Juegos Olímpicos de 1964, nombró Tokio 64.

Seguía un intermedio. La segunda parte iniciaba con una suite hecha con arreglos de la música de Un hombre y una mujer (la película de moda de ese año) a la que llamaron 1+HM. Venía después una selección de música brasileña, otra pieza de Guillermo, Os amores perfeitos, nombre que no alude a la perfección romántica sino a la flor que nosotros llamamos pensamiento y que en Brasil, según descubrió en un diccionario portugués-español, se llama amores perfeitos. Después seguía la pieza que Nacho Guzmán compuso en honor al bajista, O irmão Bruxo (El hermano Brujo). La cereza del pastel era la ineludible Take Five.

Cuando se sintieron libres de pecado, acordaron lanzar la primera piedra en una fecha que resultaría histórica: el 11 de octubre de 1967, a las nueve de la noche, en la Sala Grande del Teatro del Estado se realizó el primer concierto de un grupo de jazz formado en Xalapa. Más allá de los carteles e invitaciones personales que hicieron los músicos a sus amigos, no hubo otra promoción, sin embargo, Memo recuerda que terminaron el ensayo general a las siete de la tarde, fue a su casa a bañarse y ponerse el traje y regresó a las ocho y media. Al entrar al foro oyó un murmullo en la sala y el Brujo, que había llegado un poco antes, le dijo estoy muy nervioso porque ya casi está lleno el teatro.

Las butacas de la Sala Grande fueron insuficientes, muchas personas tuvieron que sentarse en las escaleras. Entre el público estaba el rector y la plana mayor de la Universidad, también estaba un joven de unos 17 años que en ese momento cayó rendido a los pies del jazz y con los años habría de convertirse en un referente de esa música en Xalapa, Lucio Sánchez.

El aplauso fue apabullante, según Memo Cuevas, más del 50 por ciento del éxito se debió al efecto de las luces, si le creyéramos, podríamos afirmar que así como el jazz de Nueva Orleans derivó del blues, el de Xalapa fue consecuencia de la luz, pero no tenemos por qué hacerlo.

Carlos Juan, henchido de entusiasmo, fue al foro a felicitarlos y a comunicarles el comentario del rector: -Lo que va a salir caro, es el piano. No se habían planteado que el grupo formara parte de la Universidad Veracruzana pero el ave había remontado el vuelo y llegaría muy alto, mañana hablaremos de ello.

(CONTINUARÁ)

PRIMERA PARTE: El Combo de Guillermo Cuevas
TERCERA PARTE: THNB, el esplendor y la extinción

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