Durante mucho tiempo, los políticos han construido para sí mismos un  silogismo superficial y absurdo: todos los periodistas saben de medios –desde ahí tendríamos que desechar la hipótesis-; los políticos son amigos de muchos periodistas; luego entonces, los políticos saben de medios.

La crisis política que vive el gobierno estatal tiene su origen no sólo en la corrupción, inexperiencia y la incapacidad de muchos de los funcionarios que encabezaron áreas vitales para el desarrollo del estado. Lo tiene también, en que nunca entendieron la diferencia entre comunicación social y comunicación política.

Y esta semana fue el clímax. Tanto el gobernador Javier Duarte como el hoy ex Secretario de Seguridad Pública, Arturo Bermúdez, en pocos días cometieron una serie de yerros que pusieron en evidencia que la única estrategia que conocieron fue la de contener medios y conciencias. Lo que tiene precio es barato, es una máxima que aplicaron en cada respiro de sus actos.

No es necesario recorrer seis años. Basta con revisar esta semana para saber que la comunicación política fue un desastre. Nunca hubo una estrategia que no fuera el control, la omisión o la falsedad; reglas de oro como la de no utilizar la mentira como un recurso en medio de una crisis o el hecho de que la apariencia vale más que la verdad, las echaron al bote de la basura. La mentira y la ostentación fueron signos permanentes de esta administración.

En una circunstancia particularmente difícil, sin ningún asesor confiable a su lado, el Gobernador falló esta semana en casi todo lo que se propuso. La denuncia contra su sucesor sentó un precedente de como la investidura se puso al servicio de una causa personal, llevándola una y otra vez a la barandilla de un ministerio público.

En estos años, no tuvo empacho en defender, una y otra vez, a sus más cercanos colaboradores de acusaciones fundadas. La riqueza de algunos era evidente e insultante. Hoy, sintiéndose acorralado, ha decidido ofrendar a todos ellos, incluso al más poderoso –“si se va él, me voy yo”, habría dicho-.

Otra vez, falló la comunicación política. Aceptar la renuncia de Bermúdez no representa, como él dice, un acto de transparencia. Por el contrario, muestra su debilidad institucional y entrega su alfil precisamente al diario Reforma, el medio nacional que lo ha puesto en jaque, restituyéndole así la credibilidad que había puesto en duda cuando se refirieron a él mismo.

Tras la declaración del miércoles del Secretario Bermúdez sobre sus bienes, su renuncia al día siguiente suena lo mismo a una exigencia del gobierno federal –a quien muchos atribuyen la filtración de los documentos-, que a un acto desesperado por salvar la situación personal del mandatario. Está claro que ya no meterá las manos al fuego por nadie.

El boletín oficial de prensa, además de escueto, fue criminal contra Bermúdez. Confirmó que no renunció sino que fue despedido; dio credibilidad absoluta al contenido del reportaje sobre su riqueza y dio por sentado que es investigado (“… defenderse de las acusaciones que se le imputan”. ¿Defenderse ante quién?) Rudeza extrema.

Por su parte, como respuesta a los dos reportajes que construyeron su caída –la aparición de 28 empresas de su propiedad y la adquisición de lujosas propiedades en Estados Unidos-, Arturo Bermúdez mostró su lado más débil: los medios de comunicación.

Del primer caso, contestó que siempre había actuado en el marco de la ley y que no se iba a prestar a la campaña de linchamiento en su contra. Jamás negó que tuviera participación en las empresas señaladas. Del segundo caso, dijo que eran producto de su trabajo, de ingresos distintos al gobierno y de algunos créditos. ¡Válgame Dios!

Lo que Bermúdez dijo y no quería decir es que: las casas si son de su propiedad; que tiene ingresos fuera de su empleo en el gobierno –lo que hace suponer que el asunto de las empresas es cierto y confirma un conflicto de intereses-, y que serán las autoridades hacendarias las que deberán investigar si lo de los créditos es cierto. En el viejo sistema de justicia penal, dirían los abogados que a confesión de parte, relevo de pruebas.

Al poderoso secretario de seguridad pública no lo hizo caer ninguna de las miles de columnas políticas locales que lo criticaban a placer, que lo exhibían en sus excesos o que lo mostraban en su lado más intolerante. No lo hicieron caer los cientos de notas que daban cuenta de su desprecio por los medios. Lo hizo caer un reportaje, uno sólo, construido a partir de una escrupulosa investigación, donde los datos duros son irrefutables.

Para quienes le apuestan al verdadero periodismo, es tiempo de opinar menos e investigar más. Esa es la función del periodismo en una sociedad democrática: ser el contrapeso del poder.

La del estribo…

1.-El tema de Arturo Bermúdez es una cátedra de lo que representa la relación de algunos medios y periodistas con el poder. Defenestrado al escarnio social y mediático, el ex funcionario invirtió millones de pesos en construir y mantener una buena imagen con el apoyo y complacencia de quienes ayer, antes que nadie, festinaban su ansiada caída. No aprenden!

2.-Cosas del Karma. Alguna vez, durante una comparecencia, Arturo Bermúdez se habría referido a los reporteros que cubrían como “pinches medios”. Hoy, fueron los “pinches medios” no sólo los que causaron su caída, sino también los que lo han puesto a merced de las autoridades de procuración de justicia.