Fue hace muy poco tiempo. A principios del presente año. Cuando estaba por definirse el candidato del PRI a la gubernatura de Veracruz, se hacía notar que dos de los aspirantes, los senadores José y Héctor Yunes, estaban distanciados del Gobernador Javier Duarte, una circunstancia que suele ser adversa para quien aspira a una candidatura, pero que en esta ocasión parecía favorecerles, pues era cada vez más evidente el rechazo social por el que pasaba el «primer priista de la entidad».

Al momento de la definición, cuando la disputa se daba entre los dos senadores y el diputado federal Alberto Silva (éste sí, muy cercano a Javier Duarte) el argumento de «los negativos» del gobernador fue determinante. La decisión se inclinó a favor de su más enconado adversario, Héctor Yunes Landa.

Los resultados del 5 de junio demostraron que no fue la mejor idea enviar como candidato a un personaje que utilizaba como bandera el combate al duartismo, pues la división entre gobernante y abanderado permitió que avanzara sin freno alguno el candidato de la alianza PAN-PRD.

A partir de esa experiencia, y de fenómenos similares suscitados en otros puntos del país, ¿cómo habría de interpretarse la bajísima calificación que en estos momentos presenta el Presidente Enrique Peña Nieto?

¿Acaso, dadas estas circunstancias, habría que pensar en impulsar en el 2018 un candidato a la Presidencia que luzca distanciado del «primer priista del país»?

Enrique Ochoa Reza, el impoluto dirigente nacional del PRI, adalid de la cruzada contra la corrupción de sus compañeros de partido, insiste en que Enrique Peña Nieto es «el principal activo» de ese instituto político.

Tal vez sea el momento de encender las luces de alerta. Resulta que «el principal, activo del PRI» tiene los más bajos niveles de aprobación del pueblo al que gobierna, con apenas el 23 por ciento, cuando en el 2012 consiguió la victoria con el 38 por ciento de los votos emitidos.

No sólo eso. La medición de preferencias entre los que más son mencionados como posibles contendientes por la Presidencia en el 2018, tampoco favorecen al PRI.

Hoy es el PAN el partido que marcha a la cabeza con 20%, seguido del PRI con 19.6%, de acuerdo con una encuesta de Consulta Mitofsky. En tercer sitio está Morena, con 12.2 por ciento.

Sin embargo, al ponerle nombre y apellido a los candidatos, el panorama se pone aún más oscuro para el partido tricolor. Margarita Zavala y Andrés Manuel López Obrador, con una diferencia apenas perceptible, encabezan los sondeos que realizó el periódico El Economista.

En la tercera posición se ubica un priista, el actual secretario de Gobernación Miguel Ángel Osorio, quien además todos los días suma «negativos» a su imagen, por el cada vez más enredado conflicto con la CNTE, que tiene paralizada gran parte de la región sur del país.

La percepción («certeza», dirían algunos) de que la corrupción de la administración duartista ha sido el mayor lastre que ha tenido que cargar el PRI en Veracruz, parece replicarse a nivel nacional, pues golpes como el de la tristemente célebre «casa blanca» y los departamentos de lujo de Miami, apuntan directamente al jefe de las instituciones en el país, además de sumar casos puntuales de funcionarios federales que han sido sorprendidos abusando de sus cargos y de los presupuestos que les ha tocado administrar.

Ejemplos sobran, pero baste recordar a David Korenfeld Federman, quien fuera Director de la Comisión Nacional del Agua y fuera exhibido utilizando para su uso personal un helicóptero oficial. O la residencia del secretario de Hacienda, Luis Videgaray, quien admitió que en la compra obtuvo una tasa de interés de 5.31% anual, por parte de una filial de Grupo Higa, en contraste con el 12.17%, que ofrecía en ese entonces la banca mexicana. El Grupo Higa fue contratista del gobierno de Peña Nieto en el Estado de México y ahora es contratista del gobierno federal.

Faltan aún dos años para la sucesión federal, lo que parece ser un buen plazo para que el PRI defina su estrategia. Si le sigue apostando a su «principal activo», es momento de poner en práctica estrategias que lo ayuden a levantar sus niveles de aprobación, de manera que no se convierta en esa pesada carga que termine de hundir al tricolor.

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