Intentar ocultar una verdad con un acto concebido como benevolente, constituye un concepto de estigmatización. Las pelucas que se motivan y promueven en los centros de tratamientos oncológicos y por algunas asociaciones civiles, distan de ser un paliativo emocional para quienes cursan por una patología oncológica, más bien representan un señalamiento absurdo para  al enfermo, que les obliga pretenciosamente a ocultar su identidad. Un  significado que tiene tintes de segregación que les evita vivir con dignidad enfrentando el padecimiento con certidumbre, socavando su pudor en que les convierten quienes esto promueven. Un grotesco artificio que modifica su aspecto que destaca su condición ante la sociedad de enfermos marginados, y sobre todo; señalados con un padecimiento que enfatiza su deterioro físico. Quienes en esto colaboran, discriminan al paciente y les absorbe de la realidad. No encontraron otra forma de atender el estado psico-emocional de los pacientes, en la búsqueda de  fortalecer con terapias psicológicas, que permitan al mismo tiempo un proceso de conocimiento y reconocimiento de su enfermedad que les de y signifique fortaleza y que les dignifique socialmente, a lo cual tienen derecho los seres humanos. No, no lo encontraron. Ante la incapacidad de ello, prefieren disfrazarles, en un juego condolente para disfrazar las consecuencias de una enfermedad que requiere de la entereza de la verdad, lo cual en más de las veces, permite acceder a la involución de las enfermedades.

Este tipo de artilugios degradan al paciente que obligado a ocultar o intentar simular su deterioro físico, vive una irrealidad existencialista.

El paciente oncológico no tiene porque esconderse y porque avergonzarse; el personal médico y las asociaciones que ha ello se prestan realizan un estigma estructural que constituye un concepto denigrante del abordaje integral del paciente oncológico, en donde estos determinantes sociales se interrelacionan con expresiones que son establecidas a partir del desconocimiento técnico-científico- social,  que privilegian el enfoque de la conmiseración benevolente que afecta la dignidad.

Desde esta perspectiva de alienar al paciente colocándole una grotesca peluca, reconoce la construcción de la exclusión social, que se interesa en demasía por difundir en los medios de comunicación la “benevolente acción” de sus actos de benefactores, lo cual revictimiza de forma permanente a este tipo de pacientes, fortaleciendo también en el personal médico el uso de los términos de “pacientito” y de “paciente de”, estableciendo un sentido de “compasivo” y de propiedad. Estas implicaciones verbales y de acción, implican un señalamiento social que afecta el estado emocional y físico de las personas afectadas por una enfermedad de estas características.

Las pelucas estigmatizantes, algunas de colores, recuerda la obra del novelista estadounidense Nathaniel Hawthorme La Letra Escarlata  que condena a una persona, a la indignidad ante una sociedad injusta y le declara culpable, de ser portador de un padecimiento, y le humilla, y le expone públicamente obligándoles a ocultar su identidad.

Sintácticas

De la sabiduría popular:

Abuelo tendero, hijo heredero, nieto pordiosero.

De San Antonio de A:

Adagios de viejitos, son evangelios chiquitos.

De Jevs:

Los sentimientos, son un ave delicada que en vuelo sutil equilibra el estado emocional del alma.

En una charla con el Maestro Carlo Antonio Castro:

En el vuelo de las aves, sus alas convergen y divergen provocando un vacío que les mantiene suspendidas en el espacio, ese vacío que provocan, les impulsa el desplazamiento, produciendo la fuerza que les lleva siempre adelante, direccionándose con su destino.

Alena Baeve. Tchaikovsky: Violin Concerto op.35 & Romeo and Juliet Fantasy Overture. Düsseldorfer Symphoniker Orchestra. Conducted by Alexandre Bloch.