En esta segunda parte de la conversación, Andrea Aranda Salas habla de sus experiencias en Francia y Bélgica, de su regreso temporal a México y de algunos de los descalabros que ha padecido.

Platinados peces

Son las palabras las que cantan,
las que suben y bajan…
Me prosterno ante ellas…
Las amo, las adhiero, las persigo,
las muerdo, las derrito…
Amo tanto las palabras…
Las inesperadas…
Las que glotonamente se esperan,
se acechan,
hasta que de pronto caen…
Vocablos amados…
Brillan como perlas de colores,
saltan como platinados peces,
son espuma, hilo, metal, rocío…
Persigo algunas palabras…
Las agarro al vuelo, cuando van zumbando,
y las atrapo, las limpio, las pelo,
me preparo frente al plato,
las siento cristalinas, vibrantes ebúrneas,
vegetales, aceitosas, como frutas,
como algas, como ágatas, como aceitunas…
Y entonces las revuelvo, las agito,
me las bebo, me las zampo,
las trituro, las emperejilo, las liberto…
(Confieso que he vivido.
Pablo Neruda)

Ya había estudiado un poco de francés en la Alianza Francesa, pero cuando me fui a Francia me di cuenta de que sí sabía leer y escribir un poco, pero no lo hablaba. Los primeros meses fueron difíciles —sobre todo en París, donde la gente no te habla si no hablas bien, o incluso si hablas bien, no te contestan—, pero al cabo de un año, ya lo hablaba más o menos, y resultó que me gustan los idiomas, que no tengo una buena memoria visual pero sí para los idiomas y me gustan porque es como otra manera de ver la vida, cada lugar tiene una visión diferente y el idioma es gran parte de eso: las palabras que se usan, la forma de organizar las frases; es otra forma de pensamiento y eso me gusta mucho, actualmente hablo español, francés, inglés, italiano y un poquito de catalán, ese no lo hablo bien, pero más o menos lo entiendo y me doy a entender.

Las muchas mañanas de verano

Pide que el camino sea largo.
Que muchas sean las mañanas de verano
en que llegues -¡con qué placer y alegría!-
a puertos nunca vistos antes.
(Ítaca. Constantino Cavafis.
Versión de Pedro Bádenas de la Peña)

Estuve en París un poquito menos de un año y de ahí me fui a estudiar a Lille, en el norte de Francia, a una escuela de circo. Para pagar la escuela, me iba a trabajar a Bruselas, es un buen lugar para trabajar y está muy cerquita —a media hora en tren—, me iba los fines de semana. No me gustó la escuela de Lille, me fui a vivir a Bruselas pero no me acomodé. Un día, un amigo me llamó:
—Oye, ¿qué estás haciendo?, ¿dónde estás?
—Estoy viviendo en Bruselas, estoy trabajando, juntando dinero en lo que veo que hago
—Vente a Toulouse, acá hay una escuela de teatro y de circo. Mañana voy a Lille, dame tus papeles, dame 200 euros y yo te inscribo
—Bueno, te veo mañana
Fui, le di todo y después volvió a llamarme:
—Te espero en Toulouse, ya te inscribí, ya vente.
Llegué a Toulouse y ahí sí me gustó, vivía en un barco, en el Canal du Midi, con el capitán —yo le digo así—, es un amigo que se llama Anto, es diseñador gráfico pero tenía muchos amigos de circo, músicos, escultores; tenía un espacio muy interesante y también conocí mucha gente. Vivía y con él y con su hija —que venía una semana sí y una semana no— y otra amiga que vivía con nosotros tres días a la semana. Era un barco chiquito pero nos organizábamos. Cuando despertaba, veía los patos, el agua, era muy bonito.

Volver, volver

La formación ahí era teórica: historia de la danza, del teatro, del circo; sí me gustó, sí me sirvió, pero tampoco era lo que yo quería hacer. Estuve ahí un año y luego pensé: a lo mejor es el momento de regresar a México.
Vine acá a visitar a la familia, a los amigos y después me fui al DF. Me hizo bien regresar a México, ver cuál era la situación, aprender a vivir acá otra vez, porque allá aprendí a ser independiente económicamente y muchas cosas. El DF me volvió a la realidad, ya se me había olvidado, pero tenía dinero y estaba muy contenta.
A los tres meses, se me acabó el dinero y me puse a trabajar en el Eje 1, entre dos colonias: la Guerrero y la Santa María la Ribera. Atrás del Eje 1, está el Eje 2, ahí están las vías del tren, es todo un cinturón de gran pobreza, hay un montón de casitas sin agua, sin servicios. En el semáforo estaban los que limpian parabrisas, los que venden chicles, todos ellos, cuando llegué a trabajar ahí, no me querían porque decían ¿qué hace aquí esta pinche güera? No me querían pero poco a poco nos hicimos amigos, incluso fui a sus casas, me invitaban a sus fiestas de cumpleaños y me iba a bailar cumbias con ellos.
Fue muy interesante y muy enriquecedor, es una parte que yo no conocía porque en México estamos muy separados, estamos acostumbrados a ver eso pero no hay una relación, no hay una verdadera comunicación, y con gente de más dinero tampoco hay una verdadera comunicación, son mundos diferentes, conviven en el mismo espacio pero están separados, no se mezclan.
En Europa es distinto, la pobreza de la que ellos hablan para mí es otra, son distintos tipos de pobreza.
Los del semáforo del Eje 1 me cuidaban, una vez se paró un moto, empezaron a gritarme y de pronto tenía a su alrededor a 20 diciéndole ¿qué le hiciste?.
También iba a trabajar a Polanco, la zona de los más ricos. Trabajaba afuera de los restaurantes, llegaba bien vestida, bien maquillada, llevaba mi música, hacia mi número de malabares y me iba bien pero era muy desagradable ver a esa gente con mucho dinero, y algunos con mucho poder, pero con unos valores bien pobres. Eran lugares muy caros, con precios son absurdos, pero trataban muy mal a la gente que pedía dinero en la calle, era horrible.
Era difícil ver esa desigualdad tan grande, clases sociales tan distintas que están ahí sin mezclarse, son mundos paralelos y yo estaba en medio. Era muy chistoso que a veces, en un mismo día pasaba de una realidad a otra, era como un puente que me permitía pasar de no tener qué desayunar en la mañana a meterme a ese mundo. A veces me decían siéntate a tomar una cerveza con nosotros, y yo decía ¿cuándo hubiera salido con ellos o cuándo me hubiera ido a bailar cumbias a las vías del tren? Eso me gustaba mucho porque me sacaba de donde nací, del lugar al que se considera que pertenezco, y eso me daba cierta libertad.
Después de año y medio me cansé del DF, me cansé de trabajar tantas horas por tan poco dinero, de levantarme sin desayuno y decir trabajo 18 horas al día y no me alcanza y no puedo estudiar y no puedo viajar y no puedo hacer muchas cosas. Me pasé como un año, trabajando un montón, en juntar dinero para volverme a ir.

Las piedras del camino

Más de una vez he tenido problemas con la policía porque una vida así no es tan común, entonces tampoco está dentro de las reglas, depende del lugar en el que estés. En el DF sí me tocaron cosas feas, en otros lados también (risas), a veces llegas a trabajar a un lugar, te piden permiso, no tienes; te piden papeles, no tienes; no te dejan trabajar y te quitan tus cosas. En Barcelona, por ejemplo, es horrible, la policía te persigue, te tratan como criminal. Yo he trabajado ahí porque cuando he ido he necesitado ganar dinero, pero sí es un gran estrés, estás a medio show, escuchas una patrulla y tienes que salir corriendo con tus cosas como si estuvieras cometiendo un crimen.
En Polanco había una policía que siempre me veía trabajando en la calle y yo la saludaba. Una vez me levantó una patrulla, les pregunté a dónde me llevaban y no me contestaron. Cuando llevaban como tres horas paseándome por el DF sin decirme a dónde me llevaban, de pronto se pararon, saludaron a esa policía, me vio y les dijo a ella no, ¿por qué se la llevan?, no, bájenla; y me bajaron, tuve suerte.

(CONTINÚA)

PRIMERA PARTE: Cometa de caña y de papel
TERCERA PARTE: Cirqueros somos y en el camino andamos

CONTACTO EN FACEBOOK        CONTACTO EN G+        CONTACTO EN TWITTER