Al inicio del presente siglo, un viejo amigo, quien laboraba en el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) aseguraba que no había rincón de Veracruz donde, al escarbar, no se encontraran vestigios prehispánicos.

Quizá por las bondades de su naturaleza o por su ubicación estratégica, este territorio ha sido cuna de grandes civilizaciones, las que dejaron inagotables testimonios de su cultura y su desarrollo.

La referencia a la abundancia de vestigios prehispánicos era frecuente, pues en cada nueva obra urbana, en cada nuevo trazo de carreteras o ducto de combustible, tenían que destinarse arqueólogos que fueran revisando el territorio que sería afectado, para ver si había zonas que ameritaban una protección especial debido a la presencia de restos que se consideraran importantes para el mejor conocimiento de nuestras raíces.

Hoy Veracruz sigue siendo el mismo, pero las circunstancias han cambiado, de forma radical.

El temor de hoy, al hacer una excavación, no es que nos encontremos con piezas de una cultura prehispánica. Hoy lo que tememos es que vayamos a toparnos con una fosa clandestina, de esas que existen miles en Veracruz y que ha utilizado el crimen organizado (y con esta expresión me refiero no sólo a los grupos de delincuentes que se dedican al narcotráfico, el secuestro, la extorsión o el robo de combustible, sino –incluso- a malos policías o militares, que también han recurrido a esas prácticas) para desaparecer a sus enemigos.

El analista Héctor de Mauleón publicó este miércoles en el periódico El Universal que el colectivo “Solecito” encontró restos de 148 cadáveres en 62 fosas del predio Colinas de Santa Fe, en Veracruz.

No son las únicas. Veracruz está considerada como una de las entidades con más inhumaciones clandestinas.

Lo grave del caso es que no se señala a nadie de forma específica como responsable de estas muestras de barbarie. Ni siquiera se puede asegurar que una banda de la delincuencia organizada, en lo particular, sea la autora de todos esos crímenes.

Tampoco se hace referencia a las autoridades de los tres niveles de gobierno que optaron por “mirar para otro lado” y permitieron que bajo sus narices se cometieran cientos, quizá miles de homicidios, sin mover un dedo.

Ese es otro de los grandes retos que en Veracruz asumió el nuevo gobernador Miguel Ángel Yunes Linares. Con fama de bronco y con experiencia en el ámbito de la seguridad pública, el mandatario veracruzano blandió esa bandera durante su campaña y es momento de que se empiecen a ver resultados.

Por lo pronto ha cuestionado la honestidad de las corporaciones policiacas locales (tanto las del estado, como las municipales) y recurrió al gobierno federal para que lo auxilien en abatir la delincuencia.

Lo que sí puede –y debe- hacer él, es trabajar en la formación de nuevas generaciones de policías, lo que tanto se presumió en las pasadas administraciones estatales, de manera que Veracruz esté preparado para el momento en el que las fuerzas armadas retornen a sus cuarteles.

Es cierto, los veracruzanos quieren ver en la cárcel a todos esos políticos y funcionarios que se hicieron millonarios con el dinero público, pero lo que más desean es vivir en paz, poder salir a las calles sin el temor de ser asaltados, “levantados” o extorsionados por pandillas que actúan con total impunidad.

Si Yunes Linares les da esa certeza, con seguridad tendrá el reconocimiento de la sociedad a la que hoy gobierna.

 

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