Enfrascado en una lucha sin cuartel, Javier se ve de pronto al borde del precipicio. Los golpes de Miguel han sido, si no certeros, sí abundantes, al grado de abrumarlo, hasta llevarlo a un paso del precipicio. Él sabe que un golpe más podría ser el definitivo. No se rinde, devuelve golpe por golpe y decide arriesgarlo todo; entrados en la pelea cuerpo a cuerpo, se aferra con todas sus fuerzas a su enemigo. Ese es su mejor blindaje. Si él cae, caerán los dos.

Metidos de lleno en este circo romano en el que se ha convertido el período de transición del gobierno en Veracruz, la mejor forma de entender lo que hacen Javier Duarte y Miguel Ángel Yunes es trasladándonos todos a un coliseo.

Tú me denuncias, yo te denuncio. Tú me tachas de corrupto, yo te exhibo por haber robado más de lo que dices que robé yo. Tú gritas, yo lo hago más fuerte.

Una remembranza de la infancia, cuando el reto era ver quién escupía más lejos. Sólo que en esta ocasión los dos apuntaron hacia arriba, e irremediablemente el escupitajo habrá caerles a ellos mismos.

Acaso lo que haya que criticarle al gobernador en funciones es que terminó cayendo en el juego de su rival, llevó esta absurda pelea a los terrenos que más conoce el gobernador electo.

Al parecer debido a la inclinación de los medios locales de resaltar lo que se dice sobre Veracruz en el centro del país, Javier Duarte decidió emprender esta ¿última? ofensiva desde la ciudad de México. Se sentó con el periodista Ciro Gómez Leyva y respondió a todos los cuestionamientos.

Dijo que nada debe, y por lo tanto nada teme. Explicó la crisis financiera que vive Veracruz de forma sencilla: La entidad padece un déficit que viene arrastrando desde el gobierno de Miguel Alemán; otros lo resolvieron contratando deuda, a él le ha tocado renegociarla. El servicio de esos pasivos representa -dijo- apenas un tercio de las participaciones federales.

Mientras tanto, el gobernador electo asegura que Javier Duarte está llevando a la entidad, a propósito, al desastre financiero. Asegura que las denuncias del gobernador en su contra son «cortinas de humo» mediáticas, parte de un show. Señala al fiscal del estado, Luis Ángel Bravo, de estar coludido con Duarte, por haberlo citado a declarar, lo que no ha hecho con el gobernador a partir de las denuncias que él ha presentado.

Luis Ángel Bravo responde que la cita a Yunes Linares se giró porque el propio gobernador electo así lo solicitó mediante un oficio.

Como bien lo dijo el analista del periódico El Universal, la transición en Veracruz se ha convertido en «espectáculo nauseabundo y vergonzoso que daña la imagen de un estado productivo y de sus habitantes».

Agrega que «los odios y fobias personales del gobernador entrante y del saliente los han llevado a protagonizar uno de los capítulos más penosos que se recuerden en la política mexicana. Acusaciones, denuncias penales, descalificaciones y adjetivos a granel son parte de esta guerra personal entre los dos mandatarios impuesta perversa y cínicamente a todos los veracruzanos y a los mexicanos en general».

El problema es que en este pleito callejero todos se ven obligados a tomar partido. Ya los dirigentes de las cámaras empresariales se cargaron con Miguel Ángel, mientras que los líderes sindicales se mostraron a favor de Duarte. En el Congreso local Ricardo Ahued ya se sumó al linchamiento del gobernador, mientras el presidente de la Junta de Coordinación Política, Juan Nicolás Callejas, abría su propio frente contra Yunes Linares.

Los medios de comunicación y las plumas más influyentes de la entidad han dejado clara también su postura.

Nadie sabe cuándo o cómo habrá de acabar esta trifulca, pero al final serán muchos los heridos por ambos bandos.

Y todo por un estúpido choque de egos.

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