La investigadora Annick Daneels destacó que las culturas del centro de Veracruz fueron más democráticas que los mayas, zapotecas y teotihuacanos

Annick Daneels, del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), señaló que, a diferencia de la historia, la Arqueología registra sin diferencia alguna tanto al vencido como al vencedor lo cual propicia un mejor conocimiento de las civilizaciones.

La licenciada y doctora en Historia del Arte y Arqueología por la Universidad de Gante, Bélgica, doctora en Antropología por la UNAM, fue abordada durante su participación en el Coloquio “Exploraciones arqueológicas en La Mixtequilla”, efectuado como parte del homenaje que organizó el Instituto de Arqueología (IA) a la vida y obra de Manuel Torres.

Annick Daneels está abocada, desde 1981,al estudio de las sociedades prehispánicas del Golfo, en particular del periodo clásico en el centro de Veracruz.

Ha centrado sus investigaciones en la arquitectura monumental de tierra mesoamericana en el trópico húmedo, desde donde ha abordado los aspectos de su historia, tecnología y conservación.

Actualmente dirige dos proyectos sobre el estudio de la tecnología prehispánica de arquitectura de tierra, uno por parte de la UNAM y otro con financiamiento del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt). El primero es específicamente sobre el sitio arqueológico La Joya, municipio de Medellín de Bravo, y el segundo versa sobre la comparación de sitios de tierras bajas hasta Centroamérica (Guatemala y El Salvador) y tierras altas.

El proyecto de Conacytconsiste en comparar las tecnologías constructivas e identificar si existen una o varias tradiciones de arquitectura de tierra en el país.

¿Por qué se interesó en la arqueología?

Desde que era niña siempre me llamó la atención. Tenía sólo una duda: si sería veterinaria o arqueóloga; y a los 11 años decidí que veterinaria era más un trabajo de hombres y que había más oportunidades en la arqueología.

Pero desde muy temprano me llamó mucho la atención todo lo antiguo, la vida en los siglos pasados.

 ¿Cómo es que llegó a México?

¡Por suerte! Como estudié en Bélgica, quería hacer arqueología de América, porque allá era arqueología clásica, de cercano o mediano Oriente, Egipto. Me parecía que ésa ya estaba muy vista y entendida. Yo quería América porque sentía que había mucho que hacer.

Cuando estaba en la licenciatura quería venir a conocer América para decidir si me interesaba más Mesoamérica o las civilizaciones andinas. En unas vacaciones decidí hacer un viaje para conocer las diversas áreas culturales de la América prehispánica y por casualidad se enteró un amigo de un tío mío, que tenía un hijo viviendo aquí en Xalapa.

Entonces, ese amigo quiso conocerme, le caí bien, le escribió a su hijo y éste le contestó “Sí, tú mándamela, aquí la presentamos, yo conozco a los arqueólogos del Museo de Antropología de Xalapa”. Llegué aquí en 1978 y me llevó con Alfonso Medellín Zenil, quien se preocupó de ver a una chamaca de 20 años queriendo ir de mochilera de México hasta Perú, entonces me invitó a estudiar una colección del museo.

De pronto, cambié mis planes y me quedé aquí, y a la semana me llevaron a conocer El Zapotal. Me fui varios días con Jaime Ortega, me pusieron a excavar, así que puedo decir que tanto Medellín Zenil como Manuel Torres fueron figuras muy importantes que contribuyeron a la decisión de quedarme aquí.

¿Por qué le interesó el centro de Veracruz?

Por ese deseo que tenía de trabajar en áreas donde entendía que podría aportar, donde había mucho por hacer. Hay que recordar que Alfonso Medellín Zenil trabajaba y formaba equipo desde 1948, pero el estado era muy grande y apenas se empezaban a desbrozar las preguntas arqueológicas.

El mismo Medellín Zenil me lanzó al estudio de las famosas figurillas de dioses narigudos y me dio la información que hasta ese entonces se conocía, la cual era muy poca.

Cuando regresé al país, me tocó armar un proyecto sobre los dioses narigudos: cronología, contextos de hallazgos y función en la sociedad.

Apenas ahora, 40 años después, es que se empieza a entender mejor de qué se trata. Entre que se han multiplicado las investigaciones, que tenemos más contextos, se han hecho estudios tanto de colecciones europeas como nacionales, que se han multiplicado los contextos de hallazgo, es que empezamos a entender cómo funcionaban las figurillas en la sociedad del centro de Veracruz, y es fascinante.

Por un lado se conoce El Tajín –la arquitectura de nichos, las palmas– y del centro-sur las figurillas –sonrientes, dioses narigudos, las del El Faisán, los coyotes y más–; esa multiplicidad de figurillas sabemos que están, pero no sabemos la razón. Otra cosa que también sabemos es que hay muchísimas mujeres representadas, pero tampoco sabemos por qué.

Cuando empezamos a ver los contextos, a diferencia de todas las otras civilizaciones del periodo clásico, aquí las figurillas aparecen en contextos de élite: ofrendas de pirámides, de palacios y de altares.

Con los mayas, zapotecas y teotihuacanos las figurillas de barro están relegadas al ámbito doméstico, nunca trascienden a eventos políticos, en el centro de Veracruz sí. Eso empieza a abrir una idea sobre una sociedad muy distinta, donde la religión del pueblo, la que es representada por las figurillas de barro, tiene injerencia en decisiones de orden político.

El tamaño de los sitios que estamos viendo aparentan ser más pequeños que los de otras sociedades, pero son igual de complejas en sistemas estatales –con cuatro rangos de organización administrativa, con religión de Estado relacionada a la decapitación y a su vez asociada con el juego de pelota–, y tiene un diálogo mucho más negociado con la población.

Estamos viendo una injerencia del pueblo en general en las tomas de decisión política. Ése es un aspecto por el que el centro de Veracruz es absolutamente distinto a las demás altas civilizaciones del clásico.

¿Eran más democráticos?

Sí. Se podría decir que hay un aspecto de más democracia, que en parte se debe a la abundancia que existe en el trópico para vivir. Entonces, el ejercicio del poder se ve limitado; toda la gente puede vivir muy bien sin tener a alguien que le diga cuándo sembrar, que no dependan de rituales para la fertilidad ni nada.

Se ve que el ejercicio de poder fue más negociado y eso se representa en la multiplicidad de figurillas que tenemos.

Es después de tantos años que se empieza a entender cómo funcionan esas religiones que surgen desde el ámbito popular-doméstico, pero que tienen injerencia en la toma de decisiones políticas.

¿Por qué les llaman ‘culturas del centro de Veracruz’ y no por un nombre específico a cada una?

La conexión étnica siempre le gusta a la gente, pero sigue siendo un problema. No son los únicos, pasa lo mismo en Teotihuacán, están peleando quién la construyó. Aquí en Veracruz están los que decían que eran totonacos, pero la evidencia arqueológica cada vez va indicando que lo totonaco aparece más bien en el posclásico y del río La Antigua para arriba.

La evidencia de que hubiera habido totonacos hasta el río Papaloapan, que fue en su momento el modelo que propuso José Luis Melgarejo Vivanco y secundó Medellín Zenil, está cada vez menos sustentada, ante la evidencia de que hay un cambio muy profundo en el ámbito arqueológico de la cultura material posclásica en el área.

Lo que tenemos en el centro-sur de Veracruz son fenómenos nahuas que nos llegaron del Altiplano (de Puebla-Tlaxcala) en el posclásico. De lo que hay antes, y es la manzana de la discordia, algunos dicen que podrían ser mayas, otros dicen que serían mixe-zoqueanos, descendientes de los olmecas. De ahí hay una continuidad arqueológica muy fuerte en la cultura material, que viene desde el pre-clásico inferior hasta el clásico, que sugeriría que podrán ser zoqueanos todo el tiempo.

Otros hablan de los nahuas tempranos, los teotihuacanos; probablemente podría haber sido un contingente que llegó hasta la costa del Golfo, pero nadie está de acuerdo si Teotihuacán fue o no nahua.

La última propuesta es que fueron huastecos y regresamos a la propuesta maya o de idiomas mayoides. Ahí no queda claro, podría ser una mezcla con otomíes, pero digamos que al igual que con Teotihuacán, “lo más seguro es que quién sabe”.

Creo que no hace falta, sobre la marcha iremos mejorando. Se están haciendo estudios de DNA que nos están ayudando a entender la complejidad biológica.

¿Qué importancia reviste desarrollar investigación sobre estos temas?

Creo que entender las sociedades del pasado es importante, porque nos permite entender cómo en la antigüedad resolvieron problemas ecológicos, políticos y culturales a través del tiempo; y pueden aportarnos ideas sobre cómo surgen los problemas y cómo se resolverían.

La otra parte es más bien de términos ideológicos, porque una persona entiende desde el pasado su identidad, y sólo puedes asumirte plenamente si sabes de dónde vienes.

Para saber a dónde vas, la única manera es saber de dónde vienes, y en ese aspecto la arqueología se liga a la historia, pero más allá de ésta –que siempre está escrita por los vencedores– la arqueología da la historia de toda la sociedad, sin diferenciar entre vencedores y vencidos.  Ésta es la gran aportación de la arqueología a la sociedad.

¿Se desarrollan suficientes investigaciones arqueológicas en el centro de Veracruz?

En aquel entonces estaba el equipo de Alfonso Medellín, eran alrededor de 10 personas más algunos investigadores extranjeros. En total eran como 15 personas.

En 2010 hice un recuento y eran 45 personas dedicadas de tiempo completo a la arqueología del centro Veracruz; ahora, con todos esos grandes proyectos de salvamento promovidos por Petróleos Mexicanos (Pemex) y el crecimiento poblacional, en la periferia de estas 45 personas son cientos de arqueólogos los que trabajan esos proyectos.

La cantidad de información que se está recabando es impresionante. Probablemente Veracruz es uno de los estados mejor documentados en este momento del país.

De haber estado en 1980 con un solo sitio en el Registro Público de Monumentos y Zonas Arqueológicos, la Isla de Sacrificios, hasta hace unos cuantos años estábamos en 12 mil y la cifra sube a cada momento.

Somos uno de los estados mejor registrados del país, gracias a esos grandes proyectos de salvamento que implican miles y miles de kilómetros cuadrados de recorridos sistemáticos.

La cantidad de información que se genera es tal que nos está rebasando. Necesitamos lograr tomarnos un tiempo para analizar todo eso, sobre todo los proyectos de salvamento, que son continuos. ¡Es impresionante lo que ha estado saliendo!

¿Se divulgan eficientemente los resultados de investigación?

Por su misma dinámica la arqueología tiende a ser lenta: investigación de campo, análisis de material, informes técnicos, después las presentaciones de trabajos en congresos, y finalmente las publicaciones.

Cada vez estamos publicando más, pero demasiado en el ámbito académico. Entonces, sí debemos hacer un esfuerzo más sólido de trabajar en la difusión. Lo hacemos mucho a través de congresos, pero también deberíamos fortalecer el trabajo escrito en publicaciones dirigidas a un gran público sobre los avances que hemos logrado.

Eso depende también de políticas bien decididas por parte de los estados y las universidades por premiar y dar dinero para publicaciones de divulgación.

Desgraciadamente los sistemas de evaluación académica están muy enfocados en la valoración de publicaciones académicas, por eso es bastante lógico que la mayor parte de los investigadores dediquen buena parte de su trabajo a la publicación en ámbitos académicos. Hace falta tener programas más sólidos de apoyo a la divulgación.

UV/ Karina de la Paz Reyes Díaz