En 1985, el alemán Patrick Süskind sorprendió al mundo con una inquietante novela, que se convirtió casi de inmediato en un best seller mundial. El perfume: historia de un asesino fue traducida de inmediato a 40 idiomas y se vendieron cerca de 30 millones de ejemplares.

En 2006, otro alemán, Tom Tykwer, hizo una cumplida película a partir del libro, en la que participan destacadamente Ben Whishaw, en el papel del protagonista, y Dustin Hoffman, con la alta calidad que siempre ha caracterizado a este extraordinario actor.

El perfume… es la historia de Jean-Baptiste Grenouille, el protagonista que preside toda la trama, que sobrevive de milagro a su nacimiento entre pescados malolientes del puesto en el que trabajaba su madre, quien ya se había provocado antes tres abortos. Nació el niño con dos características singulares: una, que no olía a nada, no expedía ningún olor; la otra, que en contraparte tenía un olfato agudísimo, único, irrepetible, que le permitió convertirse en un perfumero excepcional, el mejor de la historia de la humanidad, aunque también una persona sin ningún escrúpulo, sin moral alguna, sin límites para la maldad.

Pero bueno, no es la intención contarle a la libresca lectora o al alfabetizado lector esta historia, sino detenerme en una peculiaridad de don Jean-Baptiste: como no olía a nada, no podía despertar ningún sentimiento en las personas que no fuera repulsa y miedo.

Todos los horrores que comete a lo largo de la novela, son simplemente la busca de que alguien le demostrara alguna simpatía, algún interés por él como ser humano, algo de amor. Y termina la novela en que… perdón, pero no les debo contar el final, don Patrick, el autor, no me lo perdonaría.

La solución de Grenouille para que lo quieran no es precisamente la mejor, pero viene a cuento esa exageración porque nuestro presidente enfrenta ese dilema en este momento, y no porque sea una persona repulsiva o poco atrayente, sino por las condiciones en que se encuentra el país, y muchos otros elementos más.

Pareciera que el futuro de la nación está agarrado al clavo ardiendo de la aceptación popular para nuestra máxima autoridad.

Los que manejan las redes anarquistas están que truenan contra cualquier movimiento que haga el Gobierno de la República, y el público que los sigue igualmente muestra su indignación acalorada por la vía de los memes y los comentarios.

Lo cierto es que el futuro de la nación está pendiendo y en peligro. Pero no tiene que ver con la simpatía o la aceptación; tiene que ver con problemas sociales intensos, con una economía que no acaba de levantar, tiene que ver con la violencia que se ha enseñoreado del país.

Que si la señora se compró una casa, eso es lo de menos. Que si nos cae mal el señor, pecatta minuta.

Lo duro, lo difícil sería que se acabara el estado de derecho, que no hubiera autoridad, que las instituciones hicieran agua.

¿Qué renuncie Peña? ¿Y con qué lo sustituiríamos?

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