Como misioneros que llegan a un territorio nunca pisado por el hombre y lo desbrozan, lo chapean, acicalan los árboles y se agencian materiales para levantar la aldea con la que han soñado durante días, meses, años. Y las jornadas fatigan pero no derrotan, y los ánimos, lejos de ahuyentarse, aumentan con cada piedra que se encima sobre otra para amurallar el refugio de los anhelos; así, en enero del año 2008 de nuestra era, un grupo de jóvenes músicos tomó los paredones y los tejados añejos de una construcción ruinosa y, con el entusiasmo como materia prima, se dio a la tarea de construir el recinto de los sueños.

Édgar Dorantes iba al timón flanqueado por dos oficiales: Aleph Castañeda y Miguel Cruz. La tripulación se completaba con Emiliano y Vladimir Coronel, Guillermo Barrón, Yaury Hernández, Alonso Blanco, Alberto Jiménez, Nissiel Ceballos, Alejandro Bustos, Arturo Caraza, Tonatiuh Vázquez, Gustavo Bureau, Mauricio Franco, Rudyck Vidal, Paquito Cruz, Connan Contreras y seguramente algunos otros que escapan de mi registro.

Arribaron a la casona que se encuentra en la esquina de Leona Vicario y Allende, desembarcaron, quitaron telarañas, desempolvaron muros, limpiaron pisos, cambiaron vidrios, repararon baños, descargaron un cargamento de mesas, sillas, mesabancos, pizarrones y tomaron lijas, desarmadores, brochas, pinturas, barnices e hicieron de todo ese mobiliario que estaba abandonado en las bodegas de la Universidad Veracruzana, el más digno equipamiento para comenzar la aventura.

Agustín Bernal, Gabriel Puentes y Rey David Alejandre fueron los primeros convocados para fertilizar el nuevo territorio con sus conocimientos. El ambiente era de fiesta, la comunidad en pleno participaba de clases, jams sessions, intercambios de conocimientos y experiencias, crecimiento compartido. Más tarde, los estudiantes pioneros se sumaron a la siembra, prodigaron lo aprendido entre quienes se aproximaban al nuevo paraíso. Y el proyecto fue creciendo, y aquellos que parecían sueños fueron convirtiéndose en certezas, y los frutos comenzaron a brotar por todos lados, y un día, la modesta escuela se transformó en el Centro de Estudios de Jazz de la Universidad Veracruzana, una de las primeras instituciones del país que ofreció una licenciatura en jazz y, sin duda, una de las mejores.

Han pasado muchas cosas, mucha gente, proveniente de muchos lados, ha llegado con su apero y su cargamento de humus para integrarse a la labranza. El trabajo ha sido arduo pero abundante la cosecha, hoy, JazzUV tiene un prestigio grande en todo el país y fuera de él porque no hay foro que pisen los miembros de su comunidad que no se cimbre ante la contundencia de la calidad y la ventura de su música.

En apenas nueve años, JazzUV ha cobrado dimensiones de gigante y va a celebrarlo el miércoles 15 de febrero con un concierto en el que participarán sendas agrupaciones emanadas de sus muros: el Sexteto de Alejandro Bustos y el Quinteto de Ramiro González.

Alejandro Bustos, uno de los pioneros, enarbolará su sax tenor como estandarte al lado de la trompeta de David Cortés, el piano de Paquito Cruz, el contrabajo de Pedro Morán, la batería de Jesús Rodríguez y una voz muy joven pero con una brillantez apabullante, la de Valentina Marentes.

Ramiro González, por su parte, recreará su Sonata para el bebé colibrí, su segunda producción discográfica como líder. Ramiro se hará cargo del saxofón soprano, Adal Pérez, del tenor, en mismo Francisco Cruz estará en el piano, Carlos Zambrano en el contrabajo, Alex Lozano en la batería.

La celebración será en la Casa del Lago e iniciará a las 19:00 horas, la entrada, por supuesto, será libre, veámonos ahí.

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