México no es un país de delincuentes, no es un paraíso de la violencia, ni terreno baldío sin leyes ni autoridades. Pero México necesita justicia, clara, pronta, transparente, ágil, sensible al dolor de cada víctima, receptiva ante la indignación y la exigencia social de que se aplique la ley, parejo y pronto. Sólo entonces llegará la seguridad. México necesita cuidar, proteger y ordenar con el respeto a la vida humana como primordial obligación.

Cada ciudadano privado de su libertad, cada detonación, cada “levantón”, cada extorsión, cada muerto, son fogonazos de indignación, disparos de incertidumbre, descargas de adrenalina que abren y arañan cada herida en el tejido social del que todos somos parte. La inseguridad, la barbarie, el crimen, no tiene color ni siglas partidistas. No es botín político, no es trampolín para trepar a un escaño ni ambicionar una nueva candidatura. O no debería serlo, si habláramos de políticos con sentido ético, con responsabilidad, vergüenza y dignidad como perdedores y figuras públicas.

Si la violencia tuviera siglas en México, serían las del PRI, las del Presidente de la República, el mandatario que ve como en el mes de mayo se rompió el récord de hechos violentos en el país, entendido como un todo, como un conjunto de entidades federativas, municipios, distritos, comunidades, ciudades, pueblos y rancherías distribuidos de manera asimétrica en todo el territorio nacional.

De Tecate a Chetumal, durante el mes de mayo se abrieron 2 mil 186 carpetas de investigación por homicidio doloso, la cifra más alta desde 1997,  cifra no alcanzada ni siquiera en los peores momentos de la “guerra contra el narcotráfico” del sexenio de Felipe Calderón, ofensiva que desató un vendaval de crímenes y enfrentamientos.

En lo que va del año, en nuestro país van 9 mil 186 asesinatos, frente a los 7 mil 658 del año pasado en igual período. Por otra parte, el secuestro es también un delito que ha visto incrementada su incidencia. Datos oficiales revelan que en mayo se iniciaron 100 carpetas de investigación por ese delito, 8% más que en el mes de abril. De enero a mayo de este año, en todo México se abrieron casi 500 indagatorias por secuestro sólo en Procuradurías y Fiscalías estatales, lo que representa un incremento de alrededor del 13% en relación al mismo lapso de 2016.

A este paso, 2017, el penúltimo año del Presidente priista Enrique Peña Nieto, podría llegar a ser el año con mayor número de crímenes en los últimos 3 sexenios. Estas marcas no las pueden presumir sus compañeros de partido, gobernadores, dirigentes, alcaldes, diputados y senadores con la lengua envilecida a la hora de construir horcas caudinas, cadalsos desde los que vociferan por paz y justicia en Veracruz, mientras cierran el gollete frente a los espeluznantes números del crimen en el país del que es Presidente su correligionario huésped de Los Pinos.

Los índices de delincuencia han crecido en prácticamente todos los estados, sin que hasta ahora los malhechores muestren alguna predilección partidista, salvo algunos forajidos que son también exgobernadores, ayer “jefes políticos”, hoy rufianes encarcelados de los que sus compañeros priistas han borrado y negado prebendas, favores, donaciones y canonjías.

La violencia nos castiga a todos, y sus orígenes durante los últimos años tienen acta de nacimiento expedida por los encargados de la seguridad en Veracruz. La colusión, la sumisión, el contubernio, la indiferencia, la impunidad eran los requisitos de la inmensa mayoría de los mandos responsables de garantizar tranquilidad y armónica convivencia al pueblo veracruzano. Y en ese entorno, en ese momento, en esos días de criminales al frente del gobierno, ningún priista alzó la voz, señaló faltas, omisiones, componendas y frivolidades que fueron hundiendo a Veracruz en un pantano que les dejó manchas hasta las rodillas a estos hoy inclementes críticos de la nueva administración.

Hoy se teje y edifica un nuevo armazón de fortalezas y estrategias. Se despliega la coordinación entre fuerzas federales y estatales, se unifican criterios, se afinan mecanismos, se definen objetivos, se comparten responsabilidades. Y la inercia delictiva resiste, ataca, responde. En materia de seguridad pública, si pierde el gobierno, sea federal, estatal o municipal, perdemos todos. Por eso es una vileza utilizar la inseguridad como carnada electoral.

No hay estrategia de seguridad que no pase por abatir el rezago social y disminuir la desigualdades socioeconómicas. Para eso se requiere la acción de gobierno. Y en Veracruz los frentes del desastre son prácticamente todas las dependencias estatales. No hubo oficina que no quedara convertida en páramo. No hay Secretaría que no sea damnificada de la patibularia turba de bribones que ocuparon Palacio de Gobierno, frente a la complacencia silenciosa de sus compañeros de partido.

Veracruz no olvida un sexenio dedicado a la rapacidad, un gobierno implacable a la hora de destruir leyes e instituciones, presto a prostituir medios, columnas y versiones de los hechos, metódico, detallista y minucioso al momento de desfalcar, defraudar, malversar, robar, desvalijar, usurpar y estafar bienes, pensiones, paz, recursos, desarrollo, confianza y credibilidad ciudadana.

La estrategia es renacer, resurgir, limpiar, recuperar y construir. Sumar, multiplicar, sanear. Si no saben ni quieren ayudar, si no son capaces de mover un dedo por Veracruz desde sus comisiones, desde la tribuna, desde sus tan presumidas y estériles relaciones con ministros y mandamases, si no estuvieron dispuestos a señalar el dispendio, el robo, el endeudamiento, el saqueo brutal y evidente de un gobernante con el que ayer posaron mostrando su mejor sonrisa, mejor quédense callados, y desmenucen su derrota construyendo sus futuras victorias como castillos en el aire.

Si la mezquindad, la ambición y la voracidad les impiden hacer política de altura, si todo se reduce a cálculos electorales, candidaturas y períodos de gobierno, entonces son parte del problema, son alevosos instrumentos de la división, el encono, el odio, el resentimiento y la inquina entre veracruzanos. Típicos oportunistas que se llaman víctimas para ataviarse de justicieros. Los severos e implacables críticos del gobierno de Veracruz pretenden hoy erigirse en jueces, y apenas ayer fueron cómplices. Cómodos y ventajosos malabares de la memoria.

Nadie busca pretextos ni caben las lamentaciones. A esta tierra fértil y generosa que tanto se esforzaron durante más de 10 años en convertir en arenal, en estepa y pedregal, no las verá agonizar el frenético oportunismo de los derrotados.

El tamaño del daño exige grandeza. Se hace un enorme esfuerzo, pero nadie está obligado a hacer milagros. En Veracruz hoy se trabaja con lo que hay, y se buscan soluciones, salidas, diálogo, gestión, respuesta.

El gobierno anterior fue un trasatlántico repleto de filibusteros dedicados al saqueo frente a la complacencia de unos marineritos vestidos de blanco. Espectadores de la barbarie, aplaudidores de la simulación. Es más honroso bregar en un gobierno que navega a contracorriente, sin mástil, vela ni botes salvavidas, pero con bitácora, timón,  y brújula. Y valor, voluntad, decisión. Convicción. Implacable a la hora de salir adelante.