Sólo soy un mulato que ama la mar.
Recibí una sólida educación colonial.
Hay en mí del holandés,
del negro y del inglés.
Y: o soy nadie o soy una nación.
(Derek Walcott)

En su discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura (1992), Derek Walcott traza los puntos cardinales de su poesía. Girones holandeses, ingleses, africanos y asiáticos son nutrientes de una voz personal hecha a partir de las esquirlas esparcidas en una isla caribeña, retazos que reúne para formar las gotas de agua fresca que perlan las frentes de las estatuas para infundirles vida, brisa de mar y «un ritmo ancestral y extático (…), un ritmo que no puede ser subyugado ni por la esclavitud ni por un contrato de servidumbre»

«Cuando se rompe un jarrón –afirma el escritor en el discurso citado-, el amor que vuelve a juntar los fragmentos es más fuerte que aquel otro que no valoraba conscientemente su simetría cuando estaba intacto. La cola que pega los pedazos es la autenticación de su forma originaria. Un amor análogo es el que vuelve a reunir nuestros fragmentos asiáticos y africanos, la rota reliquia de familia que, una vez restaurada, enseña blancas cicatrices (…). El arte antillano es esta restauración de nuestras historias hechas añicos, nuestros cascos de vocabulario, lo cual convierte a nuestro archipiélago en un sinónimo de los pedazos separados del continente originario.

«Este es el procedimiento exacto de componer poesía, o de eso que debería llamarse, no ‹componer›, sino ‹recomponer› (…). La poesía es como el sudor de la perfección, pero debe lucir tan fresca como las gotas de la lluvia sobre la frente de una estatua. Combina lo natural con lo marmóreo. Y conjuga ambos tiempos: el pasado y el presente; el pasado es la estatua; el presente, el rocío o la lluvia sobre su frente. Existe el lenguaje amortajado y el vocabulario personal: la labor de la poesía es excavación y descubrimiento de uno mismo. Por lo que toca al tono, la voz personal es un dialecto; forma su propio acento, su propio vocabulario y su propia melodía, a despecho del concepto imperial del lenguaje; el lenguaje de Ozymandias, de las bibliotecas y los diccionarios, de los tribunales de justicia, los críticos, las iglesias, las universidades, el dogma político y la dicción de las instituciones. La poesía es una isla que se separa del continente. Los dialectos de mi archipiélago me parecen tan frescos como las gotas de la lluvia sobre la frente de la estatua; no son sudor brotado del clásico mármol severo, sino condensación de un elemento refrescante, lluvia y sal».

«Las biografías de poetas difícilmente son creíbles», escribió en otro lugar, arduo e infructuoso sería intentar aquí un recorrido por la obra y por la vida del poeta fallecido el pasado viernes 17 de marzo, mejor es recordarlo con sus propias palabras, esas gotas de lluvia o de rocío que animan a las estatuas.

 

AMOR DESPUÉS DEL AMOR

Llegará el día
en que, con júbilo,
te recibas a ti mismo que llegas
hasta tu puerta, ante tu propio espejo,
y uno al otro sonriendo se den la bienvenida
y se digan: siéntate. Come.
Volverás a querer al extraño que has sido.
Saca el vino. Y el pan. Tu corazón, devuélvelo
a sí mismo, al extraño que te ha amado
toda la vida, al que ignoraste
por otro, al que te sabe de memoria.
Esas cartas de amor en las estanterías,
quítalas; y las fotos, las notas consternadas.
Corta tu propia imagen del espejo.
Y siéntate. Hoy hay fiesta en tu vida.

(Versión de Aurelio Asiain)

 

ME DETENGO A OÍR UN ESTREPITOSO TRIUNFO DE CIGARRAS…

Me detengo a oír un estrepitoso triunfo de cigarras
ajustando el tono de la vida, pero vivir a su tono
de alegría es insoportable. Que apaguen
ese sonido. Después de la inmersión del silencio,
el ojo se acostumbra a las formas de los muebles, y la mente
a la oscuridad. Las cigarras son frenéticas como los pies
de mi madre, pisando las agujas de la lluvia que se aproxima.
Días espesos como hojas entonces, próximos los unos a los otros como
horas y un olor quemado por el sol se alzó de la carretera lloviznada.
Punteo sus líneas a las mías ahora con la misma máquina.
¡Qué trabajo ante nosotros, qué luz solar para generaciones!-
La luz corteza de limón en Vermeer, saber que esperará allí
por otros, la hoja de eucalipto
rota, aún oliendo fuertemente a trementina,
el follaje del árbol del pan, de contorno oxidado como en van Ruysdael.
La sangre holandesa que hay en mí se dibuja con detalle.
Una vez quise limpiar una gota de agua de un bodegón flamenco
en un libro de estampas, creyendo que era real.
Reflejaba el mundo en su cristal, temblando con el peso.
¡Qué alegría en esa gota de sudor, sabiendo que otros perseverarán!
Que escriban: «A los cincuenta invirtió las estaciones,
la carretera de su sangre cantó con las cigarras parlantes»,
como cuando emprendí el camino para pintar en mi decimoctavo año.

(Versión de Vicente Araguas
Huerga y Fierro Editores)

 

PUEDO SENTIRLA VINIENDO DE LEJOS…

Puedo sentirla viniendo de lejos, también, Mamá, la marea
desde el día ha pasado su vez, pero aún noto
que como una gaviota blanca relampaguea sobre el mar, su lado inferior
atrapa el verde, y yo prometo usarlo después.
La imaginación ya no se aleja con el horizonte,
mas no hace sino volver. En el borde del agua
devuelve cosas limpias y fregadas que el mar, a modo
de basura, ha blanqueado, casto. Escenas dispares.
Las casas de los esclavos, azul y rosa, en las Vírgenes
bajo los vientos alisios. Mi nombre atrapado en
la almendra de la garganta de la abuela.
Un patio, un viejo bronceado con bigote
como el de un general, un chico dibujando hojas de aceite de castor
con mucho detalle, esperando ser otro Alberto Durero.
Los he mimado más que a la coherencia
mientras la misma marea para los dos, Mamá, se aproxima –
las hojas de parra poniendo medallas a una vieja cerca de alambre
y, en el patio pecoso de sombras, un anciano como un coronel
bajo las verdes balas de cañón de la calabaza.

(Versión de Vicente Araguas
Huerga y Fierro Editores)

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