Hace unos dos o tres años, siendo director editorial de la UV el escritor Agustín del Moral, la Universidad Veracruzana decidió mover las fechas de la celebración de la Feria Internacional del Libro Universitario (FILU), entre otras razones, para que los estudiantes y maestros no estuvieran de vacaciones y para que la temporada de lluvias no afectara el desarrollo de las actividades programadas ni inhibiera la asistencia de los interesados.

La primera vez que se pasó a mayo, una inusual temporada de chubascos por poco arrasa con las instalaciones de la feria, celebrada en la Casa del Lago, y muchos recuerdan la manera en que la entonces alcaldesa Elizabeth Morales, vestida como una princesa, y el escritor Sergio Pitol, además del entonces rector Raúl Arias Lovillo, debieron subir sus pies al travesaño de sus sillas para evitar que el río formado en el piso del foro al aire libre se llevara su calzado.

Aunque será hoy viernes cuando se inaugure la FILU 2014, ayer jueves cayó sobre la ciudad un chubasco que dejó en minutos enormes cantidades de agua, al punto de inundar plazas comerciales, calles, colonias, casas y centros públicos, y no es descartable que durante el desarrollo de la feria suceda algo similar.

No es que los libros traigan torrentes no solo de conocimientos sino también de aguas pluviales. El tema que debe preocupar es que los cambios climáticos, la exacerbación de los fenómenos naturales, lo inusitado de sus respuestas, están poniendo en la tarea de los gobiernos locales la imperiosa necesidad de cambiar los esquemas de la protección civil.

¿Estamos preparados para prevenir desgracias?

Hace unos días, Xalapa vivió un frío infierno: la caída de granizo de gran tamaño y peso que hizo de las suyas con cientos de automóviles, viviendas, instalaciones públicas y personas, destruyendo medallones y techos y descalabrando a paisanos.

Ayer fue una violenta tormenta, acompañada de fuertes vientos y cantidades ingentes de agua que hicieron que los riachuelos se convirtieran en peligrosos ríos, las plazas comerciales fueran afectadas por el agua y se cortaran varias calles, además de inundar casas.

El riesgo que viene puede ser peor. El reblandecimiento de la tierra en áreas de gran pendiente, con casas construidas en cerros, puede provocar deslaves que arrasen con casas y personas, y generar pequeñas o grandes catástrofes.

¿Qué tienen preparado los gobiernos locales para prevenir y atender emergencias, más allá de llevar a los damnificados cobijas, despensas y láminas metálicas, o de habilitar albergues temporales donde se ofrezca a los afectados un sitio para dormir y comer?

Veracruz, en efecto, ha demostrado grandes avances en materia de protección civil. Es cierto que en el gobierno anterior este renglón sirvió para atraer grandes cantidades de recursos federales que, por desgracia, no se aplicaron para paliar los daños, pero los fenómenos meteorológicos del año pasado que casi destruyen Guerrero, no tuvieron los mismos efectos en Veracruz, donde estábamos preparados.

Sin embargo, ya no solo debemos estar alertados cuando desde el Caribe se detecta una tormenta tropical y se le da seguimiento, con posibles rutas y áreas de choque en nuestro territorio. Hoy, cualquier aguacero generado tras una surada o un fuerte calor, está provocando en cuestión de minutos tantas desgracias como apostaríamos que las provocaría una tormenta o ciclón tropical.

¿Qué debemos hacer población y gobierno?

No tengo la respuesta, por cierto. No soy experto en el tema. Lo que sí puedo comentar es lo que sucede en mi tierra, San Rafael, a orillas del Río Bobos. Junto con mi familia, todos los paisanos sabían que las mayores afectaciones, aquellas que se derivan no solo del choque frontal de un huracán sino de los remanentes de lluvia dejados a su paso, era motivo para que el río saliera de madre para afectar viviendas y sembradíos.

Pero eso ocurría prácticamente en septiembre u octubre. Hoy, sin embargo, cualquier ‘norte’, cualquier lluvia mayera o un fenómeno meteorológico en el mes de enero, que era prácticamente impensable, produce estragos incalculables en la economía de la región, inunda los platanares, extravía las cabezas de ganado que huyen para salvar la vida, acaba con pequeños o grandes negocios comerciales, causa pérdidas en mobiliario y equipo escolar, destruye los bienes muebles de sus pobladores e, incluso, provoca la muerte.

¿No es tiempo ya de que los expertos analicen las nuevas condiciones climatológicas o estén listos para enfrentar los efectos de otros desastres producidos por sismos o por la mano del hombre?

No quiero decir con esto que están mal las políticas de protección civil. Hasta se ha creado la alerta gris, retomada a nivel nacional, para que la población esté prevenida sobre los riesgos que se acercan. Pero, ¿qué ocurre con los fenómenos súbitos de la naturaleza, como el de ayer en Xalapa, que en los próximos tiempos serán más frecuentes?

Ojalá que las lluvias no afecten la celebración de la más importante feria bibliográfica del sureste, organizada por la Universidad Veracruzana. Puede ser hora de que tanto la casa de estudios como el Gobierno del Estado y los ayuntamientos empiecen a reflexionar científicamente sobre las nuevas condiciones climatológicas y los efectos en las personas y sus bienes.

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