Llegan a su recta final las campañas electorales más polémicas, competidas y escandalosas de la historia. A escasos 19 días de que estemos frente a la urna para depositar nuestro voto, todo lo dicho y oído en los meses de proselitismo, en los mítines, en las denuncias, denostaciones, descalificaciones, infamias y medias verdades o mentiras verdaderas para buscar convencer o ahuyentar al elector, habrá de quedar atrás.

Cuanto ruido y griterío, cuanto odio vertido, cuantas distorsiones de la verdad, cuanta exhibición de pobreza conceptual de los publicistas de los candidatos, cuantos medios y comunicadores convertidos en histéricos apologistas de los favoritos de sus patrocinadores.

Demasiadas sospechas y otras tantas certezas de la intromisión gubernamental, de la decisión de adulterar la voluntad popular e imponer victorias al precio que sea. Eso es lo que nos dejan las campañas. Una auténtica feria de desconfianzas, como pocas veces se ha visto.

Con todo, difícilmente quien tiene la determinación de acudir a las urnas variará su decisión que ya está de alguna manera registrada en las múltiples encuestas que se han levantado.

A juzgar por las tendencias recogidas en los sondeos nada o casi nada se movió a pesar de las campañas, de los debates, de los mítines con plazas repletas presumidas en medios, de los miles y miles de spots, de la feroz guerra sucia, de los encontronazos, descalificaciones e insultos en redes de los seguidores de los candidatos, de los ríos de tinta que han corrido, de regalos, ofertas, promesas y todos los recursos estatales y federales, legales o no, que se han movilizado.

El ciudadano tiene calificados ya a los partidos, a sus abanderados, y actuará en consecuencia.

Así nos acercamos al día de la elección. Ha sido extenuante el camino recorrido y en el trayecto quedan muchas experiencias acerca de lo que no debe repetirse en los procesos electorales en nuestro país.

Nos queda un mosaico de guerra sucia, de polarización social, de abierta intromisión de los organismos cúpula de sector privado para influir en la elección pese a las prohibiciones legales y ante la complacencia de las autoridades electorales.

Deberá ser historia de lo que no debe ocurrir más en un proceso electoral. Es la muestra incuestionable de la urgente necesidad de reformar nuestra legislación electoral y establecer la segunda vuelta electoral, de fijar límites a la guerra sucia disfrazada de publicidad de contrastes.

Los contenidos y orientaciones de las campañas publicitarias para inducir el miedo hacia un candidato y pulsar las emociones negativas del elector, deberán ser estudios de caso para los politólogos y analistas de la comunicación política acerca de lo que no debe hacerse en una campaña electoral por el efecto contraproducente que genera. Ante la reiteración de las denuncias del supuesto mal que se combate, el efecto disuasivo se diluye y el objeto-maldito se banaliza y termina por volverse refractario.  Si no, pregúntenle a López Obrador.

Llegan a su fin las campañas electorales delineadas desde los war rooms de los abanderados que dejaron las propuestas en un segundo plano y privilegiaron la denuncia y el escándalo. Al final del camino los tres principales contendientes terminaron ofreciendo el oro y el moro a una hastiada ciudadanía que se dividió como nunca: entre ricos y pobres, entre progresistas y conservadores, entre izquierda y derecha.

Se ha tensado tanto el ambiente que las disputas sobre las preferencias electorales llevan al borde de la ruptura a las amistades de años, a sembrar la discordia en el seno familiar, a recelar del que piensa distinto, a ver enemigos en donde hay opiniones contrarias. Ese es el grado de crispación alimentado por los medios y la campaña de linchamiento de la derecha y de los voceros de los grandes capitales que están hoy por hoy francamente apanicados.

Pero lo más relevante de todo este recuento es constatar la inefectividad de las campañas políticas y el nulo resultado de la estrategia del miedo que rebotó en una sociedad molesta, desencantada y francamente irritada ante la corrupción de los gobiernos, la inseguridad pública, la violencia cotidianas a lo largo y ancho del país, y las falsas ofertas de cambio.

En un ánimo de cambio y con la determinación de ejercer un voto de castigo, las estrategias de los cuartos de guerra no han incidido mayormente en la percepción social que está decidida a recorrer caminos no explorados pero que considera preferible a seguir como hasta ahora.

Vendrá en unos días la esperanza y el desafío de que hablen las urnas y de su voz dilucidemos un nuevo rumbo a seguir. Queda la expectativa de que la gente salga a votar y ejerza su derecho de forma razonada y libre.

El poder de nuestro voto en una boleta electoral es inmenso. Usémoslo porque es la mejor herramienta para hacer que nuestro futuro sea prometedor, para transformar en verdad y de fondo el estado de cosas.

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