Para nadie es un secreto que fue con Fidel Herrera Beltrán cuando dos cárteles de asentaron en Veracruz y que, a cambio de una cuota, que le entregaban puntualmente al gobernador a través de su hijo putativo, el narcopolítico Érick Lagos Hernández, los seis años del fidelato sirvieron para que esos delincuentes cometieran todo tipo de delitos contra la población: secuestros, robos, extorsiones, e instaurar como novedad el cobro del “derecho de piso”. Es más, hubo comerciantes exitosos, prósperos, gracias a su visión y gran esfuerzo diario, a los que el mismo Fidel les puso el dedo y recomendó a sus muchachos para que los extorsionaran y que, a cambio de una mensualidad, los dejaran trabajar en paz; de lo contrario, eran levantados y en varios casos hasta ejecutados por negarse a pagar la maldita cuota. Fidel, además de heredar a los veracruzanos ese terrible mal que a la fecha permanece entre nosotros, nos dejó otro, el de su sucesor, Javier Duarte de Ochoa, uno de los jóvenes que Fidel formó con la mentalidad de que, llegando al poder, todo era suyo, incluyendo la vida de los gobernados, que no tienen llenadera robando y que son capaces hasta de atracar a su misma familia con tal de llenarse de dinero. Ese fue uno de los puntos clave de Miguel Ángel Yunes Linares para ganar la elección a los priistas, dejando fuera de combate a su primo hermano Héctor Yunes Landa, candidato del PRI, quien tuvo que cargar con las consecuencias del fidelato y el duartazgo… perdió. Pero a casi dos años de distancia, la pregunta es: ¿nos fue mejor, igual o peor? Y la respuesta va directo y de inmediato: ¡claro que estamos peor! Hoy no sabemos cuántas bandas criminales operan en el estado porque los delitos en el gobierno de Yunes Linares se dispararon, de ahí la esperanza de que con Cuitláhuac las cosas mejoren y gente como el narcopolítico Érick Lagos, jamás vuelvan a aparecerse en Veracruz.