Hace poco referí que Antonio Malacara sostiene que el jazz es «lo más popular de la música académica y lo más académico de la música popular, que lo mismo sabe a banqueta que a catedral», hoy vuelvo a la cita porque Beto Guzmán, joven bajista y compositor tapatío, ha pasado por ambas formaciones, estudió la música clásica en la Universidad de Guadalajara y simultáneamente se formó en las noctámbulas tocadas callejeras que han forjado tantos jazzistas. Después decidió estudiar el jazz académicamente y se vino a Xalapa para ingresar a JazzUV. Actualmente, busca que los rosetones de las catedrales y la guarniciones de las banquetas entren en resonancia para construir un sonido personal.

Bajo la perla más rara

Mi abuelo fue el músico de mi familia, él era de Zacatecas, de un rancho que se llama El Ahijadero; era minero y aparte tenía una orquesta con sus hermanos y su papá, tocaba el violín y el saxofón, y después se pasó al tololoche. Cuando se casó con mi abuela, se fueron a la ciudad de Guadalajara y ahí empezó a trabajar como músico norteño en los barecitos que hay por San Juan de Dios, atrás de la Plaza del Mariachi. Le fue muy bien y dejó la minería para dedicarse cien por ciento a la música, y le heredó esa profesión a mi tío, el más grande de los hombres; a mi mamá le heredó el gusto por la música y fue la única que se metió a estudiar música académicamente, estudió piano pero como tenía las manos muy pequeñas, muchos de sus maestros le decían que terminara la carrera y se pusiera enseñar o hacer otra cosa porque no iba a poder tocar.
Desafortunadamente, nunca pudo terminar porque se casó, pero gracias a ella inicié en la música desde pequeño, a los siete años empecé a tocar el piano, ella fue la que me introdujo a la música. Mis primeras presentaciones fueron en la escuela, con amigos, con familiares.
A pesar de todo eso, yo vivía apartado de un ambiente musical, sabía que mi abuelo era músico pero estábamos desconectados porque él vivió siempre separado de mi abuela y de la familia, nunca supe por qué. En la adolescencia tuve más acercamiento con él y fue cuando le agarré el gusto al bajo.
En la secundaria tuve mi primer bajo eléctrico y de ahí me nació el gusto por tocar, desde entonces toco el bajo como instrumento principal. Mi mamá me instruyó en la teoría y estuve en academias pero sentía que no era lo que buscaba, fue hasta el 2000, más o menos, que inicié una formación musical académicamente, entré a los talleres experimentales de la escuela de música de la UdeG (Universidad de Guadalajara), son una especie de semillero para músicos a los que van chavitos y adolescentes. Ahí tuve mi primer maestro de bajo eléctrico, se llama René Demián, es bajista y compositor de música contemporánea.
Estuve un tiempo en el taller y después entré al técnico de música, son tres años. Ahí tomé contrabajo con un maestro que se llama Richard Rinovizch, fue primer atril de la Orquesta de Guadalajara, una persona muy buena. Es polaco pero ya se siente mexicano, nos platicaba que cuando caminaba por Guadalajara, como tiene un aspecto totalmente europeo, se le acercaban y le empezaban a hablar en inglés o en polaco, cuando lo identificaban, y él los regañaba, decía no, no, yo estoy aquí en México y por favor háblenme en español.

La relación con el rosetón

Cuando terminé los tres años del técnico, inmediatamente ingresé a la licenciatura. Para ese tiempo, seguía tocando el bajo eléctrico, seguía escuchando jazz, seguía escuchando música popular y mi gusto por la música clásica iba creciendo, pero ya no quería seguir en el contrabajo, me llamaba más la atención la composición y decidí hacer trámites para esa carrera aun sabiendo que era casi imposible entrar ahí, eran muy estrictos, pedían contrapunto florido, modulación, tener muy bien desarrollada la conducción de las voces, todo el tratado de Paul Hindemith, tocar Bach bien en el piano, entonces, en el último año del técnico estuve trabajando Bach, mal pero ahí estuve (risas), fue un año interesante. No sé cuántos alumnos entren ahora pero en aquel tiempo solamente entraban seis al año y afortunadamente yo quedé. Mi maestro de composición fue Manuel Cerda, apenas este año se retiró.
Estuve cinco años en la carrera con altas con bajas, iba conociendo más de la música clásica pero también iba conociendo de jazz y me gustaba más, y llegó un punto en el que empecé a apartarme de la escuela, ya me sentía muy saturado de estar escribiendo cosas que no me llenaban —yo creo que a todos nos pasa—, también ya eran muchos años en la UdeG —para ese momento ya había pasado en la escuela alrededor de nueve años—, nada más me faltaba una materia para terminar la carrera, dije voy a darle calma y me salí.

Los banquetazos

Desde que estaba en el técnico, empecé a «huesear» tocando jazz y otras cosas, era lo que hacía para vivir. Toqué con muchos músicos de la escena de Guadalajara, gente muy clavada en el jazz; tuve la oportunidad de tocar con el maestro Willy Zavala y aprendí mucho de él, también toqué con Archie Salcedo, un baterista muy bueno; con Fernando González, un guitarrista que ahorita está tremendo. Esa corriente ya estaba fuerte en Guadalajara pero yo siento que le faltaban jóvenes, entonces, varios de mis compañeros de la escuela, y de otros lados, y yo estábamos incorporándonos a lo que estaba esperando la vieja guardia, gente joven.
Mi maestro Manuel Cerda sabía que yo tocaba recurrentemente jazz y me decía toca jazz y de hambre te morirás (risas), y nada más me reía porque para ese entonces, yo sí traía mis moneditas en la bolsa porque tocaba demasiado, toda la semana tenía hueso y los fines de semana dobleteaba, terminaba un gig y ya estaba corriendo al otro, me encantaba y aprendí un chorro de cosas; muchas veces me regañaban los maestros, me siguen regañando pero uno es terco (risas).

Algún día hasta tus plajazz lejanas…

Trataba de estar conectado en todo lo que fuera jazz, alguna vez recibí un apoyo de Tónica; en el 2014 o 2015, cuando Quinta Producciones empezó a llevar músicos a Guadalajara, tomé clases con Rubén Rogers y con Aaron Goldberg; también tuve la oportunidad de convivir con músicos como Antonio Sánchez y ya me animaba a acercarme y a platicar con él, y me daba consejos.
Hice muchos amigos de la música del jazz, conocí a Paulina y a Carolina Mercado, seguí su carrera por medio de las redes sociales, supe que se habían venido a Xalapa y empezó a llamarme la atención. Conocí a Blah Blah Trío cuando estaba Erick Quijivix en el contrabajo, participaron en un Jazztival de Michoacán, ganaron una mención y los seleccionaron para acompañar al artista invitado de ese año. En esa misma edición estuvo Marito Montes y se me hacía increíble escucharlo, se me volaba la cabeza. Después de que tocó lo entrevistaron, yo me acerqué y me pareció increíble la convicción con la que hablaba y el amor al jazz, eso me motivó mucho.
Estuve pendiente de todas las actividades, de los festivales, los seminarios y los grupos de acá. Seguí escuchando de JazzUV y de JazzUV y de Xalapa y dije bueno, ¿pues qué tanto está pasando allá?, yo tengo que ir. En el 2017 tomé la decisión, vendí todas mis cosas, me vine y entré a la licenciatura.

(CONTINÚA)

 

SEGUNDA PARTE: Jazzimiento en la arena
TERCERA PARTE: El flechazo al corazón

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