«Cuando empezaron a visibilizarnos a las mujeres trans, a las mujeres que nacieron con vulva les decían mujeres biológicas, porque biológicamente eran mujeres, pero de acuerdo a los nuevos esquemas, la biología no define tu género, entonces es una contradicción hablar de mujeres biológicas, por otro lado, una amiga trans decía yo también soy biológica, no soy de plástico.
«Luego se dejó de usar esa terminología y se usaron los términos cis, que quiere decir ‹de este lado›, y trans, ‹las que van de un lado al otro›. A mí tampoco me gusta esa terminología porque entonces quiere decir que las mujeres cis son las que están en el lado correcto y las trans somos las advenedizas, las extranjeras, las fuereñas, las migrantes. Lo que yo he propuesto —pero nadie me hace caso (risas)—, es que si queremos denominarnos de diferente manera, digamos que las mujeres como mi hermana son mujeres XX y las mujeres como yo somos mujeres XY, me parece que sería mucho más objetivo que hablar de cisgénero o de transgénero», me dijo Silvia Susana Jácome en esta última parte de la conversación, en la que habla del momento en el que decidió vivir plenamente como mujer, y de los felices resultados que ha obtenido tras tal decisión.

Noche de luna en Xalapa

En el 2002, un amigo con el que trabajé en Tuxtla Gutiérrez me invitó a trabajar aquí en la Universidad Veracruzana y yo feliz de la vida porque andaba con problemas de chamba, estaba dando clases en la Ibero pero ganaba poco y aquí iba a ganar bien, además Xalapa es un lugar que siempre me ha llamado la atención.
Acepté y fue maravilloso porque me vine a vivir acá y aunque tenía que trabajar como hombre porque todavía no vivía como mujer, ganaba bien, me compraba ropa y los fines de semana me cambiaba e iba al súper, al banco, a la calle ya como mujer, y me sentía muy feliz. Cada dos o tres semanas iba a la Ciudad de México a ver a mi esposa y a mi hijo, y le dedicaba mi tiempo totalmente a ellos. Todo iba bien, pero como a los ocho meses de que llegué acá, hubo cambios en la Comisión de Derechos Humanos del DF, cambiaron al presidente y aun cuando no la corrieron, le cambiaron el jefe y ya estaba un poco inconforme, entonces empezó a buscar trabajo y una amiga de ella le dijo hay trabajo pero en Xalapa, no sé si te quieras ir. Fue una coincidencia porque la amiga no sabía que yo estaba aquí. Me habló por teléfono:
—Me ofrecen trabajo en Xalapa, ¿cómo ves?
—Pues mira, tú ya sabes mi situación, yo encantado de que se vengan para acá, pero ya sabes cómo están las cosas.
Vino hablar con la gente del trabajo, y hablamos ella y yo, le dije lo que te propongo es que yo rente un departamentito de esos que hay para estudiantes, ahí tengo mis cosas y con un sábado o un domingo que pueda cambiarme es suficiente, y el resto de la semana estoy con ustedes. Aceptó y así lo hicimos.
Mi horario de trabajo me permitía ir por mi hijo a la escuela, hacerle de comer, darle de comer, etcétera, todo era muy bonito. Eso fue en 2003, más o menos, pero, por un lado, a mí cada vez me quedaba más corto un día a la semana para expresarme como mujer, tener que llegar en la noche al cuartito y cambiarme ya no me gustaba mucho; y por otro lado, llegaba a la casa y otra vez ella empezaba a reprocharme que si tenía restos de rímel en las pestañas, restos de esmalte en las uñas, que sí ya tenía las uñas muy largas, y volvieron las dificultades.
En una ocasión en que mi hijo tuvo vacaciones y se fueron a la Ciudad de México, hablé con mi jefe y le platiqué la situación, era un señor muy alivianado, muy abierto y me dijo sí, tú puedes venir como quieras y si alguien no le gusta, que chingue a su madre —así me lo dijo—, tienes todo mi apoyo. Estuve yendo a trabajar como mujer durante una semana y fue padrísimo, mis compañeros estaban muy sacados de onda, unos de plano con caras muy de desagrado, pero teniendo el apoyo de mi jefe, me valía, pero la mayoría de la gente decía mis respetos, qué valiente, ¿cómo quieres que te llamemos? Me veía viviendo de tiempo completo como mujer y me sentía muy bien, entonces dije sí, esto es lo mío. Cuando las cosas empezaron a ir mal en mi relación dije es mi oportunidad de terminar, además, mi esposa no merece que yo ande de malas todo el día, porque ya me sentía muy mal como hombre.

Entre lo incompleto y lo completo

he entrado en mi interior y
he caído afuera de nuevo].
(…) he descubierto el vasto espacio
entre lo incompleto y lo completo.

(Joshua Jennifer Espinoza)

Nos separamos en el 2006, desgraciadamente coincidió con que en ese momento se fue Víctor Arredondo, mi jefe era muy amigo de él, llegó Arias Lovillo, corrió a mi jefe y a sus colaboradores, y vinieron meses muy difíciles. Me dieron algo de dinero pero se me iba a acabar en lo que conseguía algo, entonces me fui a vivir al cuartito que tenía, que para guardar mis cosas estaba excelente pero no para vivir y prepararme de comer y bañarme y todo lo demás, no tenía ni tanque de gas, fue un momento muy difícil porque estaba sin trabajo. Ya podía vestirme como mujer todos los días pero decía ¿de qué me sirve si no tengo ni para un lápiz labial? Conocí a una periodista porque me entrevistó justamente a raíz de mi transexualidad, una amiga común le hablo de mí y a ella le interesó, nos hicimos muy buenas amigas y me dijo oye, pues vamos poniendo una revista. Hicimos la revista Semblanza y nos ayudó para vivir muchísimo tiempo, pero al principio no iba bien el asunto, apenas sacábamos para ir sobreviviendo, y a veces teníamos y a veces no.

La metamorfosis

No somos un misterio
La carne puede ser débil o bastante fuerte
Los cromosomas pueden
ser como los de ellas o como los nuestros]
Pero la magia, la metamorfosis
Lo que mueve tus alas y el sentimiento
No tienen género
No tienes por qué saberlo
y por qué entenderlo]
Pero las mariposas nacieron
para conquistar el cielo]
Nacieron para conquistar el arte
y nuestras paredes]
El mismo tiempo si nos detenemos
A verlas
Desde el instante en que se atreven,
hasta el instante en el que mueren]
Después de tanta belleza
Buscando la luz, o de las flores el néctar
Llevando sus cuerpos quién sabe a dónde,
y dejándonos el regalo de sus alas]
Sus colores, y el recuerdo de su amor,
que como cualquier otro amor, es perfecto]

(@_marcoabraham)

Cuando iba a la Ciudad de México, llegaba el sábado a un hotel, me vestía como Silvia e iba con mis amigas a las reuniones. En la mañana del domingo me arreglaba y me maquillaba, salía a desayunar y regresaba antes de la una, que era la hora que vencía el cuarto, me cambiaba como hombre para ir a comer con mis papás —ellos todavía no sabían nada de mi condición—, me pasaba la tarde con ellos y en la noche regresaba a Xalapa.
El 17 de mayo del 2007 —me acuerdo muy bien de la fecha—, se casaron unos amigos trans, fue un matrimonio bien curioso porque era un hombre trans y una mujer trans, todavía no había matrimonios gays, pero legalmente eran hombre y mujer, entonces los tuvieron que casar.
Fui a la boda y al día siguiente me fui a desayunar por Álvaro Obregón, saliendo de desayunar me senté en una banca en el camellón y ya no quería cambiarme, decía no, no quiero volver a desmaquillarme y a ponerme la ropa de hombre. Veía pasar a las mujeres con mucha envidia y decía ¿por qué ellas no tienen bronca?, se la pasan así todo el día y en la noche se pondrán su camisón y al día siguiente se pondrán su falda, ¿por qué yo no puedo hacerlo? Sentía rabia, tristeza, coraje.
Me di cuenta de que mi parte masculina ya se había agotado y dije me doy un año para vivir como mujer de tiempo completo. Mi esposa y yo teníamos una casa en la Ciudad de México, después del divorcio la pusimos en venta y me tocaba la mitad, hice cuentas, dije con lo que me toque de la casa, conservadoramente puedo vivir tres años más o menos bien si cuido mi dinero, si en tres años no consigo ingresos como mujer, agarro mi cochecito, me voy a la carretera Orizaba-Veracruz y me desbarranco por ahí, prefiero vivir tres años como mujer de tiempo completo que 20, 30, 40, los que me queden de vida, como hombre. Tomé esa decisión y dije por lo pronto, hoy no me voy a cambiar y ya veré qué hago, o no veo a mis papás o que me vean así y ya les digo, o pago otra noche del hotel, pero no me quiero cambiar.
Ese día había quedado de comer con una prima que me conoce como Silvia, le platiqué lo que pensaba, me dijo es muy fuerte lo que me dices pero te apoyo. Me cambié en su casa y fui con mis papás más tarde, pero en ese momento me di cuenta que ya no era un travesti sino una persona transgénero. Esa disyuntiva ya había pasado por mi mente tiempo atrás, me acuerdo que cuando todavía vivía con mi esposa, un día dije ¿y qué tal que soy transexual?, ¿qué tal que quiera vivir de tiempo completo como mujer?, y me dio mucho miedo, me puse a llorar y dije todo lo que voy a perder, pero vamos a ver hasta dónde me lleva mi proceso. Pero en ese momento ya había perdido a mi pareja y había perdido mi trabajo, y ni siquiera por eso me decidía, entonces tomé la decisión en ese momento, dije pues ya me la juego, y efectivamente, empecé a ir planeando las cosas de tal manera que me permitieran vivir eso.
Empecé a mover las cosas con la revista para tener financiamiento, recursos y todo, y en agosto de 2008 ya empecé a vivir como mujer, y a partir de ahí mi vida cambió, de hecho fue cambiando desde antes, me acuerdo que el parteaguas fue justo en la Conferencia Internacional del Sida en la Ciudad de México, fui como voluntaria, ya como mujer, y ahí me di cuenta de algo: yo era un hombre introvertido, poco sociable, no hablaba con nadie, todo mundo me decía ¿por qué eres tan callado?, no socializaba; no me gustaba ser así pero no encontraba la manera de ser diferente por más esfuerzos que hacía. En la Conferencia había un comedor enorme para todos los voluntarios, había un montón de mesas, agarré mi charola con mi comida, yo estoy segura que como hombre me hubiera ido a sentar a una mesa que estuviera vacía, pero como mujer busqué una mesa en la que había gente y me senté ahí, o sea, no solamente cambió la manera de vestir, cambió mi manera de comportarme con el mundo, de expresarme, ya me sentía integrada, y así ha sido desde entonces.
Tengo más amigos y amigas aquí en Xalapa que en la Ciudad de México a pesar de que no tengo tantos años viviendo aquí como los que viví allá, entonces fue un cambio total, incluso físicamente, yo tenía un problema que toda la vida le atribuí al rugby, era una especie de lumbalgia, tenía dos o tres crisis al año en las que no podía ni moverme, no podía ni ponerme un calcetín porque la espalda estaba totalmente chueca, pues se me quitó, no he vuelto a tener un episodio de esos desde que empecé a vivir como mujer, y así muchas cosas.
Volví a jugar rugby porque ya hay rugby femenil, cuando me enteré, fui y con un poco de dificultad pero me permitieron entrar. Poder hacer algo que aparentemente era tan masculino y que yo había buscado para hacerme hombre, pero ahora hacerlo desde mi condición de mujer, me parece sensacional. En mi primer partido femenil me taclearon y me vi en el piso con las uñas pintadas, y dije esto es un sueño.

La otra vocación

Desde el 2000 empecé a hacer activismo por los derechos trans y me involucré en los temas de sexualidad, de identidad de género, expresión de género, todo este rollo, fui a varios talleres y es un tema que me gusta mucho.
En el 2010 vi que en el Centro Integral en Sexualidad y Educación Sexual (CISES) se abrió la Maestría en Educación Sexual y dije sensacional, es lo que yo quiero estudiar, y me inscribí, soy de la primera generación. Además de que me gusta, hay otra circunstancia, en todos lados hay discriminación, pero siendo trans es más fácil trabajar como sexóloga que como periodista.

La falsa escalera

La persona transexual es aquella que quiere modificar sus características sexuales para parecerse al otro sexo a través de una cirugía, la persona transgénero es la que únicamente cambia de género, deja de vivir como hombre para vivir como mujer o viceversa. A mí no me gustan esas definiciones porque seguimos vinculando sexo y género, y estoy segura de que uno de los problemas muy fuertes para la situación de las personas trans es que no nos reconocen como mujeres porque no somos hembras. Hay planteamientos sexológicos bien interesantes que dicen que tenemos tres ejes: sexo, género y deseo —orientación sexual—, y que son independientes. Tradicionalmente, un macho debe ser hombre y deben gustarle las mujeres, una hembra debe ser mujer y deben gustarle los hombres, pero si vemos esos tres ejes de manera independiente, todo encaja: yo puedo ser macho, mujer y pueden gustarme las mujeres.
Si seguimos queriendo cambiar el cuerpo para poder ser mujer, estamos respaldando el esquema convencional, no digo que esté mal que alguien quiera operarse, está en todo su derecho, pero la terminología no debe hacer esas exclusiones, además, aunque digan que no, como que determinan una jerarquía: eres transexual, estás más cerca de ser una mujer; eres transgénero, pues casi casi eres travesti. Incluso hay quien lo maneja así: hay travestismo, transgénero y transexualidad, como si fuera una escalera.
Yo me declaro transgénero porque no me interesa operarme, para mí lo más importante es la vivencia, realmente empezar a vivir en el otro género, pero claro, muchas personas queremos hacer modificaciones al cuerpo para sentirnos mejor, porque nos sentimos más cómodas, también nos ayuda en la medida en que pasamos desapercibidas ante la sociedad y tenemos menos riesgos de agresiones.
El tratamiento hormonal completo para una mujer trans es a base de antiandrógenos, que son sustancias que reducen la producción de testosterona, y estrógenos, que son sustancias que favorecen la aparición de caracteres sexuales secundarios femeninos como los senos, la distribución de grasa en las caderas, se suaviza un poco la piel, se cae menos el cabello, etcétera, pero en mi caso, por la edad y por cuestiones de salud y económicas, lo único que hago es ponerme parches anticonceptivos, tienen estrógenos y eso genera que me crezcan los senos y un poquito las caderas. Además de los parches, me hice una depilación láser en la barba, los vellos de la mano, me los quemo en la estufa (risas) y tardan mucho en crecer; afortunadamente no soy muy velluda de los brazos y no he tenido que hacerme nada.
Hay quien se hace implantes de silicón en senos o en caderas, hay quién se inyecta aceite, eso es peligrosísimo, luego tienen problemas muy serios, y hay quien consume hormonas y lo hace sin supervisión médica, eso también tiene riesgos muy fuertes, esas personas pueden tener problemas de hígado, de cáncer o cosas así.

Las seis palabras mágicas

En el 2008 se aprobó la Ley de Identidad de Género en el Distrito Federal e intenté cambiarme el nombre. Esa ley obligaba, entre otras cosas, a contar con un perito endocrinólogo que diera fe que durante al menos seis meses me había sometido a un proceso hormonal; otro —u otra— que fuera profesional de la psicología que dijera que estaba llevando un tratamiento psicológico y que no padecía de mis facultades mentales; y un abogado o abogada que llevara todo el proceso. Además, no podía estar casada.
Me fue muy mal. Tuve —he de decirlo— la fortuna de contar con un perito, una perita y una abogada que se portaron de lo mejor conmigo y que en todo momento me brindaron su apoyo. Pero quien no se portó nada bien conmigo fue el Archivo de los Juzgados de lo Familiar, que me hizo sudar sangre. Todo para cumplir con el requisito de llevar los originales de las actas de divorcio correspondientes. Y como tuve la ocurrencia de casarme dos veces, pues también me tuve que divorciar dos veces, y recuperar las actas originales fue una tarea tan complicada como descifrar la Piedra Roseta. La diferencia es que Champollion pudo interpretar los jeroglíficos egipcios, yo jamás pude obtener las mentadas actas a pesar de incontables viajes a la Ciudad de México, y vuelta y vuelta a los archivos. Lo único que saqué de positivo de tanta vuelta fue que enfrente venden unas tortas de chilaquiles verdaderamente deliciosas.
El caso es que las actuales reformas a la ley —que se hicieron en 2014 y no exigen ni peritajes ni actas de divorcio— me hallaron degustando las famosas tortas y hurgando en los archivos, y entonces decidí que lo prudente sería olvidarme de la búsqueda y esperar la publicación de las benditas reformas.
Y llegó el día. Gracias al apoyo de organizaciones como Prodiana, y de compañeras tan chambeadoras y solidarias como Lola Deja Vú, el día de mi cita estaba, puntualita, en las oficinas del Registro Civil. El trámite fue rápido y sencillo, no más de media hora desde que entré a las oficinas en donde unas chicas muy amables me atendieron y me ayudaron a llenar la solicitud, hasta que salí con mi preacta que daría pie a la elaboración del acta definitiva que tendría que recoger en unos 15 días.
Tres semanas después regresé a la Ciudad de México y ya me entregaron mi Acta de Nacimiento en donde clarito dice: «Silvia Susana Jácome García. Género: Femenino». ¿Cuántas veces volteé a ver esas seis palabras desde que salí del edificio de Arcos de Belén? No las conté, pero fueron muchas: mientras caminaba por las calles del Centro Histórico, mientras iba en el Metro, mientras comía unas brochetas de pollo en la colonia Mixcoac; fueron tantas, que si hubiera pagado un peso por cada mirada, de seguro habría juntado para mi boleto de regreso a Xalapa en ADO GL. Y es que no lo podía creer. Yo, que desde chica pensé que estaba loca o enferma; la que a sus 11 años aseguraba que los doctores se habían equivocado al diagnosticarme la condición de niño, ahora constataba que, finalmente, la ley me daría la razón y me asignaría el nombre que elegí y el género que me corresponde.

En mi propia piel

me he convertido en una persona
capaz de quedar dormida]
en mi propia piel
sin antes tener que quitármela.
he sobrevido al proceso.

(Joshua Jennifer Espinoza)

No te voy a decir que como hombre hubiera sido un profesionista mediocre, sí era bueno en lo que hacía, hice reportajes que gustaron mucho y otras cosas, pero ni de lejos se compara con lo que he hecho ahora como mujer. Viví una vida a contracorriente y todavía tengo rechazos, discriminación, por ejemplo, rentar departamento no es fácil, sucede que casualmente un primo del propietario se viene a vivir a Xalapa y el departamento del que ya había dado el anticipo, ya no pueden rentármelo y me regresan mi dinero. Si pasa una vez dices bueno, pues qué mala suerte, pero si pasa tres veces dices no, aquí hay algo, entonces sí hay discriminación y hay un montón de cosas; tengo que vivir un poquito cuesta arriba, pero la diferencia de cómo vivo hoy a cómo vivía antes, es abismal.
Algo que también he dicho es que soy feliz de ser trans, si volviera a nacer y me dieran a escoger, elegiría nacer exactamente en las mismas circunstancias en las que nací, porque si yo hubiera nacido mujer con vulva, me hubieran criado como mujer y ni siquiera hubiera ido a la universidad, mi hermana es 16 años más chica que yo y no fue a la universidad porque es mujer. Yo siempre fui una persona muy rebelde, pero de adolescente muchas veces me planteaba cómo viviría si fuera mujer y me descubro recordando que no me hubiera metido a estudiar idiomas porque no me gustaban, ni hubiera querido ser educadora, enfermera o secretaria, que era lo que hacían las mujeres de mi familia, y hoy sería una mujer sumisa y abnegada, no profesionista y, por supuesto, nada feminista, y prefiero la vida que tengo ahorita. Y si hubiera sido hombre con identidad de género masculina, sería un machito de lo peor, insoportable, entonces, mi mejor versión de mí misma, es la mujer trans que soy ahora.

PRIMERA PARTE: El sol y la luna, la tierra y el cielo
SEGUNDA PARTE: Por la cuerda floja
TERCERA PARTE: El reflejo de mis alas

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