No podía ser más complicada la situación política del gobernador Javier Duarte de Ochoa que la vivida la semana pasada y la que vivirá en la que apenas comienza. Es cierto que la crisis con los Yunes pudo haber significado una mirada de lupa por parte de la dirigencia nacional del PRI, que estaría interesada en vigilar el proceso de selección de los candidatos a las diputaciones federales, pero la mirada internacional que atrajo el gobernador veracruzano por los 11 periodistas asesinados durante su mandato, más los heridos y desparecidos, y los tránsfugas que han preferido vivir en un estado vecino o en el extranjero ante el riesgo de ser blanco de las bandas criminales, alcaldes, policías municipales y funcionarios del Ejecutivo estatal, generó mucho ruido. Y no solo en el país.

Tanto ruido, que los organizadores británicos del Hay Festival, cuya quinta edición consecutiva estaba prevista para octubre próximo en Xalapa, cancelaron definitivamente el programa, introduciendo una especie de pomada de la campana al anunciar que muchos de esos eventos se realizarían por internet para que los xalapeños podamos tener un poco de consuelo cultural, y aquí habría que ‘agradecer’ a los organizadores que hayan tenido una mayor sensibilidad que los exitosos peticionarios.

Por supuesto, por todo el mundo la violencia contra los periodistas locales ha tenido una inusitada difusión, al etiquetarse junto al nombre de uno de los festivales culturales más fuertes e innovadores.

Javier Duarte de Ochoa y sus funcionarios de justicia y seguridad pública, fueron juzgados y condenados al ostracismo, sobre todo porque, en efecto, a diferencia de otros festivales culturales en el país, financiados por gobiernos estatales o municipales, los gobernadores o alcaldes generalmente se cuidan mucho de no andar placeándose con intelectuales a los que nunca han leído ni leerán.

En efecto, desde que entró al gobierno estatal, Duarte no ha desaprovechado un evento ‘cultural’, sea carnaval, feria bibliográfica, festival cultural o fiesta patronal, para hacerse propaganda local y nacional como un promotor de la cultura, las artes, la herencia cultural, la libertad de expresión y cuanta causa se le ocurra y, en efecto, el Hay Festival lo aprovechó para hacerse propaganda como un paladín en la defensa de la libertad de prensa y de los periodistas, la mayoría de los cuales le caen en la punta de la nariz.

Lo más grave es que sus operadores políticos no atinan a ofrecerle escenarios que le hagan recuperar un poco la estabilidad en su imagen pública, mientras que sus moderadores mediáticos, recién desempacados en una oficina que no ha logrado vivir un momento de sosiego y cordura, lo hunden más en una alberca de elogios que irrita más a los veracruzanos.

No les hizo ni cosquillas

La cancelación del Hay Festival, casi como una reacción inmediata a la petición de decenas de periodistas y escritores que veían en su celebración una forma cínica de celebrar la imagen duartista como un defensor de los derechos humanos, la libertad de expresión y la seguridad de los periodistas, no estaba en sus cálculos.

Por ello, la reacción de quienes son los responsables del festival ha sido torpe, balbuceante, llena de resentimiento contra intelectuales y periodistas que debieran tener su absoluto respeto e, incluso, con un dejo de insostenible soberbia, cuando señalan sin mucha convicción que sustituirán el Hay Festival por otro de similar calado, a cargo de intelectuales de la talla por supuesto de Harry Grappa, titular de la Secretaría de Turismo, que por eso se ha dejado crecer profusamente la barba.

Lo más grave es que, pese a este revés, ni Javier Duarte ni su secretario de Gobierno, Gerardo Buganza Salmerón, ni ningún otro individuo de los que sin mérito alguno cobran como funcionarios del actual gobierno, han salido para reconocer la grave situación de inseguridad que aqueja a los comunicadores y, todavía menos, a postular acciones precisas para evitar que sigan ocurriendo desapariciones y asesinatos contra periodistas. En Córdoba, la tierra natal de Duarte y Buganza, por cierto, las agresiones contra medios de comunicación, como El Buen Tono, han manchado a Veracruz, sí, a la entidad entera, de los momentos más vergonzosos de su historia en materia política.

Por supuesto, todos los implicados han de estar convencidos de que los crímenes contra periodistas han sido infligidos por asuntos que no tienen nada que ver con su ejercicio periodístico e, incluso, han de estar molestos porque se agregue a las estadísticas a personas que ellos ven más bien como taxistas o vendedores de seguros, pero no reporteros.

Por eso da pena ajena que se destaque una frase del Embajador de Estados Unidos en México, Anthony Wayne, uno de cuyos comportamientos tiene que ver con la diplomacia, evitar confrontar los temas y actuar con cautela, cuando luego de reunirse con un grupo de periodistas para saber de viva voz cómo está la situación de inseguridad de los comunicadores, sostenga un encuentro con Javier Duarte y se difunda que Wayne “hizo un reconocimiento al mandatario estatal como defensor [luchador, fue la palabra exacta del diplomático] de los derechos de la democracia”.

Que haya venido el representante norteamericano en nuestro país a reunirse en el Puerto de Veracruz con periodistas es que la situación es verdaderamente delicada.

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