En esta tercera parte de la conversación, Silvia Susana Jácome habla de un momento trascendental de su vida, el momento en el que supo que no estaba enferma sino que es una mujer trans.

De bestias y caballeros

El fútbol es un juego de caballeros
jugado por bestias y el rugby
es un juego de bestias
jugado por caballeros

(Refrán británico)

Cuando mi primera hija estaba muy chiquita —tendría como un año o menos—, vivíamos por Lomas Verdes —en la Ciudad de México— y cerca de la casa había un letrero que decía: ¿Conoces El rugby?, ¿te gustaría formar parte de este deporte? Yo había visto reportajes de rugby por televisión, es un deporte muy fuerte, no es violento pero es muy brusco, es un deporte de contacto. Cuando lo vi pensé el fútbol es bonito, pero esto es más rudo, ¿quién va a dudar de la masculinidad de un jugador de rugby? Me inscribí, empecé a ir a entrenar, era padrísimo por las tacleadas y correr con el balón y empujar, etcétera. Fue una experiencia muy interesante porque me gustó mucho y porque yo creo que, en primer lugar, era un mensaje para mí misma: si estás jugando rugby eres muy hombre, no puedes ser mujer porque el rugby es un deporte muy varonil. También era como un mensaje para los demás y para mi esposa, para que viera que ya estaba superado eso.
Me dejé la barba, iba al gimnasio; me convertí en un macho alfa pero no se me quitaba lo otro, había un entrenador un poquito misógino que hacía esas bromas machistas de «¡a ver niñas, échenle huevos, no se les van a romper las medias!», era una broma pero dentro de mi cabeza estaba la fantasía de que éramos unas chicas que estábamos en un grupo de baile. Tenía esa fantasía, aun cuando dentro del entrenamiento y del juego lo hacía lo mejor posible.

El reflejo de mis alas

Yo soy la manifestación
de algo especial]
Y así de especial es mi orgullo
y lo que siento]
Un hilo de carne viva que por ser de carne,
se arrastra con miedo en el suelo]
La esencia de mis deseos
formando algún tejido]
Para envolver mi mente,
para envolver mi cuerpo]
Para cuidarme mientras miro al sol
a través de la seda]
Respiro poco y sueño
Que soy valiente y conquisto el cielo.
Quiero preparar un acto a través
de lo que a veces quiero decir y no puedo]
Porque me gusta vestirme extraño, simple
Desnudarme frente al espejo y saber qué quiero
Para cuando la crisálida o el clóset
a mi alrededor se abran]
Y me pose en la ventana
viendo el reflejo de mis alas]

(@_marcoabraham)

Lo jugué muchos años. Antes de dejarlo, mi pareja y yo ya tenía muchos problemas, en algo influyó lo que pasó en aquella ocasión cuando me vio vestida de mujer, pero hubo muchos otros factores, como en cualquier pareja la relación se desgastó. Yo trabajaba en Liconsa, que era una filial de la Conasupo, después del terremoto del 85 hubo una descentralización y me dieron a elegir entre Veracruz, Ciudad Delicias, Chihuahua y Guadalajara, y elegí Guadalajara. Nos fuimos para allá y tuve la oportunidad de vivir con mayor frecuencia lo que en ese momento yo consideraba travestismo porque ella viajaba mucho a la Ciudad de México para ver a sus papás, se llevaba a las niñas y yo me quedaba sola en la casa, con su ropa, todo el fin de semana.
Pasaron dos cosas interesantes: una, ella tenía un vestido rojo con negro muy bonito que me encantaba y más o menos me quedaba bien, uno de esos fines de semana me lo puse, traía el cabello un poco largo, entonces me peiné de manera más o menos femenina, me puse unos aretes y me maquillé. Me vi en el espejo y sentí el mismo impulso que tuve cuando estaba en la prepa y me puse la ropa de mi abuela: no puedo quedarme aquí, tengo que salir.
Tenía miedo de que algo me fuera a pasar, que sufriera alguna agresión o lo que fuera, agarré mi coche, porque me daba un poco más de seguridad que andar caminando por las calles, y salí. En una glorieta había una sucursal de Farmacias Guadalajara y me metí a comprar una paleta o alguna cosa así que había en el refrigerador. No quería hablar porque la voz me podía delatar —como si no se dieran cuenta pero según mi lógica yo era una mujer como las demás—, entonces pagué con un billete grande para no tener que preguntar cuánto costaba y me salí. Lo disfruté mucho, pero otra vez tuve esos miedos y esa incertidumbre de qué estaba pasando.
La otra cosa interesante fue que yo tenía una muy buena amiga psicóloga, por cuestiones de trabajo hicimos algunas cosas juntas y me caía muy bien, además, ella era muy deportista y de repente nos íbamos a jugar frontenis. No había nada romántico ni erótico, simplemente era una buena amiga.
Vivía con mi familia en una casa de dos pisos, un fin de semana en que me había cambiado y estaba con una imagen totalmente femenina sonó el timbre, me asomé, vi que era ella y me quedé pensando que podía abrirle la puerta, que me viera y aprovechar para decirle me pasa esto, tú que eres psicóloga platícame, cuéntame, dime, cúrame. Estuve piense y piense, pero no me atreví. Como estaba mi coche, yo creo que pensaba que yo estaba, pero como no le abrí, se cansó y se fue, pero me quedé con esa inquietud de qué hubiera pasado si le hubiera dicho.

El eterno contraste

Como te digo, la relación ya estaba muy mal, nos divorciamos y me regresé a la Ciudad de México. Me sentía mal porque tenía esas ideas religiosas de que el matrimonio es para siempre, que el divorcio es pecado, que había fracasado, y todas esas cosas; yo sabía que había sido una buena decisión, pero el sentimiento de culpa estaba ahí.
Yo estudié en la Ibero y me parece que la gente de esa universidad es muy abierta, tal vez por ser jesuitas. Pensé buscar ayuda psicológica para resolver lo de mi separación y fui con un psicólogo de la Ibero. Lo vi dos veces, en la segunda sesión platicamos de la relación y salió lo de mi travestismo —ahora sé que es transexualidad, pero en ese momento lo veía como travestismo— pero nada más como un ingrediente que influyó para la ruptura, y cuando estábamos terminando la sesión, el psicólogo me dijo todo está bien, lo que sí me llama la atención es lo del travestismo, de eso podemos platicar en la próxima sesión. Le dije bueno, está bien, y me fui. Me quedé dándole vueltas al asunto y ya no regresé, dije del divorcio ya me siento mejor, creo que ya lo asumí, ya más o menos tengo herramientas, pero a lo otro no quiero entrarle. No sé con qué ojos lo hubiera manejado ese señor, pero no me atreví. Estamos hablando del 87 o el 88.
Cuando regresé de Guadalajara, me fui a vivir al departamento de mi abuela, en Tacubaya, porque mi abuela ya estaba grande y prácticamente se la pasaba con mis papás. El departamento estaba desocupado y me venía bien usarlo mientras arrancaba otra vez a conseguir ingresos. El año y medio que viví en Guadalajara tuve que dejar el rugby porque allá no había equipo, y lo extrañaba. Regresé al equipo, mis amigos me recibieron muy bien y fue bien bonito, me acuerdo de un sábado en particular: en la mañana tuvimos partido, salí toda golpeada, con moretones, me di cuenta de que hasta me sangraba la boca, y a pesar de todo —y digo a pesar porque no es nada femenino salir moreteada y con la boca ensangrentada—, me sentía muy bien, yo creo que ahí liberaba tensiones y demás. En el departamento había una tina de baño, llegué, la llené con agua caliente, me metí y fue muy relajante, especialmente porque estaba tan golpeada. Salí de bañarme y me puse unas medias y un vestido —porque ya viviendo sola, empecé a comprarme cosas para mí y de mi talla—, y me sentía fascinada, ese día no me atreví a salir pero aun así, estando en la casa, me sentía muy bien. Ahí estaba el contraste de vivir esa masculinidad y esa búsqueda de fuerza en el rugby, y después la delicadeza del perfume, el maquillaje, eso era muy bonito y recuerdo con mucho cariño esas vivencias.

Como piscina en la mañana

el caos de mis entrañas
con la luz de las palmas de tus manos
danza como de una piscina en la mañana
y me hace tenerle menos miedo.

(Joshua Jennifer Espinoza)

Cuando me divorcié, no quise quedarme en Guadalajara y tuve que renunciar a Liconsa, pero seguí haciendo cosas para ellos, audiovisuales y otras cosas, en una de las ocasiones en las que fui a las oficinas de la Ciudad de México, vi a una chica que me encantó, era preciosa y muy agradable. Tenía varios amigos ahí, fuimos a comer en grupo y empecé a platicar con ella, la conocí y me enamoré de ella en poco tiempo. Con esa religiosidad que todavía mantenía, le hice una promesa a Dios: si me hace caso esta mujer, me deshago de la ropa, los cosméticos y todas esas cosas.
Pienso que la etapa después de haberme divorciado hubiera podido ser un punto de arranque para descubrir y asumir y vivir mi transexualidad, pero no me atreví, tan no me atreví que ya no regresé con el psicólogo de la Ibero y cuando vi la posibilidad de vincularme con otra mujer, me deshice de mis cosas, como que me llamaba más la necesidad de tener un vínculo erótico y afectivo, que mi expresión de género.
Me hizo caso y nos hicimos novios. Me había comprado bastantes cosas porque viviendo sola era mucho más fácil, pero cumplí mi promesa: las metí en una bolsa grande de basura y las fui a dejar por ahí, y pensé ojalá se las encuentre alguna chica a la que le hagan falta y le sirvan.
Empezamos una relación muy enriquecedora, yo estaba fascinada, ella también se enamoró de mí y nos casamos en el 90. Algo platiqué con ella porque me parecía importante ponerla en antecedentes, decirle mira, a mí me gusta, desde hace tiempo, ponerme ropa de mujer. Pensé que la relación con mi anterior esposa había sido muy mala, pero ya teniendo una mujer con la que realmente me sentía muy bien, ya no iba a haber necesidad de travestirme. Al poco tiempo tuvimos un hijo, yo seguía jugando rugby y dando esa imagen de masculinidad, y aparentemente estaba curada, quizá no del todo, pero estaba tan contenta con mi esposa y con mi hijo, que lo otro pasaba a segundo término.

La muerte viste de rosa

En el 94 me fui a trabajar a Chiapas a la candidatura del que llegaría a ser gobernador, ganó este señor y nos quedamos en Comunicación Social del Gobierno del Estado. Estuve como ocho o diez meses viviendo sola y ganando bien, y otra vez me empecé a comprar ropa, cosméticos. Renté una casita y ahí mi travestía, con mucho miedo porque, no es que sean estereotipos, o a lo mejor sí, pero por alguna razón en Tuxtla Gutiérrez me encontré mucha más gente homofóbica que en la Ciudad de México, entonces ahí mis miedos eran más fuertes, si mis compañeros de trabajo se enteraban de que yo me travesía, no me la iba a acabar.
Estaba muy reciente un libro que se llama La muerte viste de rosa [La muerte viste de rosa: Chiapas, la cacería de los travestis, de Victor Ronquillo], en el que dice que el gobernador Patrocinio González Blanco mandó a matar a varias travestis porque había fotos que lo comprometían. Se hizo una marcha en protesta por eso y yo, obviamente en mi rol masculino, estaba viendo desde la banqueta, había trans, gays y toda la comunidad, y yo los veía con cierta envidia y con un dejo de «yo debería estar ahí, yo también soy parte de esa comunidad», pero no me atreví. Ahí empecé a asumir un poquito ya no solamente la cuestión de identidad o de expresión de género, sino la cuestión política de visibilización y de protesta, pero con mucho miedo.
No sabía si estaba enferma o si no me atrevía a asumirme porque no buscaba hacer nada para resolver la situación, incluso ya no solamente era el travestismo, sino que había una de esas revistas del corazón en las que hombres y mujeres escribían —todavía no había Internet ni Facebook ni nada de eso—: soy fulanita de tal, tengo tal edad y tal y tal, ¿me puedes escribir a esta dirección?, y los hombres les escribían. Eso me parecía muy interesante, escribí a la revista con nombre femenino, describiéndome en femenino y abrí un apartado postal porque dije no vaya a ser que lleguen cartas a mi casa y haya alguien, y sí hubo dos hombres que me escribieron y era muy emocionante ver las cartas, aun cuando no me gustaban los hombres, pero que me trataran como una mujer, que me hablaran en femenino, que me dijeran cosas bonitas, para mí era muy agradable.
Al cabo de unos meses, mi hijo terminó la escuela, mi esposa y él me alcanzaron en Tuxtla Gutiérrez y nos fuimos a otra casa a vivir juntos. En diciembre del 98 estaba de vacaciones en la Ciudad de México, un día estaba en un Sanborns con mis hijas, en las noticias en el radio dijeron lo de Acteal y me dolió mucho, sentí coraje y tristeza y rabia, y dije no, yo no puedo seguir trabajando en un gobierno que solapa estas cosas, y le dije a mis hijas yo creo que renuncio, me regreso y veo qué hago.

El sueño lúcido

vivimos en un lugar imposible
donde dios es real y es mujer
donde yo soy real y soy mujer.
las ramas siempre se mueven
con la fuerza del cielo,
que es demasiada para el árbol.
yo hago lo mismo en la cama
al querer despertarme cada día.
cuando me dirijo al espejo del clóset
mi cuerpo es llamado a la existencia.
cuando me miráis en público
mi cuerpo es una nube que un jodido
sol rasgara como un trapo.
aprieto la mandíbula
y enderezo los hombros.
sonrío a la luz del desastre
y lloro en el asiento del conductor
de cada autopista de california.
la tierra alrededor se expande
como el pecho en un ataque de pánico
que hace lo posible por respirar.
cuando finalmente exhala
soy el instante en que el sueño
se vuelve lúcido
cuando todo tiene
sentido por un momento.

(Joshua Jennifer Espinoza)

Mi idea era regresar a investigar cómo estuvo, Eraclio Zepeda también trabajaba en el gobierno, era un cuate de izquierda, nos llevábamos bien y quería hablar con él, pero ni chance hubo porque cambiaron gobernador, entonces, hayamos querido o no hayamos querido renunciar, nos corrieron a todos. Me regresé a la Ciudad de México con mi esposa y mi hijo, me puse a buscar trabajo; estamos hablando del 99, para entonces ya empezaba el Internet y encontré un anuncio que decía mandar currículum a tal correo electrónico, había cibercafés, fui a uno de esos lugares y le dije a la persona que atendía oye, ¿cómo está eso de los correos electrónicos? Me explicó y me pareció sensacional poder comunicarse con alguien de una manera mucho más rápida que por correo postal y sin necesidad de dar un nombre verdadero. Abrí un correo electrónico con un nombre de hombre, pero que no era el mío.
Vi un anuncio en La Jornada en el que requerían asesores que dieran orientación por teléfono a personas LGBT y me interesó, pero como trabajo. Yo no tenía la menor idea de qué se trataba, quería que me orientaran, escribí diciéndoles que yo tenía un problema, que desde muy chico me ponía ropa de mujer, les conté toda la historia y les pregunté si me podían ayudar. Me contestaron y me dijeron hay un grupo de personas trans que se reúnen cada 15 días en el Parque Hundido, ellas te pueden ayudar. Me dieron el correo electrónico de la coordinadora, le escribí, era una chava tans y me invitó al grupo. Yo estaba muerta de miedo otra vez, además, en el Parque Hundido yo jugaba fútbol de chica con mis primos y mi hermano, y era un lugar al aire libre, descubierto, pero era tal mi necesidad de encontrar respuestas que acudí, claro, fui con mi rol masculino.
Llegué y de lejos vi un grupo, casi todos iban en su rol masculino pero había una mujer transexual que ya vivía como mujer, me acerqué y me presenté con el nombre falso que había puesto en el correo, me dieron la bienvenida inmediatamente, me dijeron ¿cómo quieres llamarte como mujer?, ya desde entonces me gustaba el nombre de Silvia y ese di. Fue padrísimo porque empecé a tener información, yo pensaba que algo había pasado en mi vida que me había hecho así, además, mi mamá siempre dijo que cuando yo nací quería que fuera niña, porque ya tenía un niño, entonces pensaba que por ahí había ido la cosa. Llegué al grupo con la idea de saber qué había pasado para, con esa información, poder «curarme», pero la maravilla fue que me dijeron es que no tienes de qué curarte porque no estás enferma, hay gente así, simplemente es una identidad de género.
Empezaron a darme información, supe que esa mujer transexual que ya vivía como mujer era bióloga y daba clases en la Universidad Metropolitana, y se me abrió un panorama maravilloso porque la idea que yo tenía de esas personas era el trabajo sexual, dar shows o trabajar en una estética, y nada de eso se me antojaba, yo no me veía —ni me veo— ejerciendo el trabajo sexual ni peinando a nadie ni dando shows, cuando vi que era profesionista y era profesora, dije eso sí va conmigo. Ahí empezó a abrírseme un panorama, dije entonces puedo ser una periodista mujer y vivir como mujer.
Mi esposa trabajaba en la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal, era una mujer muy abierta, nada homofóbica y feminista, dije me va a entender muy bien, llegué a la casa y le dije ¿te acuerdas que te dije que desde chico me gustaba vestirme de mujer?, ya me quedó claro, soy una persona trans. Se quedó pasmada, como diciéndome espérame, ¿qué te pasa? Claro, fui muy ingenua, me precipité y se la solté muy de golpe y porrazo cuando seguramente pude haber logrado más cosas yéndome más despacio, además, como de repente me ponía su ropa y ella se daba cuenta y empezamos a tener problemas, no me apoyó. Le pedí que fuera conmigo a las reuniones del grupo para que entendiera de qué se trataba, pero se negó, lo más que pude lograr fue que me acompañara con un sexólogo del Instituto Mexicano de Sexología, pero la verdad yo creo que ese cuate estaba empezando porque hoy, como sexóloga, me doy cuenta de que todo lo que nos dijo estuvo totalmente mal, le dijo a ella cosas como mira, vas a tener una amiga (risas), y ella dijo amigas tengo muchas, esposo solo tengo uno y no voy a cambiar un esposo por una amiga. No quiso regresar, con toda razón, porque no sirvió de nada.

El agua hirviendo

el suelo me empuja hacia sí,
dice ven aquí niña, dame
cinco minutos de tu piel.
digo lo mismo a mis sentimientos.
mi corazón es agua hirviendo en una taza.
siempre lo olvido cuando
meto los dedos para revolverlo.

(Joshua Jennifer Espinoza)

Eso fue en el 99, la relación empezó a deteriorarse y llegó un momento en el que me puso un ultimátum, me dijo mira, para mí esto es muy incómodo, muy desgastante, yo veo que tú sigues yendo a tus reuniones —también usaba términos despectivos— de maricones, etcétera. Me dio coraje, tuvimos una confrontación muy fuerte y me dijo pues tú escoge, o sigues conmigo o sigues con tu grupo, pero no con las dos cosas, y le dije que me diera unos días para tomar una decisión. Fue muy difícil porque yo la quería mucho —y la sigo queriendo—, pero por otro lado, después de cuarenta y tantos años estaba encontrando un camino, ya me estaba quitando esa losa tan pesada y horrible de sentirme culpable, de sentir que estaba mal, que estaba enferma, y veía con ilusión que podía llegar el momento en que pudiera vivir como mujer, no me lo planteaba todavía pero sí contemplaba que existía la posibilidad, entonces dije yo no puedo renunciar a esto.
Después de pensarlo mucho dije quiero mucho a mi esposa pero no me voy a volver a encerrar en la culpa y a reprimirme y a estar mal todo el tiempo. Hablé con ella y le dije ¿sabes qué?, discúlpame, te quiero mucho pero este grupo me hace mucho bien y haría muy mal si lo dejo, perdón pero escojo el grupo. Me dijo bueno, pues déjame ver qué puedo hacer, no te ofrezco apoyarte, pero por lo menos que sigamos juntos. Me di cuenta que ella fue un poco tramposa, fue a la segura: si me escoge a mí, pues ya se deshace del grupo, y si escoge al grupo, todavía tengo chance de decirle vamos negociando. Seguimos y se suavizó un poquito la cosa, ya me reclamaba menos, peleábamos menos.
Llegó el momento en que para mí ya era importante visibilizarme como mujer, había unos baños públicos cerca del Parque Hundido, entonces para mí era muy cómodo llegar a los baños con mi maleta, cambiarme ahí adentro, salir e ir a la reunión como mujer, y después, en el coche cambiarme otra vez para irme a mi casa.
Era padre poder salir a la calle como mujer, ya sin miedo, con la seguridad que me daba mi grupo, y también ya conociendo más de derechos humanos, pero seguían los conflictos porque llegaba a la casa y mi esposa me decía es que te quedaste con rímel, es que no sé qué.

(CONTINÚA)

PRIMERA PARTE: El sol y la luna, la tierra y el cielo
SEGUNDA PARTE: Por la cuerda floja
CUARTA PARTE: En mi propia piel

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