Es el gran olvidado; el gran solitario en la banqueta y en la esquina; el soslayado; el que no tiene importancia, porque lo que hay que desfogar son los vehículos y no los seres humanos… como si la ciudad hubiera sido hecha y se hubiera reconstruido después y se siguiera planeando para los coches y no para la gente.

El peatón es esa persona solitaria que los conductores ven pasar de prisa enfrente de sus automóviles, sus camiones, sus camionetotas, sus taxis, corriendo a toda velocidad porque si no, cualquiera de ésos se lo pasa a traer sin conmiseración alguna.

Y si en las calles corre el peligro gravísimo del atropellamiento, en las banquetas también arriesga el físico y hasta la vida, porque lo sorprenden a su paso con hoyos negros de inconmensurable tamaño, o con postes inenarrables que se colocan justo donde debería pasar cuando menos alguien delgado y en forma, o con la trampa ignota de baldosas o lajas o piedras volcánicas mal puestas delante de uno para que tropiece y se rompa cuando menos la crisma.

Caminar por Xalapa antes era un regocijo: se podían admirar los jardines cuajados de esas flores que maravillaron al barón de Humboldt, las imponentes serranías, los “balcones con tiestos multicolores” que describía románticamente Rubén Pabello Acosta, alguna que otra xalapeña de no mal ver (que las hay, yo sé de una).

Pero ahora no hay para dónde hacerse ni voltear la vista, porque cada peatón debe caminar recogido en sí mismo, con los sentidos alerta, toda su atención puesta en el piso y en los probables obstáculos que le amenazan como viandante no sólo en las calles tortuosas y empinadas, sino hasta en las aparentemente amplias y derechas.

Si el hombre es la… perdónenme las feministas a ultranza, pero hay una regla gramatical que dice que cuando englobamos en una expresión a dos o más elementos y uno de ellos es masculino, el término se debe enunciar en este género. ¡Uta!, creo que me quedó medio oscuro: vamos, que si decimos “el hombre”, podemos considerar a todos los miembros de la especie: varones y hembras.

Si el hombre, pues, es la unidad a partir de la cual surge nuestra creación, sería conveniente que quienes hacen planes de movilidad o programas ciudadanos tengan en cuenta ese hecho. Lo importante no es que se muevan los automotores, sino los ciudadanos, y que lo hagan en condiciones de seguridad, ya sea arriba de un vehículo o al caminar por las banquetas o al cruzar una calle.

El 1×1 debería ser: 1xpersonax1.

Y hay que convencer también a los agentes de Tránsito, que están estrenando un jefe de lujo en la persona de Edmundo Martínez Zaleta.

Ayer le sucedió a un amigo mío al que le pasan todas las calamidades: a las 10 de la mañana, al intentar cruzar la calle de Zaragoza, de Sebastián Camacho a Leandro Valle, el oficial de tránsito de pronto le dio el paso a los coches que estaban esperando, sin ver o sin que le importara que una persona iba en medio del arroyo.

Y ¿que creen que sucedió? Que el pobre tuvo que echar mano de su agilidad mayor para cruzar ileso, porque los automovilistas arrancaron como si él no existiera.

El peatón… ah el olvidado peatón.

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