La renuncia lo tomó por sorpresa y lo hizo encolerizar. Tal vez por ello, López Obrador decidió darle a don Carlos Urzúa el mismo trato que a sus adversarios: evadir sus argumentos, descalificarlos y señalarlo como un enemigo más de la Cuarta Transformación.

El presidente traicionó a un Secretario de Hacienda que no hizo otra cosa que desempeñarse con congruencia y honestidad; a cambio sólo recibió el desprecio y el escarnio público. La carta de renuncia de Carlos Urzúa fue más breve pero más lapidaria que la que en su momento hizo pública el ex director del IMSS, Germán Martínez.

Acusó que hubo muchas discrepancias en materia económica. “Algunas de ellas porque en esta administración se han tomado decisiones de política pública sin el suficiente sustento.” Los ejemplos sobran: cancelación de programas sociales, asignación discrecional de recursos de manera directa, compra de medicamentos y recorte de presupuesto a la salud, proyectos de inversión –Dos Bocas, Tren Maya y Santa Lucía- sin viabilidad.

También se dijo convencido de que toda política económica debe realizarse con base en evidencia, cuidando los diversos efectos que esta pueda tener y libre de todo extremismo, sea este de derecha o izquierda. Sin embargo, durante mi gestión las convicciones anteriores no encontraron eco.

De esta expresión se desprenden al menos dos conclusiones: el gobierno no ha tenido un diagnóstico e información suficiente para tomar decisiones estratégicas, ni ha sabido calcular las consecuencias de las mismas; y segundo, el único que podría hacer eco a esas convicciones es el presidente y no lo hizo.

Por último, rechazó la imposición de funcionarios que no tienen conocimiento de la Hacienda Pública. “Esto fue motivado por personajes influyentes del actual gobierno con un patente conflicto de interés”. Mucho se desprende de ello: el nepotismo y el amiguismo es una regla de la 4T, la improvisación y la ignorancia una forma de gobierno y la injerencia perversa de personajes cercanos al Presidente que contaron con su consentimiento.

El presidente recibió el golpe y respondió evasivo, presionado por la caída del peso y el mercado bursátil. Hizo uso del librito macabro: descalificar, desconocer a sus aliados y engrosar la lista de la mafia del poder con uno de los artífices de su gobierno.

Para López Obrador, la renuncia de su Secretario de Hacienda no mereció más que un mensaje de Facebook lleno de adjetivos.

«No está conforme (Carlos Urzúa) con las decisiones que estamos tomando, y nosotros tenemos el compromiso de cambiar la política económica que se ha venido imponiendo desde hace 36 años». Es decir, acusó a su ex colaborador de continuista del modelo económico que dio vida al neoliberalismo mexicano. Si era más de lo mismo, ¿por qué lo nombró? Y ¿por qué nombró como su sucesor a Arturo Herrera?, un discípulo de Urzúa formado en el Banco Mundial, de donde renunció para incorporarse a la 4T.

«A veces no se entiende que no podemos seguir con las mismas estrategias, no se puede poner vino nuevo en botellas viejas. No más simulación, no más de lo mismo». Entonces, ¿Carlos Urzúa era un economista fifí, un infiltrado que nunca entendió el cambio? ¿Urzúa es una botella vieja donde no se puede poner el vino nuevo que representan Nahle, Buenrostro y otros depredadores? ¿El ex funcionario era un simulador, más de lo mismo?

¿Merecía ese trato quien apostó todo su prestigio y carrera profesional por la Cuarta Transformación? Una vez más, como a lo largo de su historia personal, Andrés Manuel ha traicionado a uno de los suyos, confirmando que el único imprescindible es él, cualquier otro es sacrificable.

A decir de la expresión de angustia que durante su designación ofreció el nuevo Secretario de Hacienda, Arturo Herrera, al país entero, es tiempo de ponernos el salvavidas. Si la renuncia de Carlos Urzúa a la SHCP había sido la nota más importante en lo que va del sexenio, el gesto apesadumbrado de su sucesor fue lo que se llevó el día, reflejo diáfano de lo que pasa al interior de la Cuarta Transformación

Es tanta la presión, que muchos han roto una vieja regla del sistema político mexicano: nadie le renuncia al presidente. Pero también se han roto otras reglas, una de las cuáles exige buenas formas políticas a quien se acepta la renuncia, destacando sus habilidades y agradeciendo los servicios prestados a la administración. La ruptura de ambas ha mostrado la debilidad del Presidente.

López Obrador no ha cambiado un ápice, por el contrario. Sus prejuicios, sus obsesiones, su obstinación sólo se han visto reforzadas por el ejercicio absoluto del poder. Aún nos falta conocer lo peor.

Las del estribo…

1. Sin experiencia legislativa previa, la diputada federal veracruzana Dulce María Méndez de la Luz Dauzón resultó una verdadera revelación, al grado de ser la legisladora más productiva de la Cámara de Diputados. Nadie mejor que ella según la estadística parlamentaria. Dulce María es hija del exalcalde xalapeño Armando Méndez de la Luz; quienes dan por hecho que serán las próximas autoridades municipales sólo por el báculo de Morena, podrían llevarse una sorpresa.

2. Y mientras unos renuncian por probidad y congruencia, en la aldea otros se aferran a una silla que jamás imaginaron alcanzar, a pesar de su evidente incapacidad e ignorancia, como es el caso de Lelie Garibo. En ambos casos, cabe decir que aunque en Morena todos son del mismo barro, no es lo mismo bacín que jarro. ¡Pa’ vergüenzas!