Este domingo el Presidente presentó su primer informe de gobierno. Del corte de caja hoy se encargarán todos los medios, en medio de una terrible polarización por hacer una defensa a ultranza frente a la crítica descarnada. No habrá puntos medios para unos y otros.

Sin embargo, a pesar de los problemas que enfrenta el país, ¿Qué es lo que mantiene al Presidente con altos índices de popularidad? ¿Qué clase de sociedad somos?, ha cuestionado él mismo. ¿Por qué a pesar de todo lo que publican los medios –afines o adversarios- la gente sigue creyendo en lo que dice?

La respuesta es muy sencilla: porque somos –o quisiéramos- como el Presidente. Y no por la investidura, el poder político o las ventajas económicas que eso representa. Queremos ser como el Presidente desde nosotros mismos.

Quisiéramos, por ejemplo, que si un proyecto fracasa, poder responsabilizar a otros de nuestros errores; quisiéramos decir sin remordimientos que si no logramos nuestros sueños fue por culpa de nuestros padres que no hicieron bien las cosas. Quisiéramos que ante la evidencia de una mentira, poder negarla sin consecuencias, incluso con la complicidad y la justificación de otros. Y que si alguien se atreve a criticarnos en las redes sociales, todos nuestros contactos salgan en tropel a descalificarlos o agredirlos.

Muchos queremos, como lo hace el Presidente, crear nuestra propia realidad en la que siempre tendremos la razón; en la que no hay voz interna que nos critique y nos señale; donde podamos poner apodos y todos nos lo celebren. Que podamos sembrar un árbol y piensen que somos ambientalistas, que podamos comer en una fonda y el resto crea que eso hacemos todos los días. Que podamos asegurar en medio de la tormenta que ha salido el sol y que la gente deje sus paraguas en casa.

Ojalá pudiéramos mandar a nuestros hijos a la escuela sin dinero y culparlos porque no consiguen sus propios ingresos. Desearíamos llegar tarde a la oficina y tener siempre la excusa perfecta para no ser sancionados. O tal vez decirle a nuestra esposa que tenemos el derecho de malgastar el dinero de la casa, justificando que nosotros sí tenemos principios y somos una pareja fiel.

No importa si somos ricos o pobres, no importa si somos padres o hijos, no importa si tenemos trabajo o hace mucho tiempo que lo estamos buscando, no importa si somos ilustrados o analfabetos, no importa incluso de qué partido político seamos, muchos soñamos con poder rechazar la responsabilidad de nuestros actos cuando estos tengan malas consecuencias. Quisiéramos ser la conciencia de todos quienes nos rodean.

Por ejemplo, hace unos días, ante las denuncias hechas por padres de niños con cáncer sobre la falta de medicamentos para sus tratamientos, el presidente Andrés Manuel López Obrador expresó que en caso de un desabasto los médicos, enfermeras o sociedad podrían tomar la decisión de comprar los medicamentos.

“Vamos a suponer que en un hospital una niña, un niño, y -aceptando sin conceder- que no tiene el medicamento, ¿qué sociedad somos, si la enfermera, si el médico, si el director del hospital, si cualquier ciudadano no toma la decisión de comprar el medicamento para que no pierda la vida la niña o el niño?”. Es decir, la culpa no es del gobierno, es de la gente.

¿Qué sigue? ¿Cuestionarnos qué clase de sociedad somos si no alentamos que sean los maestros o directores quienes paguen los gastos de mantenimiento de sus escuelas o los útiles escolares si ven que un alumno no tiene dinero siquiera para comprar lo básico?

Tendremos que cuestionar qué clase de sociedad somos si no intervenimos cuando vemos que un grupo armado “levanta” a alguien o irrumpe en un lugar público; o si no aportamos de nuestro bolsillo para pagar la extorsión a un comerciante o el secuestro de tantas personas. En todo caso, habría que cuestionarnos ¿qué clase de sociedad somos que permitimos un gobierno pretenda justificar así el incumplimiento de sus deberes?

En la narrativa del propio gobierno, el mayor logro de este primer año de gobierno fue dejar de hacer las cosas mal –algo que se tendría que evaluar objetivamente-, aunque se hayan olvidado de las responsabilidades del gobierno. La mayoría de los mexicanos no entiende de cosas abstractas como la separación del poder político del poder económico, de lo que implica un crecimiento de 0% o de un ahorro de 500 mil millones de pesos cuando en los hospitales no hay vacunas.

Somos una sociedad que se olvidó de cuestionar porque prefiere que sea el gobierno quien reparta las culpas, aunque esas culpas se atribuyan a nosotros mismos. En este país muy pocos aceptan la culpa y asumen su responsabilidad; eso es lo que hace tan popular al Presidente: representar a la mayoría.

Somos una sociedad que sólo quiere ser como él.

Las del estribo…

  1. Este viernes se inscribió como aspirante a Auditor General del ORFIS el contador público certificado Mario Lara Velásquez –el propio Lorenzo Portilla no lo era cuando ocupó el cargo-, quien goza de una formación académica y una trayectoria profesional que lo ubica como serio aspirante al cargo. No tiene sombras que lo persigan; toda su vida profesional la ha realizado en el sector empresarial, la docencia y organismos profesionales. Si no se anteponen intereses políticos, estará en la terna final.
  2. ¿Primero o tercero? Como parte de su estrategia de imagen y propaganda, el Presidente puede decir lo que quiera, siempre que no se trastoque la ley. Según la Constitución, el informe de gobierno sólo se entrega al Congreso y se hace una vez por año. ¿Qué necesidad de generar una confusión innecesaria? ¿Por qué la necesidad incontrolable de rechazar las normas que no le agradan? Lo de ayer fue una anécdota, pero una mala señal.