Como cada seis años, en los últimos meses de su administración, el Presidente en turno concede una serie de entrevistas –pactadas todas, por supuesto- con los medios más importantes del país, para dar su versión de los hechos, los saldos de su gobierno y servir de una especie de defensa de las críticas sobre los temas más polémicos. Pese al esfuerzo del Presidente, la opinión pública prácticamente no varía en nada. La sentencia está hecha.

En estos días ha tocado el turno a Enrique Peña Nieto. Y a decir del análisis de los seis años de su gobierno, el mandatario sigue viviendo cómodamente en una absurda burbuja donde no hay errores que corregir, asuntos que resolver ni temas que merezcan asumir las consecuencias de sus malas decisiones; en todo caso, todo fue resultado de las circunstancias, del entorno y hasta de la mala suerte, pero jamás de la ineficacia o la corrupción que distinguieron a su agonizante administración.

Van aquí algunas perlas de lo que sólo el Presidente ve respecto de lo que hoy pasa en el país que gobierna.  Presidente, ¿hay alguien en concreto a quien quiera agradecer?, preguntó Denise Maerker.

“A los mexicanos, al pueblo de México, porque había momentos muy difíciles, había días que por las decisiones tomadas o por los señalamientos no era fácil salir a un evento público, o no público. Si algo me alentó, me motivo, me cobijó, me energizó, fue mi contacto con la gente. Nunca tuvimos un evento de discordia, un mal momento de encuentro con la población, al contrario, todos fueron de enorme calidez”, respondió Peña.

La pregunta obligada es: ¿cuándo abandonó el país? si es que está hablando de México.

Y la otra pregunta: Presidente, ¿hay alguien a quien quisiera pedirle perdón? Perdón por los desaciertos, perdón por los errores, perdón por las fallas, perdón por la insuficiencia en varias explicaciones, y sobre todo, si a alguien agravie, si a alguien lastimé, le pido una disculpa, pero no trae un destinatario e particular, no lo encuentro, no lo tengo yo en mi conciencia, pero si alguien, con el ejercicio o con la manera en que goberné se sintió lastimado, afectado y agraviado, le ofrezco una disculpa.

Fue un lamentable lugar común que sólo confirmó su ausencia en temas que han polarizado a la sociedad. Para él, no hay porqué pedir perdón a miles y miles de víctimas enlutadas por la violencia, de millones de trabajadores desempleados por una deficiente instrumentación de las reformas estructurales, a todos los mexicanos que observaron el saqueo permisivo de su gobierno y el tráfico de influencias.

La generalidad de su respuesta implica que no hay nadie a quien pedir perdón. En sentido estricto, no tendría por qué hacerlo, porque para eso hay leyes que deberían sancionarlo. Sin embargo, son muchas las explicaciones a las que sí está obligado y que él sugiere que sí las presentó, aunque se manera “insuficiente”.

El colmo fue lo que hizo con su propio partido y el candidato. En uno de los encuentros con periodistas, dijo que efectivamente José Antonio Meade no había funcionado como candidato; que el desgaste del gobierno y la percepción de un PRI corrupto por una camada de gobernadores rapaces –de quienes se dijo decepcionado cuando fueron quienes financiaron su campaña electoral-, fueron las razones de que un “colaborador extraordinario” no tuviera éxito como candidato a la Presidencia de la República.

Sobre las causas del desplome del PRI, el Presidente desestimó su baja popularidad como la razón principal. “(La derrota electoral) la atribuyo al desgaste del ejercicio de gobierno y a que hay un clima anti sistémico en el mundo”, es decir, los ciudadanos del mundo le cobraron una injusta factura.

Es decir, ni en la decisión más importante de un presidente, acepta la responsabilidad que le corresponde. Si el PRI eligió mal a su candidato, fue por decisión de Peña Nieto; si el propio candidato no pudo levantar la campaña, fue por la sombra de un gobierno corrupto, señalado de casas blancas, enriquecimiento de sus funcionarios, negocios al amparo del poder, protección a los gobernadores y la incapacidad de resolver asuntos tan graves como la violencia delincuencial que dejó más muertos que una guerra o la desaparición de los normalistas.

En la reseña de Peña Nieto, nada de eso ocurrió. En todo caso, él mismo fue víctima de un entorno que nunca le comprendió; defiende su impresión de que los mexicanos nunca vimos en él a un estadista y ese fue nuestro principal error. Vaya cosa.

Enrique Peña Nieto ya se va. Lo agradece él y lo agradecemos todos.

 Las del estribo…

  1. Una cosa es lo que declara y la otra lo que sabe que está en su entorno. Peña Nieto se ha entregado a López Obrador como una forma de expiar culpas y responsabilidades a futuro. La liberación de Elba Esther y hasta la de Javier Duarte se inscribirían en la exigencia de hacerlo hoy para no manchar al nuevo gobierno. Parece que al único que sí ha pedido perdón es a AMLO.
  2. La deuda pública del estado seguirá siendo nota. Lo fue para satanizar los gobiernos de Fidel Herrera y Javier Duarte; lo es para justificar la falta de recursos del estado. Ahora, el gobernador electo ha dicho que de la reestructuración sólo hubo un beneficiario. Tendrá que demostrarlo y actuar en consecuencia, de lo contrario, cometerá el mismo pecado de inconsistencia verbal y omisión.