La revista Nexos nos regaló en diciembre un texto (“Tres lecciones de póquer para el análisis político” de Juan Cruz Vieyra) que nos permite entender, desde la perspectiva de este juego de azar -que en realidad es de estrategia-, que las cosas no han cambiado mucho desde el primero de diciembre. Si bien es cierto que Peña Nieto y López Obrador son diametralmente distintos, comparten una característica que los acerca: no saben jugar póquer.

Las semejanzas entre el póquer y la política, explica el autor, son especialmente evidentes. Y plantea tres lecciones que son importantes “para tomar decisiones en general y que pueden resultar útiles para profundizar nuestro análisis de la vida política”.

La primera: en el póquer, uno debe apuntar a tomar decisiones basadas en las probabilidades ponderadas de ganar ya sea durante una mano (corto plazo) o un torneo (largo plazo). Algo fundamental para el análisis político: determinar la predisposición al riesgo de quienes nos rodean. En el póquer es normal que los jugadores profesionales se retiren de la mesa al ganar o perder una mano importante, o que al menos dejen pasar varias manos antes de volver a jugar para lograr un equilibrio emocional adecuado.

Los políticos suelen hacer lo contrario. Ni Peña ni AMLO se retiraron de la mesa. La mano llegó, en el caso de Peña Nieto, con la firma del Pacto por México. El acuerdo tenía un peso político tan importante como su victoria electoral; a partir de ello, Peña se asumió poderoso e indestructible, pensando que cualquier acto de corrupción asociado a las reformas estructurales pasaría inadvertido.

En el caso de López Obrador, esa mano fue precisamente su impresionante victoria electoral. El nuevo presidente, en lugar de dejar pasar algunas manos, fue abrazado por la euforia tomando apuestas cada vez más arriesgadas –el caso del NAICM, por ejemplo-, retando a sus adversarios e incluso dando instrucciones al crupier. Olvidó que quien tiene menos fichas no necesariamente perderá todas las partidas.

Los errores más frecuentes ocurren cuando las personas están “endulzadas” por alguna victoria, por esa “sensación de éxito”, explica Vieyra. Y así ha venido sucediendo en la arena pública, donde los presidentes dilapidaron casi de inmediato muchas de las fichas ganadas en su mano más importante

Segunda: Cuando un jugador se cree uno de los mejores jugadores del torneo, es muy frecuente que no quiera arriesgarse a perder apostándolo todo en una sola mano. La variable oportunidad es clave para el análisis político, sobre todo durante periodos de elección, pero también en momento claves de un gobierno.

En el caso del nuevo gobierno de la República, la variable oportunidad está siendo subestimada, de la misma forma que lo hizo Peña Nieto. El mexiquense apostó que el regreso del PRI a Los Pinos estaba asegurado por una nueva generación de políticos –gobernadores, diputados, miembros del gabinete-, sin embargo, obnubilados por la corrupción y la inexperiencia fue precisamente una apuesta fallida. Terminó su sexenio sin una sola ficha de credibilidad.

López Obrador y sus seguidores, en cambio, parecen olvidar que los políticos y los partidos políticos se reciclan frecuentemente. Un partido pierde el Ejecutivo, pero un año más tarde tiene mayoría en el congreso y viceversa. No hay país donde no suceda, con excepciones como las de Cuba o Venezuela.

En periodos inflacionarios o en el contexto de una derrota electoral, explica el artículo, en Latinoamérica abundan los análisis que firman indiscriminadamente actas de defunción de los gobiernos, de los partidos, y de políticos individuales. La mayoría de las veces se equivocan rotundamente.

Tercera: Uno de los errores más comunes de quienes empiezan a jugar al póquer es la exageración del bluff, es decir, hacer creer al adversario que tienes unas cartas que en realidad no tienes (solución a los problemas, por ejemplo). La realidad es que mentir frecuentemente termina volviendo vulnerables a los jugadores.

En política ocurre lo mismo. Un político puede hacer promesas irrealizables para ganar una elección o sacar provecho de algún asunto en particular, pero las mentiras se pagan caras en el largo plazo.

Los dos últimos presidentes generaron grandes expectativas a partir de sus promesas de campaña. En el caso de Peña Nieto, por ejemplo, la inseguridad creció y las reformas estructurales trajeron beneficios sólo a unos cuántos. Con López Obrador, cuando se ha cumplido un mes de gobierno, muchas promesas ya se reflejan en el presupuesto 2019, pero otras –como bajar el precio de la gasolina y regresar al Ejército a los cuarteles- empiezan a pasar factura.

Evidentemente, el póquer y la política tienen mucho en común. Sin embargo, existe una diferencia sustancial: en el póquer nos jugamos unas fichas mientras que en política lo que está sobre la mesa es la vida de las personas, su bienestar, su acceso a servicios básicos, su seguridad. Conviene aclarar –dice Vieyra- que, tarde o temprano, mentir conduce al fracaso.

Es probable que el país no necesite de estadistas sino de buenos jugadores de póker.

Las del estribo…

  1. Abogados que conocen el proceso, aseguran que la resolución de un tribunal federal a favor del Fiscal Jorge Winckler no se trata de un amparo –lo que lo mantendría de manera casi definitiva en el cargo- sino de una suspensión provisional. No ha ganado nada aún. Su verdadero problema ahora es la cantidad de crímenes que se registran en el estado sin una sola investigación que lleve a los responsables.
  2. Los nostálgicos aplaudidores que hoy critican que Cuitláhuac tenga una venia del Congreso hasta de tres meses para hacer ajustes al presupuesto 2019, olvidan que esa misma prerrogativa la tuvo el gobernador Yunes durante los dos años de su administración, so pretexto de la quiebra financiera del estado. La caprichosa memoria.