La falta de una agenda política y la ausencia de una estrategia eficaz de comunicación social han permitido que los logros de la administración estatal se diluyan frente a la estridencia de chismes y pleitos de vecindad, sumados a los dislates de algunos funcionarios que no han acabado de entender cuál es su función.

Durante los últimos meses de la administración de Javier Duarte, el tema de las finanzas públicas era un escándalo; cada quincena el gobierno tenía que hacer malabares para cubrir la nómina de la burocracia, la obra pública y la inversión se habían paralizado y las listas de adeudos y acreedores crecía desmesuradamente. Quienes lo vivieron desde dentro, sabían que ya no había dinero ni para viáticos, así que todos se la pasaron pertrechados en sus oficinas.

La grave crisis financiera del estado y la inseguridad fueron la principal bandera del candidato Miguel Ángel Yunes. El panista logró capitalizar el enojo de los veracruzanos –de la misma forma que lo haría López Obrador dos años después–, lo que le allanó el camino a la Gubernatura. Ya como mandatario, los logros y desaciertos tenían el mismo origen: la situación de las finanzas públicas.

Lo que se hacía tenía un gran mérito porque no había dinero; y lo que no se podría realizar, pues era precisamente por la crisis financiera del estado. Las cifras sobre la deuda pública siempre fueron un misterio pero, al mismo tiempo, una herramienta eficaz de propaganda para mantener el enojo de los veracruzanos contra el PRI y su antecesor. Nunca supimos cuánto debíamos, aunque lo escuchábamos todos los días.

Sin embargo, hoy las finanzas públicas han dejado de ser nota. No se habla de que el estado esté al borde de la quiebra, que esté en riesgo el pago de empleados y jubilados, que el IPE vaya a colapsar o que la deuda esté ahogando al estado. De hecho, hasta los viejos acreedores del duartismo y el yunismo podrían encontrar pronto una respuesta a sus adeudos, de la misma forma en que lo podrían hacer los Ayuntamientos con su pesada carga financiera a causa de la bursatilización.

Tal vez el caso más claro de las consecuencias de no saber cacarear el huevo es precisamente el actual proceso de refinanciamiento o reestructura de la deuda pública.

A pesar de los evidentes beneficios que se pueden lograr –ya se ha dicho que los contratos no ampliarán plazos, ni montos y que el gobierno contará con dinero fresco para obra pública–, en los medios de comunicación ha permeado más la división al interior del grupo parlamentario de Morena que el propio contenido de la iniciativa enviada por el Gobernador al Congreso.

Lo que tendría que ser una decisión técnica y expedita, se ha entrampado en los intereses políticos del Congreso; no ha faltado incluso que algunos legisladores del propio partido en el gobierno hayan sido señalados de pedir discretamente un moche por su voto.

La intención, según fuentes de la propia Sefiplan, es lograr que la reestructura de la deuda se apruebe por consenso, es decir, con el voto de todos los diputados. No suena fácil en medio de la polarización legislativa, pero los funcionarios públicos están trabajando en ello. Hacerlo sería tal vez el logro político más importante del actual gobierno.

El miércoles pasado se reunieron con el primer grupo de diputados –la mayoría de Morena pero con la ausencia de algunos de ellos– y este martes lo harán con los diputados de la fracción parlamentaria del PAN. Es decir, tirios y troyanos han reconocido la apertura y transparencia en el contenido de la reestructura y sus consecuencias.

Eso explica la razón de la prudencia institucional en Sefiplan. A pesar de que en otras áreas hay un discurso beligerante en contra de la administración yunista, en este caso se ha mantenido respeto, reconociendo incluso –en público y en privado– las condiciones en que el propio Yunes tuvo que renegociar la deuda. Los tiempos cambiaron y las condiciones también.

A diferencia del gobierno federal, Veracruz empieza a escalar su calidad crediticia en la tabla de las principales calificadoras. Eso ha hecho posible que la administración esté en posibilidad de negociar, sin la necesidad de recurrir a un fideicomiso que asuma los riesgos. Pero de eso tampoco se habla.

El secretario de Finanzas, José Luis Lima Franco, es un técnico eficaz más que un político militante. Su equipo más cercano también. No gusta de reflectores, sin embargo, sus resultados están sacando a flote al resto del gabinete.

Para infortunio de la administración estatal, lo que podría ser la bandera del gobierno de Cuitláhuac, las finanzas en franca recuperación, simplemente ha dejado de ser nota.

Las del estribo…

  1. La cuarta transformación mandó a nuestros atletas a los juegos panamericanos de Lima, en Perú, sin uniformes de gala –los deportivos los pagan los patrocinadores– ni estímulos en caso de ganar preseas. Este domingo amanecieron en el primer lugar del medallero con cinco de oro en una sola jornada. A ver ahora quién se cuelga el mérito de logros alcanzados a pesar del gobierno.
  2. Resulta que a un paso de la recesión y luego de que en junio perdimos más de 14 mil empleos –según las cifras oficiales del IMSS–, este fin de semana el Presidente vino a Minatitlán a anunciar la creación de más de 20 mil empleos, pero ¡en Honduras! ¿Será acaso una tomadura de pelo al presidente hondureño o la cínica burla a quienes han perdido su trabajo?