Aunque la Constitución señala el cambio de gobierno hasta el primero de diciembre, lo cierto es que este sábado –con la instalación de un Congreso federal dominado a plenitud por Morena y sus aliados-, terminó formalmente el gobierno de Enrique Peña Nieto. En los hechos, ha pasado a ser una figura decorativa cuya única función es garantizar la transición.

La administración federal feneció meses atrás, incluso años. Desde los casos de Ayotzinapa, de la Casa Blanca, de los socavones o hasta de la visita de Donald Trump; pero sobre todo, a raíz de los escándalos de corrupción de sus funcionarios. En la elección del primero de julio sólo se extendió una anunciada acta de defunción.

Sin embargo, lo que se vio el sábado pasado en San Lázaro no es más que la confirmación de que Morena y sus aliados han decidido restaurar el viejo régimen, al que eufemísticamente han dado por llamar la nueva república.

Desde la perspectiva de Porfirio Muñoz Ledo, el más notable representante del priismo histórico y hoy ideólogo fundacional de la nueva república, el nuevo régimen se enfilará “por la  ruta  de  la  austeridad,  honestidad,  transparencia,  rendición  de  cuentas  y  la  integridad  política.” Una vez más, la soberbia política pasa por alto la indignación social de los excesos personales de quienes se asumen como los nuevos héroes de la patria. La borrachera sigue.

Buena prosa que corresponde a la naturaleza del viejo régimen. La  reconciliación, dijo Muñoz Ledo,  es  un método para construir juntos, pero no un subterfugio para olvidar. Nadie puede abolir la historia, ejercemos tanto el derecho a la memoria como el don de la tolerancia, y acatamos el imperativo de la justicia. ¡Es la hora cero de la nueva República!, definió el  presidente  de  la  Cámara  de  Diputados, como si el país se hubiera reinventado el pasado primero de julio.

Sólo que el derecho a la memoria es selectivo. Cuando Muñoz Ledo asegura  que  “hoy  se  consuma  la  transición  democrática  iniciada  hace  30  años  por  una  ciudadanía emergente, sus organizaciones y la oposición política al antiguo régimen”, lo que en realidad nos está diciendo es que su disidencia del PRI en 1988 –junto a la de Cuauhtémoc Cárdenas-, es la autora intelectual del cambio de gobierno que hoy vivimos.

No fueron los estudiantes del 68, tampoco fueron las reformas de Reyes Heroles; menos aun la libertad de expresión ejercida por los medios que se enfrentaron al régimen. Tal vez lo han olvidado porque pertenecieron a los gobiernos que les reprimió.; el mérito sólo pertenece a la revuelta priista que dio origen al Frente Democrático del que hoy el propio Cuauhtémoc Cárdenas ha sido excluido.

Pese al entusiasmo reformador de Muñoz Ledo y la mayoría morenista en el Congreso y los gobiernos estatales, la república sigue siendo la misma; o peor aún, se encuentra ante el riesgo perturbador del ejercicio del poder absoluto. En la sesión de este sábado, la mayoría morenista en el Congreso se hizo sentir con la misma soberbia que lo hacía el PRI, sólo que sigue actuando como oposición. El don de la tolerancia de don Porfirio brilló por su ausencia.

Los representantes del nuevo régimen se reconocen a sí mismos como depositarios del destino manifiesto del que fueron despojados hace tres décadas. Hoy se atribuyen de manera exclusiva la tarea de edificar un andamiaje jurídico digno de la sociedad mexicana. “Vivimos hoy la refundación de la República;  el  pueblo  de México  nos  ha  otorgado  a  todos  sus  representantes  el  mismo  mandato,  aunque  en  funciones  diferentes:  la cuarta transformación del país”.

En su luminosa soberbia, Muñoz Ledo recordó, por ejemplo, que en día como hoy, en 1988, surgió aquí el primer reclamo parlamentario de cara al Ejecutivo federal en contra del grotesco fraude electoral, perpetrado y cometido por el gobierno”. Ese reclamo fue precisamente el que presentó él mismo durante el último informe de Miguel De la Madrid. Su historia personal es ahora la historia del país.

Estos mensajes confirman que la nueva república es un espacio para la tentación. Es posible que se vuelva a instaurar el día del Presidente –al menos lo será el próximo primero de diciembre-, el control absoluto de los gobiernos estatales, la sumisión de los poderes del Estado –muchos de los actuales senadores y diputados pasarán a formar parte del gabinete presidencial en sólo tres meses-, y el protagonismo excesivo del mandatario.

El próximo primero de diciembre, el ex presidente nacional del PRI, Porfirio Muñoz Ledo, colocará la banda presidencial al ex presidente del PRI en el estado de Tabasco, Andrés Manuel López Obrador. Se habrá consumado la venganza de los políticos contra los tecnócratas, pospuesta por treinta años.

Demos la bienvenida al viejo régimen.

Las del estribo…

  1. La omisión cómplice del gobierno federal, una lamentable comunicación política, sumada a una cuestionada investigación por parte de la PGR convirtieron al Presidente y a su partido en los autores materiales –al menos desde la percepción social-, de la desaparición de los estudiantes normalistas. Este sábado, el PRD, el mismo que gobernaba Iguala y Guerrero entonces, contaba hasta 43 durante la intervención de la presidenta del PRI Claudia Ruiz Massieu. Verdaderamente kafkiano.
  2. La ironía con que el académico y ensayista Lorenzo Meyer se refirió a su salida como colaborador del diario Reforma –autor de uno de los espacios más relevantes del periodismo nacional-, acusando razones económicas, no es más otra mala señal de los tiempos que están por venir para los medios de comunicación: austeridad y censura.