No lo supongo, tengo la certeza de que cuando Andrea Aranda Salas era muy pequeña, en un sueño, Kavafis le leyó su poema Ítaca:

Cuando emprendas tu viaje a Ítaca
pide que el camino sea largo,
lleno de aventuras, lleno de experiencias.
No temas a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al colérico Poseidón,
seres tales jamás hallarás en tu camino,
si tu pensar es elevado, si selecta
es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo.
Ni a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al salvaje Poseidón encontrarás,
si no los llevas dentro de tu alma,
si no los yergue tu alma ante ti.

Pide que el camino sea largo.
Que muchas sean las mañanas de verano
en que llegues -¡con qué placer y alegría!-
a puertos nunca vistos antes.
Detente en los emporios de Fenicia
y hazte con hermosas mercancías,
nácar y coral, ámbar y ébano
y toda suerte de perfumes sensuales,
cuantos más abundantes perfumes sensuales puedas.
Ve a muchas ciudades egipcias
a aprender, a aprender de sus sabios.

Ten siempre a Ítaca en tu mente.
Llegar allí es tu destino.
Mas no apresures nunca el viaje.
Mejor que dure muchos años
y atracar, viejo ya, en la isla,
enriquecido de cuanto ganaste en el camino
sin aguantar a que Ítaca te enriquezca.

Ítaca te brindó tan hermoso viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino.
Pero no tiene ya nada que darte.

Aunque la halles pobre, Ítaca no te ha engañado.
Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,
entenderás ya qué significan las Ítacas.

(Ítaca. Constantino Cavafis.
Versión de Pedro Bádenas de la Peña)

Iba en un avión al lado de su madre, tras la revelación, despertó y dijo: mamá, yo quiero viajar, es lo que quiero hacer en mi vida. Durante muchos años preparó su destino, al lado de su padre, haciendo danzar en el aire a diversos utensilios: pelotas, clavas, sombreros, y con ellos volaban sueños de puertos lejanos, remotos caminos, calles desconocidas que habría de habitar.
Tras 18 años de preparativos, emprendió el viaje. Ítaca está siempre en su mente, pero no apresura el viaje, ignora —y no le preocupa— cuándo va a regresar. Me la topé en un descanso que hizo en el camino y me narró esta historia.

Cometas de caña y de papel

Como un cometa de caña y de papel
me iré tras una nube para serle fiel
a los montes, los ríos el sol y el mar,
a ellos que me enseñaron el verbo amar.
(Vagabundear. Joan Manuel Serrat)

Me llamo Andrea, soy de aquí, de Xalapa, y aquí crecí hasta los 18 años. Crecí con mi mamá, es fotógrafa [Maricela Salas], entonces siempre estuve en un ambiente de fotógrafos y de artistas en general. Empecé a viajar con mi mamá desde que tenía como cuatro o cinco años, ella iba haciendo sus exposiciones por todos lados y me llevaba, fuimos a Austria, después nos fuimos a Europa del Este: República Checa, Hungría, toda esa zona. Hace poco abrí el baúl donde están mis fotos viejas y encontré una del 95, cuando era niña, en la que estoy con mi mamá en Praga, casualmente, hace poquito fui a Praga y me gustó muchísimo, me enamoré de la ciudad y de su gente, y se me antojó quedarme ahí pero no supe por qué, ahora que encontré la foto le comenté a mi mamá y me dijo que cuando fuimos me gustó mucho y le dije que quería vivir ahí, entonces, a lo mejor tiene algo que ver con un viejo recuerdo.
Después vivimos en Estados Unidos, en Luisiana, me acuerdo de olores, de dulces, de la escuela, donde se me cayó el primer diente. El compañero de mi mamá es catalán, cuando yo estaba más grande, fuimos a Cataluña y anduvimos en los pueblitos de por ahí, fuimos como tres veces en temporadas de uno, dos o tres meses.
También viajamos por México, una vez, mi mamá tenía que hacer un reportaje en Oaxaca y nos fuimos, estuvimos en Pinotepa y toda esa zona que también me gusta mucho. Tengo muy buenos recuerdos de todos esos viajes y le digo que es su culpa que yo sea medio vagabunda (risas); no sé si yo escogí la calle o la calle me escogió a mí, pero me gusta. Me acuerdo que un día estaba viajando con mi mamá, estábamos en un avión y le dije mamá, yo quiero viajar, es lo que quiero hacer en mi vida; desde muy chica me quería ir por ahí a conocer, a estudiar, a conocer otra gente, otros paisajes, y a los 18 años, me fui (risas).
Nunca me gustó la primaria, me caía mal. En la secundaria, estuve en la Xalitic y ahí sí me gustó, la gente era un poquito más abierta; ahí tomé talleres de varias cosas y los únicos amigos que me quedan de Xalapa, todos son de esa época de la Xalitic. La prepa tampoco me gustó (risas), estuve en la Juárez y me salí porque eran demasiado estrictos sin sentido y no me gustaba cómo pensaban. Me pasé a una prepa abierta y ahí terminé.

Alegría de la vista

Si algo alegra mi vista
es mirar la destreza
que tiene el malabarista
cuando juega con su piezas.
(Alejandro J. Díaz Valero)

Cuando tenía como siete años, llegó un amigo italiano de mi papá que se llama Aldo y estuvo viviendo con él como un año. Se dedica al circo desde hace muchos años, es malabarista y nos introdujo, a mi papá y a mí, a los malabares. Empezamos a practicar, a aprender a hacer malabares con tres pelotitas, un sombrero, todas esas cosas. En ese entonces no había ningún malabarista aquí en Xalapa. Cada vez que iba a ver a mi papá, practicábamos y me divertía un montón, porque es un juego.
Después llegó un argentino y después llegó un español que dieron talleres en parques de Xalapa, había clases de todo: pelotitas, clavas, monociclos, zancos, mi papá y yo fui fuimos juntos a sus clases y probamos de todo.
Después fuimos como a dos o tres convenciones de malabarismo a Puebla, nos divertíamos mucho, él también se la pasaba bien, de hecho, ahora vive de eso, trabaja en la calle haciendo malabares.
Seguí practicando, me lo empecé a tomar más en serio, me gustó más y más, y dije yo quiero dedicarme a hacer esto, no quiero hacer otras cosas (risas).
A mi mamá no le gustaba y se enojaba, ahora entiendo que era porque se preocupaba, pensaba ¿de qué va a vivir?, ¿qué va a hacer?, eso no es una cosa seria. Ahora la entiendo y ella también me entiende, pero en aquel momento no nos entendíamos.
Mi papá siempre me apoyó, me decía haz lo que a ti te guste: malabares, circo, teatro, música o matemáticas —porque también me gustan mucho—, lo que sea, pero ponte a luchar por lo que quieres. Decidí hacer eso y estudiar matemáticas al mismo tiempo.

La calle más alegre del mundo

La calle más alegre del mundo,
la calle donde viven juntas a la vez
las cuatro estaciones del año,
la única calle de la tierraque yo
desearía que no se acabara nunca,
rica en sonidos, abundante de brisas,
hermosa de encuentros, antigua de sangre:
Rambla de Barcelona.
(Federico García Lorca)

En el 2009, cuando cumplí 18 años, me fui a Guanajuato a estudiar en el Cimat, Centro de Investigación en Matemáticas. Ya tenía varios años que quería estudiar en una escuela de circo pero me parecía algo muy difícil, muy lejano y muy caro, mi mamá me dijo presenta un proyecto al Fonca, a ver si te dan una beca y así puede ser más fácil. Me fui unos días a Puebla a casa de una amiga de mi mamá, también fotógrafa, que se llama Ángela [Arziniaga], me ayudó a darle forma a mi proyecto y me dieron la beca.
Como habíamos ido varias veces a Barcelona, me alegraba la idea de volver porque tenía muy buenos recuerdos, la pasamos muy bien allá. Investigué y vi que allá hay una escuela de circo que se llama Rogelio Rivel. Josep me apoyó mucho, me dijo si te quieres ir a Barcelona, órale, vamos a ver cómo te apoyamos. La familia de él también me apoyó, me dijeron vente para acá, si te hace falta algo, estamos aquí cerca. Me fui, fueron por mí al aeropuerto y me acompañaron a la casa en la que me iba a quedar.
No entré de lleno a la escuela porque no llegué a tiempo para hacer las audiciones y todo eso, y también por una cuestión económica, porque el dinero de la beca era poco, en realidad; más bien tomé cursos. Estuve practicando con gente que se dedicaba a eso al cien por ciento, que lo tomaba como profesión y como pasión, y me gustó más todavía. En esa época se me abrieron un montón de puertas, un montón de posibilidades y un montón de caminos.
Según yo, iba a regresar a los seis meses a seguir estudiando en el Cimat, dije que iba a volver y me dijeron que sí, que tenía cinco años para volver porque ya estaba aceptada ahí, pero nunca volví (risas), después de los seis meses dije me quedo cuatro meses más, cuando pasaron dije me quedo otros cuatro meses.
Después de un poco más de un año, se me acabó la beca, se me acabó la visa, se me acabó todo pero dije me quedo otro año más y me fui a vivir a Francia, a París. Fue un momento difícil porque no tenía papeles y no tenía dinero, pero de alguna u otra manera se solucionaron las cosas. Me puse a trabajar en la calle por gusto y por necesidad —la vida me llevó a eso— y ahí conocí más gente y me empezó a gustar más.

(CONTINÚA)

 

SEGUNDA PARTE: Las muchas mañanas de verano
TERCERA PARTE: Cirqueros somos y en el camino andamos

 

 

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