Hubiera sido la voz y la conciencia del pueblo en la Cámara pero dijo ¡no!, a la invitación que le hicieron un grupo de notables priistas de la época. Él siempre fue amigo de los humildes, defensor de causas difíciles y urgía su sabiduría en el Congreso de la Unión.

La invitación fue para que representara un distrito de la ciudad de México. Declinó cortés, emocionadamente; lo consideró un gran honor, pero se mantuvo firme en su actitud negativa.

El PRI hizo bien en buscar a un representativo tan legítimo del arte escénico social para llevarlo a la Cámara.

Cantinflas hizo bien en no aceptar.

El hombre que ha escenificado la ironía más refinada e irresistiblemente cómica en torno al hablar político mexicano no quiso abandonar su propia tribuna –la cinta de plata-, para adoptar una nueva donde su situación habría sido muy difícil. Cantinflas (Mario) fue un ciudadano de ideas revolucionarias, avanzadas; simpatizaba con los de abajo a quienes sirvió devota y eficazmente. Los habitantes del distrito se hubieran salvado; y la campaña política habría sido un arrollador éxito.

Imaginemos las entradas de los discursos de Mario, en Cantinflas, para luego adoptar unos cuantos momentos el tono y el lenguaje en serio, y formular planteamientos formales. Y luego concluir con alguna broma. Eso hubiera dado al estilo político nuevos matices, porque si algo hay intolerable en todas las legislaturas es la falta de sentido del humor que parece caracterizar a la mayor parte de nuestros expositores (lo vemos y escuchamos con los flamantes conscriptos de la LXIV legislatura veracruzana). Llegan a tal grado de estiramiento y de divorcio con el pueblo, que dan risa en sus actuaciones y ocurrencias.

Lo confuso de sus ideas se refugia en el hablar… cantinflesco. Sí: Mario Moreno creó con su sobrenombre un nominativo, un adjetivo y hasta un verbo: cantinflear.

¿Mario como un diputado más? Imposible. La suma de su personalidad al cuerpo colegiado no fue posible de imaginar. Cada vez que alguien subiera a la tribuna y expusiera algo no claro –lo cual es frecuente-, los ojos de todos enfocarían al genial mimo para reclamarle de hecho una traducción. Entonces, tan singular diputado se transformaría en traductor oficial de la Cámara; y hubiera acabado por ser el eje de la misma. Por eso, tal vez, Cantinflas se quedó sin el honor de ser legislador.

Él tuvo su lenguaje, su sentido social y su autenticidad popular. Estaba en plenitud de madurez como artista. Su mensaje era cada vez más profundo. La risa que producía (y produce) en los públicos, tal vez no resulte tan fácil y fluida, pero sí más honda y duradera.

Una de sus obras maestras fue “El Padrecito”, que marca su culminación y su mensaje frente a las graves injusticias, que todavía se dan, de los caciques de pueblos chicos. Y otras tantas películas que llevan mensaje.

Qué bueno que los políticos priistas lo dejaron en donde estaba. Su gran escenario nunca agotó las posibilidades de su genio. Hubo un tiempo en que la humanidad reclamó mucho de Cantinflas; y la patria particularmente necesitó de su bisturí para hacer muchas operaciones a la demagogia, furiosamente atacada en la parte altamente positiva del cantinflismo. Anticlímax de lo cursi, solemne y falso, el lenguaje del mimo es una trágica acusación a lo confuso, vacuo y pueril que en nuestros tiempos se esconde en las simulaciones de toda política falaz, estrafalaria y siniestramente hipócrita. Su comicidad, no hubiera salvado a la Cámara, que ya estaba suficientemente dotada de ella con la habitual seriedad de la mayor parte de quienes desfilan por su tribuna.

Un personaje muy importante en la vida social y política de México, cuando supo de la invitación que le hicieron  para que fuera diputado dijo que puede decirse de Cantinflas con justicia: “él es diputado vitalicio por todo el país. Sería minimizarle  reducirle a un distrito, y el resto de la nación protestaría”.

No sabemos si la llaneza de Cantinflas hubiera cabido en la Legislatura veracruzana, ni si su limpia generosidad veraz y espontánea hubiera alcanzado en toda la capacidad política de Veracruz. Su presencia hubiera sido un gran valor como reserva de oro en pasta humana que nuestro estado tiene que mantener fuera del juego de lenguaje devaluatorio que utilizan nuestros diputados que han convertido en una gran carpa de circo a un lugar sagrado como la Legislatura que se supone es para crear leyes y no para descubrir la falta de valores.

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