Por Ricardo Perry Guillén | La herida estaba recién abierta pues era el 14 de diciembre de 2014, hacía poco que habían desaparecido a los normalistas de Ayotzinapa y la indignación ya era global. Ese día se realizaría en Chilpancingo un festival cultural  con artistas solidarios con el movimiento que apenas iniciaba por la aparición con vida de los estudiantes.  A Los Cojolites nos llamó Omar García, uno de los muchachos sobreviviente de esa terrible noche, el concierto se llamaría “Una luz en la obscuridad”  y para la cual se alistaron grupos como Café Tacuba, Lengualerta, Aguas Aguas, Los Cojolites  y  varios que nos solidarizábamos de esa manera con el movimiento de los padres de Ayotzinapa. Para nosotros Los Cojolites había gran expectativa y una emoción y muchos sentimientos  que luego se iba a dimensionar mas y mas, pues lo que vivimos esos días fue fuerte, peligroso, por lo tenso que estaba el ambiente, una vivencia que marca nuestras vidas por siempre y que nos hace reflexionar profundamente.

Cerca de Tepoztlán en la carretera que va a Guerrero nos reunimos todos los vehículos en donde viajaban los grupos, íbamos a llegar en caravana por lo peligroso de la situación. Llegamos un día antes a la normal y los muchachos del comité organizador del evento nos llevaron a un salón de clases en donde había muchas colchonetas en el suelo y en donde dormiríamos en compañía de varios estudiantes, que siempre alerta, dormían vestidos, siempre preparados pues no se sabía lo que seguía. Una serie de sentimientos, lágrimas que se escurren se presentan en nuestros rostros cuando pasamos por la cancha donde están instaladas las 43 sillas con las fotografías de cada uno de los estudiantes desaparecidos, los padres que lloran, algunos en silencio y otras externando su dolor y no se puede ser ajeno, el dolor es de todos, se siente feo en el alma y el corazón.

El concierto se realizaría a partir de las 11 de la mañana. Nos dispusimos a dormir pero, como a las 3 de la madrugada, se escucharon voces y los normalistas se pusieron sus zapatos rápidamente, mientras salían a prisa, a uno alcancé a preguntar qué pasaba y me dijo que había bronca en Chilpancingo. A las 5 de la mañana se suscitó un enfrentamiento entre la policía federal y los normalistas que ponían el sonido, los templetes, las vallas, etc. para el concierto. La policía había rentado un hotelucho frente casi al escenario y estando alcoholizados tiraron las vallas y se enfrentaron a los muchachos, a los padres que ayudaban, con el saldo de 17 heridos, entre ellos dos padres de los desaparecidos; asimismo, se habían llevado a algunos estudiantes.

Ya casi empezaba a amanecer, una suave neblina que apenas dejaba ver rodeaba la normal cuando bajé las escaleras del segundo piso donde estábamos. Tenía flojera atravesar un espacio grande para ir al baño y caminé a la cerca, había árboles grandes y estaba orinando cuando un ruido fuerte, un golpeteo como de metralleta se oyó cerca y sentí temor, los gritos aumentaron el miedo. Luego vi una camioneta de batea blanca que venía bajando la callecita empedrada de atrás  de la normal, por donde me encontraba. La puerta de la batea venía sostenida de un solo lado y al pegar en las piedras hacia un ruido como de metralleta. La camioneta se detuvo bruscamente. Del frenón dio media vuelta antes de parar frente a las 43 sillas y frente a los padres que tendrían una misa a esa hora. De la camioneta bajaron a dos policías amarrados de pies y manos y los sentaron junto a los padres. Era grande el alboroto, habían madreado a varios estudiantes y a los padres,  pero lo más preocupante es que se habían llevado a varios muchachos, por eso ellos le quitaron una camioneta a los policías y subieron amarrados a tres federales. Mientras venían en la carretera, uno de ellos golpeó con su bota una esquina de la puerta de la batea que se desprendió, el hombre se tiró al pavimento. Durante el día y en negociaciones  se logró que liberaran a los estudiantes a cambio de los policías. Mientras, la tensión había subido tanto -hace un tiempo leí una reseña de que ese día el gobierno estuvo tentado de entrar a la normal-, a los músicos nos concentraron en la parte mas atrás, cerca del monte. Un grupo femenil de normalistas de Puebla eran en esos días las encargadas de ayudar y de cuidar la Normal, nos dijeron que si el ejército entraba, ellas los enfrentarían antes de llegar a nosotros, que nos cuidarían. Éramos un grupo numeroso de músicos y personal de los participantes en el festival, era fuerte el ambiente, los padres nos pedían que no se cancelara el evento porque era darle la razón al estado, sería una derrota para ellos, que por encima de todo se iba realizar. Entre los músicos había una preocupación fuerte, varios de los compañeros eran extranjeros y podían ser deportados. Todos empezamos a manifestarnos por el si, de seguir adelante, que no nos rajábamos como decimos, que se hiciera, aunque finalmente reinó la cordura de los padres y se decidió trasladar el evento a Tixtla, el pueblo donde esta la normal y que es custodiado por policías comunitarios.

Lo vivido esos días en la normal fue muy impactante pues cómo no entender a los padres cuando les reclaman a los dos policías  por sus hijos que no aparecen, pues esos dos policías representan a quienes se los llevaron, cómo no entender a una madre que agarra una escoba y con el palo les pega a los policías mientras llora intensamente de profundo dolor. La vida de ellos ha sido trastocada, ahora viven en la normal, allí pernotan, esta es su casa hasta que aparezcan los muchachos. El dolor es grande, es un dolor colectivo inmenso y que se manifiesta cuando la Rondalla de la normal canta esa noche en el festival, cuando los muchachos hacen el pase de lista, cuando gritan de la manera tan peculiar como lo hacen los de ayotzi.

Siempre quise conocer a la normal de Ayotzinapa y la conocía de esa manera, con esa intensidad. Pregunté a los alumnos como era su vida, la radio comunitaria, el gremio organizado de los estudiantes, las paredes con leyendas que ya estaban en mi mente. Pienso que si volviera a nacer  estudiaría allí, esa sería mi escuela. Los jóvenes ayudan en las tareas de una normal de internos, donde se siembra alimentos, se come juntos, se vive y se estudia para prepararse a la realidad, a esta realidad que nos toca vivir en estos tiempos, para estar en su comunidad, para ayudar a abrir pequeñas luces, luces en la oscuridad.

La impresión de lo vivido es fuerte, de regreso presentaríamos el día 19 en el Museo de la Ciudad de México nuestra nueva producción llamada “Zapateando”  y que fuera nominada a los Grammys en los Estados Unidos. Nuestra tocada estuvo marcada por los sentimientos de tristeza y profunda melancolía  y el son de Las Poblanas se llenó de esa sensación inexplicable ante tan grande injusticia.

Ahora se cumplen 5 años de la desaparición forzada de los muchachos de Ayotzinapa y la herida cada día es más grande.