Así, como inicia Alejo Carpentier La consagración de la primavera: «Tranco, salto, levitación, anhelada ingravidez sobre el suelo. La danza. La danza siempre, oficio de alción», así Rosalba Pérez Priego, siendo una niña de primaria, inició una vida en la que ese oficio de pájaro que se nutre de mar no ha sido ejercido solamente por su cuerpo, que se ha afiliado a las disciplinas de la danza y las artes marciales, sino también por su pluma que, como el ave, desciende verticalmente para capturar los versos en su elemento original.
La filosofía, la antropología, los idiomas son ingredientes nutricios de una poesía que deambula por las calles de su ciudad, transita las carreteras del mundo o emprende un viaje en busca de su sangre primigenia para decir sus anhelos, sus angustias, sus hallazgos, la certeza de que algún día llegará el fin.
Esa, su verdadera vocación, nació cuando en el vientre era acariciada por las hojas impresas que trascendían la piel materna para sembrarle sus palabras, y así, entre palabras impresas vio la luz, y así, entre palabras impresas, ha caminado por una vida para la que la belleza es leitmotiv.
En cofre y caja platiqué con ella para desentrañar los secretos de su corazón.

Llegué acá, yo, Rosalba

Llegué acá, yo, Rosalba…
platico con mi corazón
dentro de mí –en cofre
y caja (en secreto)
anhelo flores
(Rosalba Pérez Priego)

Yo nací en la Ciudad de México pero, dada la profesión de mi papá, que fue ingeniero, podía cambiar de ciudad y pidió venir a Xalapa. Yo llegué aquí como a los seis años y aquí me he quedado el resto de la vida. Mi casa era un lugar donde había libros y donde ambos, padre y madre, leían y voy a decirlo, porque creo que es en justicia de ella, nunca he conocido a una lectora tan amorosa como mi mamá, ella leía los libros, los contemplaba, se quedaba pensando en lo que había leído y luego los abrazaba, era la persona más amorosa con los libros.
En ese ambiente crecí, inclusive hay una anécdota muy curiosa que relata Roberto Williams en un libro que escribe sobre las bibliotecas públicas de Xalapa: acabando de comer, mi papá decía hoy en la tarde vamos a ir a pasear, entonces a mi hermano y a mí nos daba gusto, luego decía vamos a ir a la biblioteca. La biblioteca pública quedaba en Xalapeños Ilustres, casi enfrente de la escuela Boza. Las tardes allí siempre las voy a recordar porque nos daban permiso de buscar en los libreros el libro que se nos antojara, mi hermano y yo éramos niños bastantes chicos, nueve o 10 años, y esa era la tarde hermosa que pasábamos pero no sé si por eso estudié letras, lo que yo quería era ser bailarina, de hecho, mi primera profesión fue la danza.

Anhelo flores

Estudié la secundaria en el Conservatorio de Bellas Artes que estaba en Sebastián Camacho pero antes de entrar ahí, ya estudiaba piano con el maestro Carlos Okhuysen y era alumna de danza clásica. Era como una especie de inicio de lo que después sería la Facultad de Danza. Me gradué de danza, hice el examen profesional, hice un año de servicio y me dieron un título que dice bailarina semi-profesional, porque todavía no terminaba la secundaria.
En el examen profesional, se levantó el director y anunció que iba a ser becada y se levantó mi mamá y dijo que no, que agradecía muchísimo el honor de la beca pero ella no pensaba que ese era mi camino, así que dirigió mi camino pero no estoy en contra de lo que ella hizo. En ese momento yo tenía 13 años, mi papá estuvo de acuerdo en que no siguiera el camino de la danza pero fui profesora de danza clásica durante 25 años, yo no quería eso, quería ser bailarina pero de todos modos estuve dentro de la danza.

Las alas ancladas

Tengo las alas ancladas en tierra,
inútil el lamento, como el aleteo
(Rosalba Pérez Priego)

Después de eso, que fue un poco frustrante, mi mamá me dijo:
-Hijita, tú vas a ser profesora
-Yo no quiero ser profesora
-Sí vas a ser profesora
Y me llevó de la mano, no metafóricamente, literalmente, a inscribir en la Escuela Normal. Cuando iba subiendo las escaleras me detenía pero ella era muy cariñosa y me decía
-Camina hijita (risas)
El caso es que me inscribió y terminé la carrera. Yo no quería, no estudiaba, es penoso pero hacía todo lo posible porque me reprobaran pero no pude reprobar.
Me gradué de profesora y me titulé a los 15 años, creo que fui la egresada más chica de la Normal. Cuando me titulé le dije a mi mamá aquí están mis dos títulos (hasta la fecha están en casa de mi mamá), ahora sí voy a estudiar lo que yo quiera y fui a la Facultad de Filosofía y Letras, que estaba en Juárez. Entré y había un pizarrón anunciando todas las carreras que se daban ahí, en ese momento eran Letras, Filosofía, Historia y Antropología, todavía no existía Idiomas ni Pedagogía ni cosa por el estilo. Estuve muy indecisa, no sabía si estudiar Historia o Letras pero acabó ganando Letras porque, obviamente, era mi profesión.

El hilo de los sueños

Devanar el hilo de los sueños…
Dejar la huella en el laberinto
madeja que te guarda
-ahí la cita-
en el mar esplendoroso de la noche
(no entre las cosas… y sus sombras)
en el origen mismo de la ola
dibujaremos el nudo
-viviremos-
(Rosalba Pérez Priego)

Entré a la Facultad de Letras en el 59, las carreras se habían fundado en el 57, apenas tenían dos años, había un ambiente muy propicio y había maestros increíbles. Cuando entré y recibí las primeras clases de César Rodríguez Chicharro, haz de cuenta que se abrió un mundo, fue fascinante, yo salía con los ojos alucinados de las clases, sobre todo, de César Rodríguez Chicharro.
En ese momento sucedieron muchas cosas, la Fundación Rockefeller dio un millón de pesos para que se hiciera la historia de la revolución en Veracruz, vino el maestro Tavera, que era un ilustre historiador, y Alberto Manrique como su ayudante [Xavier Tavera Alfaro y Jorge Alberto Manrique Castañeda] y fundaron el Seminario de Historia, como en ese momento no había más investigadores que ellos dos, contrataron a algunos alumnos como ayudantes de investigador, entre ellos a mí. Yo estudiaba primero de letras y no había ninguna razón para que me contrataran pero lo hicieron y también contrataron a algunos alumnos de Historia como Manuel Bautista, Antonio Ocampo, Carlos Domínguez Millán.
Fue una experiencia increíble, el maestro Tavera me enseñó cómo hacer una investigación, cómo meterme a un archivo. El archivo era una pila de legajos polvosos y ni siquiera usábamos guantes ni cubrebocas pero pasábamos mañanas intensas de buscar y buscar en los archivos. Hay una historia que algún día contaré, en el archivo municipal encontré el telegrama, cifrado, que mandó don Porfirio en el que dice «mátalos en caliente». También ahí encontré la nota de lo que gastó Rubén Darío cuando vino a Xalapa, en una estancia que duró un par de días, su nota de consumo de coñac fue de 90 pesos, en 1910 era un dineral. Yo, muy eufórica, di las notas, y ahí están las reseñas, pero luego alguien las sustrajo y las vendió a la Universidad de Austin, Texas, y de ahí salió un libro, no voy a decir el nombre de quien lo publicó, pero de ahí salió, estuvo bien porque estaban abandonadas y seguramente se hubieran destruido.

La palabra y Rosalba

En Letras comencé a escribir, por primera vez, lo que podría llamarse un poema y fui muy afortunada porque el maestro César Rodríguez me leyó y no me desilusionó, no me dijo oiga, dedíquese a otra cosa sino me dijo ahí va, ahí va. También me leyeron Eraclio Zepeda, Óscar Oliva y el maestro Sergio Galindo, que dirigía La palabra y el hombre, y me pidió poemas. Yo era una muchachita y me publicó en La palabra y el hombre, a mí me pareció como si soñara, como si flotara porque fueron mis primeros poemas en una revista importante.
Éramos muy activos, nos prestaron La Casa del Puente y ahí hacíamos representaciones y leíamos, emocionados, a García Lorca, a Rimbaud, eran momentos muy increíbles.
Un par de años después, el propio César Rodríguez fue director de La palabra y el hombre y también me publicó. Así comencé a escribir poesía, recuerdo muy bien que Eraclio Zepeda me habló de la sinceridad y la profundidad de un sentimiento o lo que sea que fuera a expresar, me dijo no es de dientes para afuera ni se trata de que suene bonito. Algo así me dijo, yo tenía como 17 o 18 años.

(CONTINÚA)

SEGUNDA PARTE: Cuatro movimiento
TERCERA PARTE: Agua de navajas lavadas

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