El grupo parlamentario de Morena en el Senado pedirá la desaparición de poderes en Tamaulipas y Guanajuato. ¿El motivo? La marcada incapacidad de sus gobernadores (ambos del PAN) para frenar, inhibir y no se diga revertir la inseguridad y la violencia en esos estados. En correspondencia, los senadores panistas pedirán la desaparición de poderes en Veracruz por las mismas causas. Pero además, por violaciones a la Constitución por parte del Congreso local.

Desde hace décadas Tamaulipas es un estado violento y eso no es novedad. Lo novedoso es que ahora es un estado fallido donde el gobernador Francisco Javier García Cabeza de Vaca, no sólo no gobierna, sino que al parecer anda en malos pasos y está siendo investigado junto con sus colaboradores más cercanos.

En Guanajuato gobierna Diego Sinhué Rodríguez Vallejo. De acuerdo con sus amigos, Diego es más bueno que el pan y ha tratado por todos los medios de acabar con la violencia que se disparó de unos meses para acá y ha convertido a esa entidad en una de las más riesgosas del país.

Los panistas aseguran que la petición de desaparecer los poderes en Guanajuato no es por el mal trabajo de Diego, sino la contestación del presidente López Obrador a las palabras de Vicente Fox, que en la asamblea de ese partido dijo que hay que pegarle en la madre a la Cuarta Transformación.

Veracruz se cuece aparte. Cuitláhuac García Jiménez no es un gobernador que ande en malos pasos; nada de eso. Pero es torpe, inoperante y le queda muy holgado el traje de mandatario estatal.

Durante su gobierno le ha caído a Veracruz algo parecido a las siete plagas bíblicas. Ocupa los primeros lugares en secuestros, feminicidios, asesinatos dolosos, crímenes de odio, enfermos con VIH y dengue. No hay empleo ni inversión, pero sobra el subejercicio. Y acaba de obtener el primer lugar nacional en obesidad infantil y juvenil.

Sí, sé que parezco disco rayado porque el párrafo de arriba lo he escrito en más de una ocasión, pero imposible escribir de otra cosa cuando así ha estado la entidad los últimos nueve meses.

Si bien la violencia la heredó de Fidel, Javier y Miguel Ángel, nada ha hecho Cuitláhuac que no sea echarles la culpa de este flagelo que se ha disparado a lo bárbaro.

Veracruz es una masacre constante que ya rebasó al gobierno estatal. Lo mismo hay que decir de enfermedades como el dengue que con más de 5 mil casos comprobados en la entidad, es considerada una epidemia.

Cuitláhuac no ha podido con el paquete, es un gobernador ineficaz, desgastado y acotado por sí mismo debido a su escaso intelecto político.

Con más del 90 por ciento de rechazo ciudadano, es un hombre a la defensiva y cada vez más irascible. ¿Y cómo no va a estar así cuando sabe que su popularidad se desbarrancó al sexto mes de asumir la gubernatura?

Nadie que se sepa, ha salido de un hoyo tan profundo.

Cuitláhuac no ha tendido puentes, por el contrario, ha creado enconos con sus opositores y se ha peleado hasta con sus amigos. Sus desencuentros con empresarios, con líderes magisteriales, campesinos y obreros, le pasarán la factura más temprano que tarde.

A pesar de que da la impresión de que se esfuerza por hacer bien las cosas, ha sido un desatinado y pésimo gobernador. En política no basta ser bien intencionado porque de buenas intenciones está empedrado el camino al infierno. Tampoco basta ser honesto. Y Cuitláhuac no lo es cuando permite el escandaloso nepotismo en su gobierno.

Antes de esperar a que le saquen sus trapos al sol y que lo exhiban públicamente en el Senado de la República, debería meditar sobre la posibilidad de renunciar a la gubernatura para volver a sus clases en la Universidad Veracruzana.

Su dimisión sería la aceptación implícita de que le faltó capacidad para gobernar, pero como paradoja, sería sin duda la decisión más acertada de su carrera política.

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