Concluye su ciclo al frente del Comité Directivo Estatal del PRI de Veracruz, y Alfredo Ferrari Saavedra sale con la frente en alto, con el orgullo incólume, con la dignidad reconfirmada.

Pero además de haber sido un magnífico dirigente estatal del partido de todos sus amores, el boqueño se convierte en el paradigma que permite afirmar que siempre será un gran líder el que haya emanado de las filas más profundas del priismo, como es su caso.

Es la suya una militancia corroborada con la historia, que empezó desde su más tierna infancia (en grado de acompañamiento con sus mayores, que lo llevaban de la mano a los mítines) y luego surcó los primeros años de su adolescencia en las fuerzas juveniles, en donde se aprendía hacer política trepados en los postes para pegar volantes por el candidato, cualquier candidato… o sustentando las porras con gritos tipludos y emocionados… o moviendo las matracas y soplando las trompetas en favor del primer priista, del líder, del abanderado.

Antes del ser el presidente estatal, Alfredo Ferrari Saavedra conoció los intríngulis y los vericuetos del priismo real, el verdadero; anduvo por los canales poco conocidos de la negociación y del sacrificio; aprendió todas las aristas que puede implicar la expresión: Ser institucional. Supo también de la larga espera que puede significar llegar a ser algo: funcionario, candidato, líder.

Pero su paciencia rindió frutos, y sus frutos hicieron honor a su paciencia.

Llegó, vio y venció, cual César ajarochado, y entrega la estafeta con plena satisfacción del deber cumplido, de la tarea bien realizada.

Se convirtió en el paladín de los militantes de a pie. Dejó claramente establecido que tanto montan, montan tanto como cualquier otro que se sienta con lauros y/o títulos y/o relaciones (en la cúpula estatal o en el Altiplano) para encabezar la dirigencia con decoro, con resultados, hasta con presunción.

Culmina un ciclo Alfredo Ferrari dentro de su partido y parte hacia otro destino, por hoy desconocido, pero que será acorde al tamaño de sus buenos servicios en pos de la causa priista de Veracruz y de México.

Con él como presidente, su partido ganó de calle la elección de los diputados federales; con él como líder, se recompusieron las filas internas hasta el nivel de seccionales; con él como organizador, las estructuras volvieron a ser operativas y quedaron aceitadas hacia el próximo proceso electoral.

Alfredo pasará a ser un líder histórico, y dejará como legado el excelente papel que hizo y los resultados que obtuvo. Todos los militantes de cepa que lleguen alguna vez a la dirigencia estatal le deberán algo de alguna manera. Y deja como legado también la escuela de cuadros, su escuela de cuadros.

Ahora las condiciones han cambiado. La presidencia va para alguien que se adecua a las nuevas circunstancias, a los nuevos tiempos, a la nueva exigencia. Viene un nuevo liderazgo acorde a estos tiempos de cambio. No obstante, el antiguo líder dejará la estafeta en las mejores condiciones, y eso se le reconocerá debidamente.

Así, cuando finalmente entregue la presidencia estatal del PRI, Alfredo Ferrari Saavedra podrá gritar con toda la boca:

¡Misión cumplida!

Y tendrá razón.

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