ya cantan trovadores
milagro
en las albas posibles
(Ramón Xirau)

Ha partido uno más de los tantos refugiados españoles que pagaron con creces la hospitalidad que les brindó nuestro país, Ramón Xirau, poeta, ensayista y filósofo deslumbrante, cuya lucidez y oficio poético dieron rumbo y luz a la vida intelectual mexicana del siglo XX.

En su ensayo Jaime Sabines afirma:

«Hay poetas que contemplan el mundo, para situarlo a distancia y percibirlo en sus rasgos esenciales (…). Se trata, en mayor o menor grado, de poetas del mirar y el ser, poetas de la idea, la visión, la claridad, la distinción. Otros poetas intervienen en el mundo con la voracidad de quien desea poseerlo. Diríase que son poetas del cuerpo; poetas que corporalizan el mundo y lo asemejan a nosotros para establecer una función de eficacia casual entre el mundo y nosotros, entre nosotros y el mundo».

Ambos elementos, contemplación y corporalidad, confluyen en su propia poesía para, amalgamados, participar del encuentro entre lo humano y lo divino.

«La raíz inteligente de Ramón Xirau –apunta Adolfo Castañón en su ensayo Ramón Xirau– parece hundirse en un espacio donde la poesía, la religión y la filosofía se cruzan y desdoblan a un tiempo preguntándose por su ser y por su historia. Un espacio riesgoso a la vez que estricto e ilimitado, donde la luz nacida de la experiencia moral e intelectual, estética y religiosa resulta tanto más necesaria cuanto mayor es la aspereza o elusividad de los temas tratados».

Ahora que –según afirma en uno de sus versos- «no es momento ni ser sino raíz», lo recordamos con uno de sus poemas, Graons (Gradas), sobre el que otro de los grandes refugiados, José de la Colina reflexiona: «poema celebratorio del que podría decirse lo que Verne dice de la mirada del capitán Nemo: que abarca la mayor cantidad de horizonte. El poema comienza precisamente con una mirada, la de los astros, y va agrandando la amplitud del arco y abarcando mar, horizonte, bahías, cielo, luz, embarcaciones, islas, flores, gaviotas, frutos, ríos, hombres, animales… y más, y más. Todo el poema es un enorme arco, palabra que implica un ascenso y un descenso, el orto y el cenit, el amanecer y la noche. El poema (…) me evocó un cuadro de Brueghel el Viejo: La caída de Ícaro, situándome ante ese paisaje que parece total y eterno. Y si la caída de Ícaro con las heroicas pero irrisorias alas artificiales es trágica, en el cuadro el paisaje respira serenamente bajo la soleada esfera celeste, abarcando tanta vida que es un cosmos en una imagen. También ‹Graons› es un cosmos en un poema; en su horizonte ‹ya cantan trovadores/ milagro/ en las albas posibles› (según dice Ramón en otro de sus poemas: ‹La Dama del Unicornio›)».

Gradas

Ramón Xirau

I.

Las estrellas nos miran lentamente,
cierran sus ojos las bahías. El arco
de luz cerca los cabos en la ruta del fuego,
foques, banderas en las barcas, fosco
el fuego atónito de las naranjas,
en la aguanueva de los naranjales. Las bridas
de caballos pensados, pesados, imaginados,
lentamente nos guían igual que las estrellas,
cobarde noche, no puede con nosotros
tu oscuridad de marivientos
y raíces en el acantilado. Ah, todo canta, canta
en las encrucijadas del desierto: arco breve del mar.

Caramar, astro-nieve, lentamente
me deslumbran (el sol en las espumas
hace castillos breves de marinieve y trigo).
Los labriegos se mueven –leve moverse–
como en casa de Brueghel, como
los ríos que se mueven: no: que se anudan
en las pinturas altas de balcones abiertos,
en las huellas de un sueño que reflejan
las purísimas
aguas de un ojo que no veo
ni puedo ver con ojos
carnales, oh dioses del mar, oh dioses encendidos.

(Grupo intacto y exacto de flores amarillas
en las sendas del bosque, en los atajos
de la vista me cercan, beben, cantan –no,
no me cercan. Ah, barcas. Lentamente
los ángeles de viento y de poniente
ríen, las flores de los áloes
me esperan no sé dónde o lo sé poco,
más allá de las fuentes
oh barcas. Todo es ejercicio de belleza
sobre las olas azulencas.)

Los áloes, las miradas del cabo
–mar adentro–, flores de espuma, crecen.
Mediodía. Todo es silencio y en la roca
el mirar Tuyo crece, nunca
visible, mas visible eternamente
como la ola visible arena toda
como tronco y maderas todos leves
como la luz sencilla memoriosa
Mente.

(Chillan gaviotas-naves oro leve y Dios
pensar del pensamiento horrorizado el pico
restauradoramente-isleño y cree y creo
mimosaluzcongojahonestaohfleuve
de mirar irritado, malquiere, maloduele
oh las barcas.)
oh barcas, barcas, barcas,
Una hoja navega en este río
y es verde y pura mar de luz y mar.

II.

Las frutas y los cortos mirajes de la noche
son cachorros blancos. Cielo encendidamente arco,
Martín del Arco – ¿y dónde, dónde Dios?
Bien lo saben las yerbas verdes, verdes
bien lo saben las gradas del naciente mar,
bien lo saben los pájaros madrugadores,
bien lo sabe la oruga de la yerba
que Dios es Dios en cada
trozo del mundo, trozo de hielo y heladura
más allá de las cosas Dios de cosas,
barcas nacen y vuelven, hijas claras
de barcas-luz, de barcas cuerpo a barlovento.

En las playas serenas de la tarde, cantan
descendientes de Giotto, muro a muro,
hijos del mundo, hijos
del Hijo. Basta, el silencio habla. Basta.
Silencio, habla. Basta el silencio calla
calladico, calladamente Te dice.
Una plegaria –naves del mar navegan–,
una plegaria –las rosas mar navegan–,
una plegaria: las ruinas
vuelven hacia la forma exacta del origen.
Orar (no, no hablar, orar),
verte en las hojas doradas,
gregoriosamente el canto nace de la barca,
el canto brota en la madera viva de la barca.

III.

Arenas crujen
danzan ríos
y Tú ríes y juegas,
lo ha dicho el Maestro Eckhart:
“Él ríe y juega”.

Los sauces se hacen ríos
y los ríos se vuelven sauces,
todo el universo se mira
en la mirada de Tus ojos.
Ah, en el mar, manzanos,
ah, en el mar, la ventisca
revira vira
viraviento.

IV.

Aguijones, abejas, las estrellas
calladamente, Cachorro. Silencio.
Cantan. Todo canta. ¿El mal?
Está en el mundo y no es el mundo
y la muerte y la muerte y la muerte
¿y la muerte de la muerte?
El alma viva de las algas sabe
que la muerte no es muerte.
Ligeras, ligeramente, las gaviotas
son barcas barcas
rodeadoras de islas.

V.

Sin saberlo han entrado en tu Templo,
las músicas antiguas y tocadas son presentes,
pero, duro, el oído no oye nada. El templo es bello
y es viejo el Templo de los muros vivos,
la flor de la humedad es la flor de humildad
¡En la ojiva, en los órganos, cuántas
voces, cuántas en el silencio transparente
cuántas y cuántas voces, oh barcas!
He entrado en tu Templo
de tierra-oro, tierra-brasa encendida.
En los muros las velas de Aquellos
hombres viven aún, limpias y blancas. ¿Dónde estás?
No hay lugar ni espacio ni tiempo donde estés
Tú: no hay círculos ni claras esferas.
Escuchemos, ojos mortales, en el silencio,
concentrados, vivos, atentos en el
Silencio.
Hacia tu mar penetran lentas barcas,
penetran lentamente nuestras barcas.

VI.

Risco y roca en el muelle y roca y costas,
fauna de frío en el centro del fuego.
La oscuridad cae ahora que nos miras
(sí, recordemos
aquel pincel que dibujaba los peces de la noche
en el centro del aire –tiene un nombre,
tiene un nombre la mano que lo lleva, nombre-pincel).
Cae la oscuridad, cierra los ojos de las nieves,
libera voces. El cuerpo de la sombra
vive de palabras, las palabras
viven de la Palabra, fuego
que es la «Razón Ardiente» en el claustro de fuego.
Es el fuego de las horas precisas,
es, ¿pero puede decirse qué es?
Vale más contemplar olivos y manzanos,
mirar rocas eternas,
las espumas eternas, los escudos de la fauna,
las sombras siempre sombras del Pez siempre
que en su mar ríe y juega.

VII.

Cae el pantano, cae el mundo, cae mojado,
pesado, oscuro, hacia el silencio negro,
hacia el otro silencio. Los metales parecen
fundirse no por fuego, no por nieve,
si por las alas sucias. Cae a fondo, a plomo,
la noche, cae el mar. Las fibras de los pájaros
se quiebran un instante, decía Kierkegaard, es
la condena (un instante también la salvación).
Pero pesados, pálidos, sucios de noche muerta,
caen los cantos, es decir, cae el mundo,
pantano, muelle de agua, viento mojado
mojadamente, haz de gavillas de oscuridad
ausente de luz. ¿Y no es ya el agua, no es ya el fuego,
no es ya la tierra, el viento-agua no es ya?
Los elementos se funden, desafinan, desesperan
Pero si Vida y Muerte son instantes,
¿no puede, en las aguas del muelle, muelle a muelle,
renacer llena de color
la Vida?

VIII.

Luz de luz y mar de mar,
rumor de luz y luz de voces
golondrinas en el grito nocturno.
Todo un desierto de azulosa luz
en los círculos del yeso, en las cercanías
de la tarde, en el oscuro mediodía
como si las frutas de la luz
ya no vivieran, como si las yedras
subieran con las olas oscuras,
como si las sombras fueran luz ausente
de vida, de parajes, de plumajes.
Calmadamente todo es lento,
todo es calma de una calma mala,
todo desconsuelo en el huerto del desconsuelo.

Poco a poco las lentas velas vivas,
las riadas del sol en los atajos,

en las espigas, en los ojos, la vida
de muchachas blancas en las torres de oro,
en los ojos del niño –ah, barcas–
toda la oscuridad es ya Razón Ardiente.
Las redes pescan peces diminutos,
las redes diminutas. Son peces breves,
imágenes de su Signo. Gloriosas
las manos del Signo se ponen en el mundo
y la muerte-vida es vida y ya es vida la muerte
viven reviven, hablan piedras puras
oh barcas, tan sólo este camino.

Las barcas han salido y ahora vuelven
con el oro del Pez, oh mar de mar mar
y tierra legibles, flores
del Libro, el de Ramón, el de Juan, el de Francisco,
arrancan signos con los cantos del arpa
Libro de Rotaciones, libro de los cantos,
libro de los animales más finos.

¿Vienen las barcas?
Olorosas de luces lejanas
y cercanas, olorosas de maderas y remos
vienen las barcas claras, vienen barcas,
eternas en las olas y en las playas.

IX.

Una cascada, un vaso de luz, la Venus
de las algas, puentes donde bajan las piedras,
puentes por los que pasan las olas de caballos.
Venus, cascada y vaso es todo y es ahora.
¿Tan sólo ahora? ¿Ahora pasajero? No,
ahora cuando somos sentido de la presencia,
ahora que no es momento ni ser sino raíz.
Todo es Memoria.
Un caballo, un puente, una gaviota,
un pozo de luz perforador de cielos,
pasan, pasan, barcas del aire barcas,
una cascada, un vaso, la Venus en el alga.

X.

En el Templo de luz
castillos de mar adentro
y cielo adentro el Templo
hace castillos.
Mirad las sombras, el poniente,
¿dulcísimo?
Mirad las sombras, el poniente,
¿vivo?
Todo hombre es ciego, mira las sombras,
mira ciego, ciego, dulcísimo
¿el Poniente?
Todo hombre ve
cuando mira, las palabras del Templo,
de su Templo,
la Barca.

XI.

Barcas del mar azul,
los olivos ramos y remos de todo pájaro
hablan, cantan, Gregorio, con luz
que no admite tinieblas. Se abren los libros,
se abren todos los signos –barcas, barcas–
las estrellas nos miran lentamente,
cierran sus ojos las bahías. El arco de la luz
a pesar de Dolor, canta, todo canta,
cuando las naranjas maduras, en el campo
verde caen y son luz,
ah, mar, de barcas, barcas, barcas,
en la bahía abierta, en el cristal
de la bahía de las barcas, barcas, cuando
las naranjas se abren en el cielo.

Traducción de Andrés Sánchez Robayna

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