Del muchacho buena onda, atento y obediente que en los mítines de Andrés Manuel se convertía en el payasito Cuícaras (el único payaso que hace llorar a los niños) para animar a la concurrencia, Cuitláhuac García pasó a ser, no sólo el peor gobernador de Veracruz, sino el más represor de su historia reciente.
Ni Cándido Aguilar, ni Adalberto Tejeda, ni Fernando López Arias que era de mecha muy corta. Bueno, para no ir tan lejos; ni Javier Duarte que confesó públicamente su admiración por Francisco Franco y no se andaba con remilgos a la hora de aplacar a quien se le quisiera subir a las barbas, le llegan a los talones al hijo putativo de López Obrador.
Cuitláhuac supo aprovechar bien el rencor que carga quizá desde su infancia, para meter en prisión y violando la ley a todos sus enemigos y a los de su jefe el presidente. ¿Resultado? Es sin discusión el gobernador de Veracruz con más presos políticos en un siglo.
Su manifiesta ignorancia en administración pública hicieron de Veracruz un estado sin inversión privada y poquísima inversión gubernamental.
La entidad ocupa los primeros lugares en asesinatos, feminicidios, desempleo, deserción escolar, abandono al campo y su sistema de salud está tirado en el suelo. Veracruz tiene más enfermos de dengue e influenza que el resto del país. Y es primer lugar en enfermos de paludismo y sarampión, enfermedades erradicadas desde tiempos de Rafael Murillo Vidal. Y como colofón es la entidad que más subejercicios ha devuelto a la Federación.
De los veintiún gobernadores de Morena Cuitláhuac es el peor calificado y el más rechazado, pero también (y esto hay que decirlo), el más fiel al presidente López Obrador que en correspondencia lo está abandonando a su suerte.
Hasta hace unos meses se veía en el gabinete de Claudia Sheinbaum una vez que ésta llegue a la presidencia. Incluso hubo un columnista que le auguró la titularidad de la Secretaría de Educación.
En un viaje a Veracruz, Claudia se vio obligada a decir que Cuitláhuac es uno de los activos más importantes que tiene la 4T y después ya no ha dicho más.
Pero las cosas cambiaron y las nubes que presagian tormenta se ciernen sobre el horizonte del represor.
Su idilio con Rocío Nahle que parecía eterno, se acabó una semana después de que la ungieran candidata de Morena a la gubernatura, cuando lo mandó al rincón del olvido.
Cuando estalló el escándalo de la mansión de El Dorado, el gobernador vio la oportunidad de congraciarse con su amiga. Convertido en su abogado defensor dijo que los documentos que prueban que tanto ella como su marido José Luis Peña Peña están embarrados en el ajo son falsos. Y de inmediato le llegó la respuesta de Rocío. “¡Cállate, no te metas! Y el puyazo lo trae clavado en el alma.
Casi de la noche a la mañana Cuitláhuac se quedó solo. Ya no le sirve al presidente que lo está desechando como pañuelo de papel, Rocío Nahle no lo quiere ver ni en pintura y Claudia Sheinbaum ni se acuerda de él.
De terciarse la banda presidencial y como último favor al presidente, quizá Claudia lo arrumbe en cualquier oficina burocrática un par de semanas para luego pedirle su renuncia.
Y entonces sí, pobre Cuitláhuac.
Sin apoyo de nadie, a expensas de los cientos de enemigos que hizo en seis años y señalado de corrupto, de desviar recursos y de convertir a Veracruz en referente de autoritarismo y manipulación perversa de la ley, su futuro está en Pacho Viejo llegue quien llegue a la gubernatura.
Pero por el rencor que le guarden los veracruzanos no debe preocuparse. El tipo les es indiferente y eso me ha tocado verlo en varias ocasiones, la última hace unas semanas en la calle Enríquez.
Era media mañana y la calle estaba plagada de autos y transeúntes cuando pasó Cuitláhuac solo frente al café Bola de Oro. Tanto transeúntes como clientes lo vieron, pero ni quien lo saludara o se le acercara. Simplemente lo ignoraron y siguieron en lo suyo hasta que un sujeto comentó: “Caray, uno de nosotros debería al menos hacerle la caridad de mentarle la madre, para que sienta el señor que le interesa a alguien”.
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